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El avión de Santos

Llevó dos aviones: el primero era una nave de carga acondicionada para llevar un coctel entero. Casi hace escala en Cartagena para recoger a medio Hay Festival.

Daniel Samper Ospina, Revista Semana, Daniel Samper Ospina
6 de febrero de 2016

No se lo voy a negar a nadie: descansé cuando el expresidente Uribe no aceptó la invitación para viajar con Santos a la celebración de los 15 años del Plan Colombia en la Casa Blanca. Imaginaba la escena en el aeropuerto militar de Catam y me llenaba de ansiedad. Uribe llegaría con Pachito Santos.

–Pero si la invitación era para usted solo, doctor Uribe –le reclamaría Santos.

–¿Y no dizque uno podía traer una maleta? –reviraría Uribe.

Pachito, efectivamente, terminaría viajando en la bodega: su condición de carga para el uribismo lo habilitaría para ocupar tal compartimento. Y Uribe amagaría con ingresar al avión, pero instantes antes señalaría otra nave:

–Presidente Santos, ándate vos en ese helicóptero, y nos vemos allá…

¿Cómo podía ser un vuelo de seis horas en que Uribe y Santos comparten avión? ¿Pelearían a grito herido ante el primer conflicto?

–Quitá el brazo de mi apoyabrazos!

–El suyo es el de la derecha, señor Uribe.

–Y el de vos el de la ultraizquierda, traidor…

–Traidor usted, ¡rufián de barrio!

–Parate a ver, canalla, castrochavista…

–No puedo, porque me estoy apretando el cinturón.

Posteriormente, se echarían en cara la paternidad del escándalo de Reficar, asunto que, según Santos, comenzó en el gobierno anterior. Y razón no le falta. La verdad es que el gobierno de Uribe produjo unos engendros lamentables: para empezar, la propia presidencia de Santos.

Con todo, era preferible la pelea de los exmandatarios a que se reconciliaran en pleno vuelo y terminaran saludándose con cariño:

–Hola, Juan Manuel: pareces una quinceañera.

Porque, en tal caso, ya no habría motivos para apoyar a Santos. Siempre lo diré: Uribe es el primer responsable de que no pueda ejercer mi antisantismo a plenitud. En el preciso momento en que aclaro la garganta para hablar del gobierno perverso del presidente, surge un grito guerrerista de Uribe que me obliga a situarme en la misma orilla, si no de Santos, al menos de su proceso de paz. Porque nadie podrá quitarle al presidente que delineó un proceso de paz sólido. Son las ventajas de saber utilizar el delineador.

El hecho es que Uribe no viajó, para fortuna de todos: no se sumó a la formidable celebración del Plan Colombia en la que Santos tiró la casa por la ventana. Llevó dos aviones: dos. El primero era una nave de carga acondicionada para invitados especiales, en la que cabía un coctel entero: viajaron empresarios, políticos, exgenerales acompañados por sus familias. El avión casi hace escala en Cartagena para recoger a medio Hay Festival. Pudo haber ido hasta Pum Pum Espinosa: ¡hasta la Chiqui Echavarría!

Eso en cuanto al primer avión; el segundo era lo que un periodista llamaba “el focker del presidente”, frase que rechazo de entrada porque no es manera de llamar a un mandatario, tenga las credenciales eróticas que tenga.

En esas dos naves, pues, la comitiva se desplazó a Estados Unidos con la misma velocidad con que los campesinos se desplazaban durante el Plan Colombia, y por un momento tuve la felicidad secreta de no hacer parte del paseo, sin querer decir con esto que no me habría encantado codearme con el general Serrano y su hijo Franz y estrechar la mano de los senadores gringos que nos salvaron de nosotros mismos desinteresadamente, muy queridos. Pero imaginaba a Telésforo Pedraza bailando al compás del grupo Delirio, por ejemplo, y me resultaba liberador no ser testigo presencial de la escena.

A medida que pasaban las notas de prensa, sin embargo, reconocí que me estaba dando consuelo. ¿A quién quiero engañar?, me dije: ¡habría dado la vida por estar en la cochada de los buenos, de los que salvaron el país! Inundar las selvas de glifosato; ser sobrino de Pastrana y no de mi tío Ernesto, por ejemplo, quien, dicho sea de paso, no clasificó al paseo porque dejó vencer la visa. Ahora organiza un encuentro de

desagravio con los hijos de Barco y Belisario. Lo llamará ‘El Plan Barichara’, porque, por consideración con el líder conservador, lo harán allá.

A la Casa Blanca, en cambio, viajaron los que redimieron a la patria, aunque, por desgracia, no juntos. Pastrana no se quiso montar en el chárter presidencial, e hizo bien, porque seguramente Santos lo habría mandado en clase económica, mientras él se acomodaba plácidamente en clase ejecutiva: Santos, finalmente, es un traidor de clase. Además, lo habría sentado al lado de una silla vacía, para que recordara viejas épocas, y le pondría conversación:

–Andrés, hombre, ¿por qué no le gusta mi proceso de paz?

–Porque uno no negocia con bandidos: máximo los nombra en la Secretaría General.

–Pero usted negoció con las Farc…

–Porque en mi época eran buenos.

–¿No será envidia?

–No señor: usted se recuerda que mi proceso de paz sí fue serio, o si no pregúntele a Marbelle: llevamos a Jorge Barón, a Gali Galiano. La gente estaba feliz. En cambio en este ni siquiera hay despejes.

La jornada, en todo caso, terminó de manera feliz. Hubo desayunos, bailes y discursos memorables. Tristemente, Pastrana y Santos no limaron asperezas. Y Uribe sigue bravo. Pero siempre queda la opción de que hagan las paces en otra cumbre. Quizás en los 15 años del Plan Barichara.

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