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Pardo y Peñalosa: ¡únanse!

Confiaba que la campaña de Pardo tendría la fuerza para arrebatarle la Alcaldía a la izquierda o al menos para que dejen de confundirlo con Rodrigo Pardo.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
7 de marzo de 2015

Leía la noticia de que Peñalosa aspirará a la Alcaldía de Bogotá cuando mi hija, la mayor, me interrumpió para mostrarme la foto de un vestido:

–¿De qué color crees que es? –me preguntó.

–Otra pregunta, amiga, otra pregunta, –le respondí, confiado–: es blanco con dorado.

–Pues hay gente que lo ve dorado con blanco y gente que lo ve

azul –me dijo con suficiencia–: depende del hemisferio del cerebro que utilices.

–Pues la gente que lo ve azul y blanco debe ser hincha de Millonarios –le respondí para ir enseñándola–, de modo que no utiliza ningún hemisferio.

Mi hija tenía razón: circula por internet la foto de un vestido que es idéntico a Angelino Garzón: a veces es de un color y a veces del otro, según como amanezca. A veces es de izquierdas y a veces de La U; a veces se quiere lanzar a la Alcaldía de Cali y otras a la de Bogotá. Depende del hemisferio que utilice.

Lo mismo sucede con el vestido: los racionales lo ven de color dorado; los creativos, azul. Los optimistas, incluso, ven el vestido medio lleno. Y hay quienes ni siquiera lo ven, como Ímer Machado, el árbitro de fútbol.

El hecho es que desde que conocí el famoso vestido, tengo miedo de que las grandes verdades de mi vida, aquellos postulados que consideraba sólidos y fijos, no sean más que pasajeras interpretaciones del cerebro: ¿y si Petro ha sido buen alcalde? ¿Y si Uribe en realidad es un prohombre? Aun peor: ¿y si los pantalones de Hollman Morris son negros, pero lo vemos color aguamarina por una ilusión óptica?

Todo me tiene afectado.

En especial lo de Hollman, a quien siempre he admirado porque es radical en el pensamiento, pero semejante en la pinta al más vigoroso baladista romántico que haya tenido el país. Imagino su video de campaña a la Alcaldía: Hollman, pantalón aguamarina, ceja levantada, mirada en lontananza, camina lentamente mientras lanza piedras a un estanque. Cae el atardecer. Hollman avanza en la pradera: el chal tejido, la cara de chusco, la loción Gustavo, by Petro, vaporizada en el cuello. Y, tras su paso, las compañeras de izquierda caen fulminadas, como lo harán los votantes: ¿quién no apoyaría al otrora periodista avezado? ¿Como político también es avezado? ¿Y a cuántas? ¿A cuántas ha besado? ¡Cómo no llevar hasta las últimas consecuencias la política del amor en la persona de este Fernando Allende del subsidio, este Guillermo Capetillo de la justicia social, Galy Galiano ahora de la planeación urbana!

Imaginaba al romántico de la censura recibiendo las banderas de su líder político, y me erizaba:

–Toma mi legado, hijo mío: Petro, es decir yo, te entrega sus banderas. Planead con el método del golpe avisa. Sea tu estrategia la prueba y el error. Recibid mis armas, mi megáfono; ¡haga juego con tu pinta la boina que te entrego, comandante Hollman! ¡Duerma la perrita Bacatá sobre tu chal de lana!

Pero sin la certeza del color de sus pantalones, Hollman dejará de ser el metrosexual del progresismo y pasará a ser, simplemente, un petrosexual. Y, desvanecido Hollman, la izquierda se unirá en torno a Clarita López.

Por eso, quienes contemplamos votar por candidatos preferiblemente adultos, sintiéndolo por Pachito, y preferiblemente lampiños, sintiéndolo por Clarita López, pensábamos apoyar a Rafael Pardo. No soportamos otro gobierno de izquierda. Y Pardo era nuestro hombre.

Impresionaba verlo disfrazado de político tradicional, dispuesto a aceptar adhesiones de cualquier color. Pero ya sabemos que el color es una construcción mental. Y que su aspiración requiere de apoyos diferentes al de su gavirismo natural, y más ahora, cuando dicha corriente está en manos de la segunda generación: de Simón, que tiene fama de iletrado; o de Nicolás, el falso sobrino de Gaviria que apareció en un video tambaleándose de la borrachera mientras gritaba a los policías: “Usted no sabe quién soy yo”. Definitivamente, sobrinos borrachos de expresidentes que sepamos comportarnos, quedamos muy pocos. Nicolás Gaviria no veía el vestido dorado ni azul: lo veía doble.

Confiaba en que la campaña de Pardo tendría la fuerza suficiente para arrebatarle la Alcaldía a la izquierda o al menos para conseguir que dejen de confundirlo con Rodrigo Pardo. A mucha gente le sucede. Depende del hemisferio con que lo vean.

Y me emocionaba su mejoría en las encuestas porque, hasta hace poco, el candidato era una persona técnica y serena, pero desconocida. Incluso se la pasaba aseverando él también “Usted no sabe quién soy yo”, pero no en tono amenazante, sino como un sincero reconocimiento a su situación en los sondeos.

El asunto es que, justo cuando su campaña comenzaba a despegar, Peñalosa coquetea con la idea de lanzarse, con lo cual se disputarán los mismos votos, como hace cuatro años. Y la ciudad quedará nuevamente a la deriva, si me permiten llamar de esa manera a Clarita López.

Por eso, imploro a Pardo y Peñalosa que se unan: ¡únanse! Señor Nicolás Gaviria y senador Merlano: ¡ustedes también! No lleguen divididos. Impidamos que a la ciudad la siga gobernando gente sin visión, como el baladista de la zurda. O Clarita López. O el mismo Ímer Machado, quien no ve el vestido azul ni dorado sino negro, como el futuro de Bogotá.

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