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Señor Maduro: bien pueda invádanos

Cuando usted confesó que había dialogado con un turpial, fui crédulo. Siempre he creído en la existencia de cierto talento natural para hablar con animales. Como el que demostró el pajarito aquella vez.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
1 de abril de 2017

Mi muy estimado presidente Maduro:
El amago bélico protagonizado por 60 soldados bolivarianos que invadieron una isla colombiana, izaron bandera, dejaron basura venezolana y pusieron en riesgo las 14 matas de plátano que había en el lugar me lleva a escribirle esta misiva: hablo en nombre de millones y millonas de personas (y personos); millones (y millonas) de colombianos y de colombianas, que, con el más hondo sentido patriótico, claman a usted, estimado señor, que respete nuestro país. Y que lo invada de una buena vez.

Así es, querido señor presidente: a diferencia de miles y milas de pitiyanquis de esta Colombia grande, bolivariana y santista, que suele mirar a su persona por encima del hombro, profeso por usted hondos sentimientos de admiración y ternura, y me gustaría verlo a la cabeza del Estado colombiano dispuesto a propiciar autogolpes como el que acometió en su país, y cogobernando esta patria ardiente en compañía de Diosdado Cabello quien, contra todo pronóstico, no es el nombre de un milagroso ungüento capilar, como hasta hace poco lo supuse, y de la elegante, si bien rolliza, canciller Delcy Rodríguez.

Se dirá que busco martirizarlo: que lo induzco a que nos gobierne para que pague su ya descarada satrapía. Y sí: quizás sea cierto que una semana en Colombia equivalga a siete años humanos; que acá, en Macondo, sucede lo impensable: cae un pedazo de chatarra galáctica en San Luis, Tolima; circula video de unas enfermeras pachangueras que bailan en una sala de morgue con un cadáver a sus espaldas; TransMilenio se desborda y sus estaciones se convierten en un campo de batalla; una joven se emborracha en un avión de Avianca y se vuelve noticia nacional; para furor del periodismo criollo, James Rodríguez hace pistola en un ventanal, y desplaza a la joven de Avianca de las primeras planas; el rapero Whiz Khalifa se retrata en la tumba de Pablo Escobar (un colega de Diosdado), y no en los verdaderos destinos turísticos de Medellín, como el restaurante Mondongo’s, donde habría podido tomarse una foto con Alejandro Ordóñez en persona, mientras lo ungían con un collar de arepas para declararlo hijo putativo de Antioquia, cosa que ya habían hecho los hinchas de Nacional con los de Millos.

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Pensará, pues, que lo induzco a que nos invada para que escarmiente: para que purgue penas gobernando este país ingobernable. Pero no es así, mi señor.

Presidente Maduro: desde que obtuvo el poder de Venezuela de manera legítima, y de su sabia mano emanan milagros bolivarianos como la multiplicación de los penes y los panes, su figura me recuerda a la de algunos santos. Y no Santos de segundo nivel, como el que nos tocó en suerte, sino santos reales: haga de cuenta como San Francisco de Asís, aquel hombre que, al igual que su señoría, tenía el don de hablar con gorriones. Cuando usted mismo confesó que había entablado diálogo con un turpial, fui crédulo y respetuoso: siempre he creído en la existencia de cierto talento sobrenatural para hablar con animales. Como el que demostró el pajarito aquella vez.

Por eso, mal haría yo en aconsejarle que cumpla el sueño bolivariano si no pensara, de corazón, que sería por su bien. Es verdad que este país parece borracho. Y en eso se parece a Camila. Y que acá los dirigentes viven por las nubes: como el avión en que ella misma viajaba. Y que se utiliza la plata de las investigaciones científicas en montar pollerías y centros de spa; y que el Dane afirma que si uno se gana 200.000 pesos deja de ser pobre.Pero sabemos gozar, como las enfermeras salsómanas de la morgue.

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Bien pueda siga: cumpla, pues, el sueño bolivariano. Quiero verlo gobernando Colombia; lidiando con reformadores que piden aumentar el Congreso con 60 senadores adicionales (podrían ser los soldados que nos invadieron); con un fiscal general que debe investigar a sus antiguos clientes, y, muy especialmente, con los autoproclamados -y autoengañados- líderes de la moral que encabezan marchas contra la inmoralidad y la corrupción: prohombres como alias Popeye o Fernando Londoño, quien se hizo presente en la caminata con un enorme cartel de Invercolsa (y por cartel me refiero a un afiche, presidente; no a su gabinete de gobierno) y demás líderes del ordoñouribismo, del popeyepastranismo, a quienes podrá enseñar lo que en verdad significa un país castrochavista: un país en el que, a diferencia de este, las ramas del Estado solo sirven para que los pajaritos se posen en ellas mientras entablan conversaciones con usted.

Enséñeles a ellos qué es, de veras, una dictadura: en qué consiste. Si nos toca hacer colas, las hacemos y las hacemos con gusto, como dijo, en frase digna de cirujana plástica, Piedad Córdoba. Prohíba la serie que hicieran sobre Chávez; amplíe la de alias Popeye para que salga el capítulo en que invitó a marchar a favor de la moral y las buenas costumbres. Cierre el Congreso. Abra las caballerizas. Y restituya por decreto los platanales que tumbaron sus soldados victoriosos, porque tampoco es justo que los únicos bananos que nos queden sean los de su canciller Rodríguez.

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