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Ni por Santos ni por Zuluaga

La z de Óscar Iván no era del zorro sino de zorrillo, y es apenas natural que su campaña huela mal.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
10 de mayo de 2014

Seducido por el novedoso y fascinante cargo de body man que ocupa su hijo, tenía definido mi voto por Juan Manuel Santos hasta que estalló el escándalo de JJ Rendón y Germán Chica: ¿qué tipo de gente rodea al presidente? ¿Cómo puede una persona de apellido Chica armar un lío tan grande? ¿No sería paradójico que JJ, rey de la guerra sucia, termine involucrado en un caso de lavado?

En cambio, la campaña de Zuluaga cada día me seducía más. Hace apenas unas semanas paseaban al pobre Óscar Iván de pueblo en pueblo: le daban pastillas contra el cólico para que aflojara la frente; lo sentaban con las piernas cruzadas; le ponían gafas oscuras; lo subían a las tarimas para que Álvaro Uribe le levantara un brazo. Parecía la versión colombiana de Este muerto está muy vivo. 

Pero los esfuerzos eran infructuosos y el candidato padecía de lo mismo que el gobernador Guerra Tulena: falta de recordación. Hasta que, súbitamente, unos asesores brasileros lo rescataron: cambiaron el logo de la campaña por una zeta similar a la del célebre Zorro, que inicialmente era una S porque Tomás Uribe diseñó el primer bosquejo; crearon el cargo de director espiritual para manejar asuntos ajenos a las carnitas y los huesitos; y lograron que Pacho Santos se incorporara a la campaña como body man de Zuluaga. Y entonces la aspiración comenzó a ser viable. 

“Me gusta este muchacho”, me dije cuando conocí su nueva publicidad: “Votaré por él”. Y si mi decisión implica el regreso al poder del proyecto uribista, adelante: que regresen con fuerza, qué más da. Que María Fernanda Cabal modifique la Constitución, facilite el regreso del Mesías y después se alivie en una matera; que doña Lina bote los muebles de Tutina y decore de nuevo la Casa Privada como si fuera una fonda paisa; que el propio Uribe asista a Yo me llamo para explicar un referendo. Bien pueden retomar el rumbo, exigir la columna de Gabriel Silva para José Obdulio Gaviria; desaparecer a los desplazados y regresar al concepto de migrantes internos. Y dar la bienvenida al Pincher Arias, Bernardo Moreno y otros buenos muchachos al gabinete presidencial.

Se lo merecen. Finalmente, gracias a Zuluaga las elecciones salieron de su letargo. Hasta hace poco, lo más emocionante de la campaña presidencial era un comercial de Marta Lucía Ramírez en que aparecía arrancándose un esparadrapo de los labios. Si se lo hubieran dejado, hoy estaría disparada en las encuestas. Y si esa idea se les hubiera ocurrido a los asesores de Clara López, hoy la tendrían depilada. ¿Qué hicieron con la cinta? ¿Aún tiene pegante? ¿Se la prestaron a Peñalosa, acaso, que desde hace dos semanas no habla? 

Como sea: gracias al repunte de Zuluaga, resucitaron las elecciones y me decidí a cambiar al presidente-candidato por la marioneta-candidato.

Pero entonces atraparon a Andrés Sepúlveda, el famoso hacker de su campaña, y la noticia me dejó devastado.

Inicialmente observé lo que Sepúlveda escribía en su cuenta de Twitter: incitaban al odio de manera tan incendiaria e  irresponsable que, por momentos, uno creía que estaba leyendo a Fernando Londoño. Luego me fui enterando de otros detalles, como que Luis Alfonso Hoyos llevaba al hacker a las salas de redacción. Pero no me sorprendí: haber nombrado al doctor Hoyos como jefe espiritual equivalía a nombrar al doctor Mata como gerente ético.

El escándalo crecía, pero no pensaba cometer dos veces el mismo error. Así es la política en Colombia, me dije: no me puede dar asco a estas horas de la vida. La Z de Óscar Iván no era del Zorro sino de Zorrillo, y es apenas natural que su campaña huela mal. Si me pongo purista, me quedo sin candidato. 

Aguanté el escándalo con hidalguía e incluso ideé un plan para recomponer los cuadros de la campaña: iba a sugerir que reemplazaran a Sepúlveda con JJ, que anda desempleado. Y si su tarifa asciende a los 12 millones de dólares, al menos con La Coneja Hurtado, que seguramente será deportada por el nuevo presidente panameño. También que José Obdulio Gaviria fuera el nuevo director espiritual para que se comunicara telepáticamente con Luis Carlos Restrepo, cuya experticia en montajes ayudaría en este momento sucio de la campaña.

Pero entonces revelaron un detalle que no pude soportar: y es que el candidato tomaba clases de actuación con Miriam de Lourdes, y que su asesora de imagen era Lina Luna, la actriz de Francisco el matemático, a su vez esposa del hacker. Y entonces no pude más: ¿a eso hemos llegado? ¿Hace cuánto no actúa Miriam de Lourdes, santo dios? ¿Qué podía sumarle una clase de ella a la riqueza gestual del candidato, a su sombrío entrecejo? Y lo más grave: ¿por qué acuden a una actriz de Francisco el Matemático? ¿Es un guiño a Pacho Santos? ¿Pacho tiene ábaco, siquiera? ¿Qué sigue en esta degradación de la política colombiana? ¿Vincular a la campaña al elenco de Padres e hijos? ¿O las historias de Padres e hijos están reservadas para Santos y su body man?

No votaré por Santos; muchísimo menos por Zuluaga. Y al revés: lo insto a que, contrario a lo que hizo Lina Luna, renuncie a su candidatura e ingrese al mundo de la actuación. Podría protagonizar la tercera parte de Este muerto está muy vivo. 

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