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¿Con que así eran los próceres?

"Cuatro años de sacrificios por la patria para sacar adelante un proceso que cambiará nuestro rumbo"

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
28 de agosto de 2016

Me dirán cursi, me dirán patriotero, pero confieso que tan pronto como anunciaron que el fin del proceso había llegado, quise que mis hijas y mi esposa fueran testigos directos de la historia, y les pedí que siguiéramos las noticias en familia. De manera que alineé cuatro sillas delante del televisor, a manera de teatro; prendí el televisor, y las llamé al orden para decir unas palabras, a manera de preámbulo:

–Querida familia: la Diosa Fortuna quiso depararnos el honor de asistir a un acontecimiento histórico –anuncié con voz emocionada–: acomódense y observen lo que sucederá en esta pantalla, porque no lo van a olvidar nunca.

–¿Qué es la Diosa Fortuna? –preguntó mi hija menor–. ¿Una nueva telenovela?

– ¿Por qué no ponemos más bien algo de Netflix? –intervino la mayor.

Justo entonces la voz de Jorge Alfredo Vargas se abrió pasó en medio de una cortinilla de heraldos de última hora, para informar, efectivamente, que las Farc y el gobierno habían culminado la negociación, y que la firma de los acuerdos era un hecho.

–Pónganse de pie –ordené–: esto es como observar la batalla del puente de Boyacá.

–¿Nos vamos de puente a Boyacá? –preguntó mi hija mayor.

–Dejen oír- gritó mi esposa.

–Esto, niñas, es historia patria: historia patria en vivo y en directo –dije preso de emoción.

–¿Otra vez corre Mariana Pajón? –se interesó la menor.

–Mejor que eso –reviré sosteniendo un puchero–: ¡ya viene la paz! ¡Este es un nuevo 20 de julio! ¡Guarden esta fecha en su memoria!

– Pero mi iPad ya no tiene memoria –se quejó la mayor.

– Sus nietos estudiarán la vida del doctor De la Calle así como ustedes hoy estudian la de Simón Bolívar –les dije, y continué, con un grito envuelto en llanto–: ¡viva Colombia!

Para ese momento, mi mujer ya seguía la noticia en otro cuarto, y las imágenes mostraban fotos de lo que sucedía en La Habana: apiñados en una sala oscura y diminuta, como de los años setenta, aparecían los negociadores de un bando y del otro, al lado de Juan Fernando Cristo, Rafael Pardo, Iván Cepeda y Roy Barreras, entre otros.

–¿Esos son los próceres? –observó mi hija mayor, desilusionada.

–Pues sí– titubeé yo.

–¿Y por qué tienen camisas de maternidad?

–Se llaman guayaberas.

–Hay un prócer en piyama –anotó la menor.

–Es Iván Cepeda –le expliqué–: un señor muy importante. Sino que se viste así.

Intenté entonces unas reflexiones sobre lo importante que resulta no detenerse en los asuntos de forma, sino de fondo, pero justo cuando comencé a expresarlas me di cuenta de que me habían dejado solo. Y de abandonado y solo sería testigo de tan histórico momento.

Así es. Cuando uno cree que la historia se escribe en letras doradas sobre un fondo de terciopelo, Roy Barreras filtra las fotos del momento más importante de la historia reciente de Colombia para que uno comprenda que sus protagonistas parecen miembros de una excursión del Plan 25 de Sam: tristes y voluminosos turistas a los que solo les faltaba ceñirse un canguro en el abdomen y subirse en un pullman descapotable que los lleve a conocer La Habana.

Pero la historia nunca se escribe con letras mayúsculas. Trasladado a la luz de hoy, Francisco José de Caldas sería una especie de Armandito Benedetti, cosa triste. Las estatuas del futuro estarán sembradas con justicia por figuras en bronce de Frank Pearl y Sergio Jaramillo, el uno mordiéndose el labio, el otro con el maletín atiborrado, y el tobillo, libre de medias, apretado en un zapato de cuero; y en Palacio habrá un fresco gigante de la escena en que Roy Barreras en camisa de mangas posa al lado de un montón de personas en guayaberas color curuba que lo mismo podían ser senadores que directores técnicos de fútbol. Cosa triste.

Más allá de eso, sin embargo, se merecen su lugar en la historia. La convivencia de los negociadores compartiendo vivienda en Cuba durante cuatro años es una épica igual de heroica a la de Ricaurte en San Mateo.

–¿Alguien cogió mi crema para los hongos?

–No, Sergio: y le insisto: si se va a poner zapatos de cuero, póngase medias…

–¿Quién dejó estos calzoncillos en la ducha?

– Son del general Mora.

– ¿Cómo saben que son míos?

– Por el camuflado…

– Qué desorden, de verdad.

–Humberto, tenga paciencia, deje de regañarnos…

–Pero es que son muy desordenados: el otro día agarré una sábana suya tirada debajo de la cama…

–Primero, no era mía: era de Luis Carlos Villegas. Y segundo, no era una sábana: era su camisilla de dormir.

–¿Frank, mucho pedir si deja de hacer ruiditos?

–No son ruiditos: estoy tarareando una canción de Supertramp.

–Quién dejó todo untado de Colgate el lavamanos…

–¡Cuál Colgate! ¡Esa es era mi crema de los hongos!

–Bueno: al menos apareció.

Cuatro años en esas: cuatro años de sacrificios por la patria para sacar adelante un proceso que cambiará nuestro rumbo. Sí: tendrá sus asuntos polémicos, sapos duros de tragar, como que otorguen diez asientos a las Farc en el Congreso. Pero se lo merecen, por bandidos. Deberían darles más curules hasta que escarmienten.

Busqué a mi mujer para celebrar la noticia, pero una telenovela absorbía su atención. Creo que se trataba de La Diosa Fortuna.

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