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No nacimos con corona

¿Quién es ese tal Steve Harvey? ¿Y de cuáles Harvey es? ¿Es algo del inolvidable Juan Harvey? Y sobre todo: ¿quién le enseñó a leer? ¿Simón Gaviria?

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
26 de diciembre de 2015

Una indignación febril recorrió mi cuerpo cuando observé que, en medio de la más impune desvergüenza, el presentador Steve Harvey retiraba la corona de la Señorita Colombia, Ariadna Gutiérrez, y se la reasignaba a Miss Filipinas:

–¡¿Pero qué se están creyendo?! –vociferé delante de la pantalla–: ¡nos están robando de nuevo! ¡Me duele mi país! –grité–; ¡me duele mi patria! ¿Esta es la paz de Santos?

–Cálmate –pidió mi mujer–: en este país han pasado cosas peores…

–¡¿Peores que esta humillación?! –reviré–: ¡¿Dime una sola cosa que sea igual a esta ignominia?!

–¿Te suena el caso de un magistrado de apellido Pretelt?

–¡No se compara a esta afrenta! –la increpé– ¡¿Qué es esta vejación?!

–No se dice vejación: se dice viejerío. Y se llama reinado –continuó impasible.

Nunca me ha resultado fácil acoplarme a esa manera tan colombiana de perder, generalmente precedida por un ímpetu de ilusión que profundiza la tragedia. Y esta vez me ardía la sangre porque el honor tricolor estaba en juego: se entiende que los gringos impidan que los colombianos coronen en sus tierras, pero no de esta forma.

Es cierto que algunos detalles del reinado me produjeron desconfianza desde un inicio: no me resultaba normal que la candidata se llamara Ariadna y no Adriana, por ejemplo, o que el presentador tuviera cierto aire al señor de la propaganda de “Bloqueo, bloqueo, bloqueo”; mucho menos que uno de los jurados, que se hace llamar Pérez Hilton, se vistiera de manera idéntica a Poncho Rentería, pero sin hacer gala de su famosa capacidad de análisis ni de su misma gracia social.

Pero no pude soportar que mis malos presagios se convirtieran en realidad y una vez nuestra reina quedó a merced del ridículo mediático me invadió la ira. ¿Quién es ese tal Steve Harvey? ¿Y de cuáles Harvey es? ¿Es algo del inolvidable Juan Harvey? Y sobre todo: ¿quién le enseñó a leer? ¿Simón Gaviria? ¡Era un papel con tres renglones, únicamente, y en uno decía en letras grandes: “Ganadora: Filipinas”! ¿Cuál parte no comprendió?

Es duro perder una corona, y lo afirmo con conocimiento de causa porque, como lo puede certificar mi odontólogo, hace poco me sucedió a mí mismo. Pero no iba a permitir que nos embaucaran de nuevo. Nos robaron Panamá: sobre mi cadáver nos robarían otra vez un trozo de la gloria nacional. Y menos en cabeza de Ariadna Gutiérrez, una niña tan dulce que podría haber aspirado al reinado de la panela.

Esperé la reacción del alto gobierno, pero el presidente resultó con un trino cursi según el cual Ariadna siempre será nuestra reina, frase a todas luces decepcionante para quienes especulábamos en las redes que el Ejecutivo haría respetar al país con la misma vehemencia con que lo hizo ante Nicaragua. Ariadna Gutiérrez, finalmente, era nuestra soberana, y en ese sentido este era un caso evidente de defensa de la soberanía.

Lo imaginaba convocando a la comisión asesora. María Ángela Holguín declararía que Colombia acataría el fallo, pero no lo aplicaría, y llamaría a consultas al embajador en Filipinas. La Armada soltaría una ‘ballenera’, con cadetes y reina, por las aguas continentales de las costas del Pacífico. Y Julio Londoño se iría de gira con Raimundo Angulo para cooptar el apoyo de otros reinados, incluyendo el de la uchuva y el de la cachama.

Pero el presidente no resultó con nada. Si Uribe estuviera en el poder, al menos le habría asignado a la reina un subsidio agrario.

Decepcionado de Santos, acudí entonces a nuestros perros de presa, Abelardo de la Espriella y Jaime Granados: aquel par de rottweiler, o aquel rottweiler y aquel bulldog, si se quiere ver así, capaces de todo, y los invoqué en las redes sociales.

El doctor Granados me respondió, con razón, que la indicada para manejar el caso era la doctora Springer Tocarruncho, alias Miss Austria. El doctor De la Espriella, en cambio, se tomó el encargo como propio y advirtió en diversos trinos posteriores que efectivamente demandaría, y por un momento supuse que de verdad estaba en Colombia, y que así como yo me servía de su trabajo para hacer chistes, él ahora se servía de mis chistes para hacer su trabajo.

Pero no fue capaz de poner su diseño de sonrisa al servicio de la causa, y a la fecha nadie ha resultado con algo que nos restituya la dignidad. La figura de Ariadna Gutiérrez, plena y feliz, blandiendo una banderita colombiana del tamaño del fiscal Montealegre; y la posterior de Paulina Vega sobándole la espalda a su paisana mientras le retiraba la corona, me rebullen la sangre. En Sincelejo alcanzaron a encender el carro de bomberos; Roy Barreras ya había desempolvado la Cruz de Boyacá; Poncho Rentería, nuestro Pérez Hilton, había comenzado la lista de invitados para el coctel de bienvenida, buenas, buenas.

Volví a quejarme ante mi mujer:

–¡Este robo es indignante! –resoplé.

–Indignantes los escándalos de corrupción –respondió sin que se le moviera una ceja.

Entonces recordé al doctor De la Espriella y lo imaginé entregado a su defensa del magistrado Pretelt. Y pensé que si lo sacaba inocente, un buen deseo para el Año Nuevo es que, al menos, quien lea el fallo sea el presentador Steve Harvey.

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