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Ordóñez es Trump: Las elecciones gringas explicadas a los colombianos

El conservador Partido Republicano tiene de símbolo el elefante, estandarte hurtado al samperismo. El símbolo demócrata, equivalente al liberal, es un burro, figura del pastranismo. Vaya paradoja

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
10 de septiembre de 2016

El mundo está enfermo, y por eso compiten por la Presidencia de Estados Unidos una ex primera dama y un extremista de peluquín, como si los de la república bananera no fuéramos nosotros sino ellos: ¿dónde quedó la democracia gringa de antaño, seria y ejemplar, que producía candidatos como Ronald Reagan, el Jorge Enrique Abello de allá? ¿Cuál analista podría discernir, hoy en día, si semejantes desgarros de nepotismo y violencia verbal son producto de la campaña gringa o de la nicaragüense?

La situación resulta tan dramática que he decidido aprovechar la destitución de Alejandro Ordóñez para traducir al colombiano lo que sucede en Estados Unidos. No en vano, cualquiera reconoce que, ahora que fungirá de candidato (con recursos de su bolsillo y ya no del nuestro, con lo caro que está todo: pobre), Ordóñez es la versión colombiana de Donald Trump: un hombre que se siente ungido por la luz divina para imponer el orden ante ateos, comunistas, homosexuales, negros y demás relativistas de la moral que abusan de su condición de minorías para ejercer su matoneo.

Lo primero que debemos comprender, entonces, es que, así como acá agoniza el Partido Conservador, allá subsiste el Partido Republicano, cuyo símbolo es el elefante, estandarte que fue hurtado del samperismo colombiano. En cambio, el símbolo del Partido Demócrata, equivalente al Liberal, es un burro, figura representativa del pastranismo: vaya paradoja.

Bien. Dentro del Partido Republicano, existe la tradición de que se lance como candidato un miembro de la familia Bush, que son los Pastrana de allá. Son varios hermanos Bush, por lo que tendríamos que suponer que Juan Carlos Pastrana también aspira. Y cuando digo que “aspira” me refiero a que anhela, nada más: que eso quede claro.

Para el caso, entonces, también tendríamos que suponer que Juan Carlos tiene votos. Y no pocos, como pensarían algunos, sino un huevo. Y cuando digo “un huevo”, me refiero a que tiene un montón de votos: no aludo a esa desagradable acusación que lanzó José Obdulio Gaviria –primo del Al Capone de ellos-, contra el pobre Juan Carlos, de quien dijo, en un trino memorable, que era un castrati. No un castrati-chavista, porque Juan Carlos no apoya la paz, salvo la que se dio entre su hermano Andrés y el patrón de José Obdulio, gracias a la cual superaron el incidente, espero que para siempre, porque, si me permiten la expresión, al perro no lo capan dos veces. Sino castrati en el sentido más agudo del término. Una acusación grave: otra paradoja.

Bien. El asunto es que en la convención del Partido Conservador, a la Casa Pastrana la derrota un candidato extremista e incendiario al que nadie le auguraba mayor futuro: y acá entra al juego, al fin, Alejandro Ordóñez.

Ordóñez se enfrenta, entonces, a la esposa de un expresidente liberal. Para efectos pedagógicos, digamos que Tutina, porque todo esto tendría que suceder ya no en el gobierno de Santos, sino cuando la Presidencia de Colombia sea ocupada por un afrodescendiente: se me ocurre Alfonso Gómez Méndez, a quien Santos alguna vez graduó como “la cuota afro de mi gobierno”. (La cuota afro de ahora no tiene pelo: una paradoja más.)

La campaña presidencial es intensa. A la segunda esposa de Ordóñez, que –para seguir con el ejemplo- ya no sería su primera mujer, Beatriz, sino la modelo Amada Rosa Pérez, echan en cara haber posado alguna vez para la revista SoHo, y publican de nuevo las fotografías eróticas en que exhibió su portentoso cuerpo. Como respuesta, Noticias RCN, que equivale a Fox News, amplifica un escándalo protagonizado por Tutina en el que se descubre que, mientras ejercía como primera dama, utilizaba su correo personal, y no el de la Presidencia, para cruzarse mensajes con Aida Furmanski, en un descuido que atentaba contra la seguridad nacional, toda vez que el hacker Sepúlveda podía haberlos interceptado.

La campaña de Ordóñez, por su parte, arma una gran convocatoria en la Catedral Primada para proclamar al candidato, y en ella Amada Rosa lee un discurso plagado de frases de novelas y artículos de Patricia Lara. (Porque, también para efectos pedagógicos, debemos suponer que Patricia Lara sigue siendo la esposa de Gómez Méndez, y actúa como la primera dama de la Nación.)

Algunos periodistas, que logran permanecer despiertos en el evento, se percatan de la situación y revelan el plagio, ante lo cual el candidato Ordóñez desvía la atención extremando su discurso: advierte que construirá un muro en la frontera con Venezuela, y que lo hará pagar a los venezolanos; y promete pedir a los agentes de Inmigración del antiguo DAS que realicen un test ideológico para atajar la entrada al país de los liberales/ateos/homosexuales/ecologistas que osen visitarnos: si no vienen a comprar comida a Cúcuta, que se larguen.

La situación se torna incierta. Para que el país no se levante con el pie izquierdo, los civilistas hacen fuerza para que pierda el candidato de extrema derecha: otra cruel paradoja. Pero, al decir de las encuestas, queda poco por hacer: a lo sumo exiliarse en alguna república platanera del tercer mundo. Que sería Estados Unidos. 

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