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El partidor

La fragmentación demuestra que existe una interesante gama de matices, en lugar de la falsa simplificación según la cual Colombia está fatalmente condenada a escoger entre uribismo y castrochavismo.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
23 de diciembre de 2017

No había pasado antes en Colombia. Lo usual era que al comenzar el año electoral estuvieran claramente definidos los tres posibles finalistas, a veces dos, de la carrera presidencial. Si las cosas siguen como van, la primera vuelta de 2018 va a medir al menos seis candidatos con posibilidades y porcentajes de intención de voto superiores al margen de error en las cuestionadas encuestas.

La fragmentación demuestra que existe una interesante gama de matices, en lugar de la falsa simplificación según la cual Colombia está fatalmente condenada a escoger entre uribismo y castrochavismo.

Ninguno de estos candidatos puede considerarse consolidado. La inédita montaña rusa en la que están montados puede ponerlos a liderar o sacarlos de la carrera.

Sergio Fajardo: por el hecho de estar en primer lugar en varias encuestas se convirtió en el blanco favorito de todos. Le están lanzando pedradas desde la izquierda y desde la derecha. Su neutralidad, que ha sido su fortaleza en medio de la polarización, puede convertirse en su gran debilidad por no tomar posiciones.

Fajardo, además, debe entender que la final se jugará entre dos coaliciones y que solo no va a llegar muy lejos. Es importante que supere la vocación minoritaria de sus aliados y busque entendimientos para armar una opción viable.

Gustavo Petro: está viviendo un delirio de encuesta que lo ha llevado a autocalificarse como “el primer hijo del pueblo” que puede llegar a la Presidencia. Petro tiene que aprender a leer estadísticas. Su negativo le pone un techo muy bajo que ya tiene pegado a la cabeza y lo convierte no solo en una alternativa inviable para la Presidencia, sino en un aliado tóxico para cualquier coalición.

Fue un gran legislador y habría podido volver a serlo, pero le pudo más la vanidad que la sensatez.

Iván Duque: sin duda era el mejor candidato posible para el uribismo. Su decencia y moderación lo hacen apto para buscar votos en el centro de la política donde puede crecer, aunque, al mismo tiempo, puede erosionar el apoyo en los sectores más radicales de su partido. Duque tiene que manejar el dilema entre ser él mismo o convertirse en una caricatura de Uribe. Una parte grande de sus potenciales votantes solo quisiera tener a alguien obediente en la Casa de Nariño. Está por verse si eso es lo mismo que quiere el candidato.

La mayor ventaja de Duque es que su imagen no está asociada con los oscuros procederes de Uribe y sus más cercanos.

Germán Vargas: hace un año se veía más cerca de la Presidencia que hoy. Una cosa es manejar por las autopistas del presupuesto público y otra por las trochas de la oposición. Vargas ha querido protagonizar un complicado juego en donde es gobierno en lo que le conviene y es oposición en lo que no.
Además, su desesperada operación de reclutamiento de gamonales cuestionados le suma votos de maquinaria, pero se los quita en la opinión.

Hay que abonarle que ha trabajado el programa de gobierno más consistente de todos.

Humberto de la Calle: aunque es el candidato más sensato también es el que tiene más peso en la espalda al momento de empezar la carrera: tiene que cargar con el desgaste del gobierno Santos, la propaganda negra contra el proceso de paz y el decadente Partido Liberal.

De la Calle es necesario para conformar una coalición de centro viable, pero sus posibilidades presidenciales son escasas.

Marta Lucía Ramírez: está tan concentrada en ganar la consulta pastrano-uribista que se olvidó de mantener cohesionado al Partido Conservador, lo único que tiene. La temprana exclusión de Alejandro Ordóñez, sumada a la antipatía que ella genera entre algunos congresistas conservadores, se le puede convertir en una disidencia que acabe con sus remotas posibilidades.

Como sea, con virtudes y defectos, entre estos seis personajes está el próximo presidente de Colombia. Es lo que hay.

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