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Una historia de otra parte

Nunca estuvo tan cerca la firma de un acuerdo, pero fracasó. La frustración desembocó en uno de los periodos más violentos del conflicto.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
22 de noviembre de 2014

Esta es la historia de un célebre halcón militar que se acabó políticamente tratando de ser paloma. Es también una prueba del peligro que hay en los procesos de diálogo. Tristemente la guerra une a las sociedades mientras que la búsqueda de la paz las divide. Además es un retrato claro de un momento histórico en que la supervivencia política depende más de los gestos de voluntad del enemigo que de la fuerza de los aliados.

El protagonista fue militar activo durante 35 años, pero no un militar cualquiera. Ehud Barak llegó a ser teniente general del Ejército israelí después de participar –en el campo– en varias de las operaciones más exitosas de la historia.

No fue un guerrero de escritorio sino un miembro de comandos elite que tuvo que verle la cara a la muerte enfrentándose con enemigos decididos a todo. Participó en el rescate de secuestrados, incluyendo el de un avión de pasajeros en el aeropuerto de Entebbe, en Uganda, que sigue recordándose como una de las páginas más brillantes en la historia militar.

Vestido de mujer Barak se coló en territorio enemigo para ejecutar a varios de los miembros de Septiembre Negro, el grupo terrorista que masacró a 11 atletas israelíes en los juegos olímpicos de Munich.

Además de un hombre de acción directa que sabía apretar el gatillo y conocía el significado de matar y morir, Ehud Barak era reconocido como un gran estratega y uno de los más refinados analistas de inteligencia del mundo.

Sus detractores podrían decir lo que quisieran de Barak, menos que fuera blando ante el enemigo. Por eso en 1999 cuando se convirtió en primer ministro, encabezando una coalición llamada Un Israel, mucha gente esperaba que su fórmula para enfrentar a los enemigos internos y externos del Estado fuera la fuerza.

Sin embargo no fue así. Barak, el soldado más condecorado en la historia de Israel, decidió buscar la paz.

El general que había conducido varias de las operaciones de guerra más exitosas de su país, retiró las tropas del sur de Líbano, inició negociaciones de paz con Siria y buscó acercamientos con Yasser Arafat, el conocido jefe de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

“Entreguista”, “vendepatria”, “traidor”, fueron algunos de los calificativos que usaron contra Barak muchos de los que antes habían sido sus partidarios.

Ehud Barak cambió de aliados políticos para seguir defendiendo la idea de una salida pacífica a un conflicto que por décadas ha azotado a palestinos, a israelíes y a varios países de la zona.

Lo curioso es que mientras perdía progresivamente apoyo interno y sus contendores políticos lo iban cercando incluso con los temas que nada tenían que ver con el intento de paz, Ehud Barak ganaba respaldo internacional.

La oposición de una buena parte de la sociedad israelí se estrelló con un escenario internacional propicio a los diálogos. Mientras adentro la atención se concentraba en los detalles insalvables, en los crueles crímenes del terrorismo, en los engaños del pasado, en la dificultad del perdón; para el resto del mundo era claro que debía existir una solución de coexistencia y que ninguna sociedad puede estar condenada a la guerra para siempre.

Esa percepción brillaba en el mundo por encima de las limitaciones de los protagonistas del diálogo de paz y de las mezquindades de la política interna.

En el año 2000 el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, sentó al primer ministro de Israel, Ehud Barak, con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat. Ocurrió en Camp David, el mismo lugar en el que en 1978 Menachem Begin y Anwar Sadat habían firmado un acuerdo de paz entre Israel y Egipto, con la mediación del presidente Jimmy Carter.

Los temas más difíciles llegaron a la mesa y surgieron fórmulas para resolverlos.

Nunca estuvo tan cerca la firma de un acuerdo, pero todo fracasó.

Arafat no desafió la presión de los más radicales de su lado y no le dio oxígeno al proceso cuando agonizaba. Las acciones militares continuaron. Cada parte intentó ganar en la mesa lo que no había logrado en la guerra.

La frustración desembocó en uno de los periodos más violentos del conflicto.

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