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Propuesta para desmovilizar al uribismo

Si Uribe afirmaba que el Black Hawk no se había accidentado, por algo sería: en últimas, nadie sabe tanto de siniestros como él.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
15 de agosto de 2015

Alguien lo tiene que decir: aunque consigan salir adelante los diálogos de La Habana, en Colombia no habrá paz si la sociedad civil no consigue que se desmovilice el uribismo.

Y no lo digo con ánimo de ofender a nadie, mucho menos al doctor Uribe, de quien he sido hincha desde sus épocas de samperista, cuando hacía campaña en el movimiento que por entonces mi tío Ernesto lideraba, el célebre Poder Popular, o Popó, como era su apócope familiar: hablo de tiempos lejanos, cuando Mosquera no era zona franca todavía y ni siquiera existían los Crocs. A lo mejor me gane un buen regaño en la casa por recordarlo, porque a mi pobre tío procuran afectarlo de tantos modos que lo único que falta es que lo acusen de ser uribista; pero fue al revés: Álvaro, si me permiten llamarlo de modo familiar, era samperista, y tejió con mi tío una amistad muy bonita que se deshizo con los años, lástima, aunque dios sabe cómo hace sus cosas porque, con la vocación de huida a los Estados Unidos de los uribistas, y la falta de visa de mi tío, esa unión de todos modos habría fracasado.

De manera que no lo digo por ofender, que quede claro, sino porque sueño con que Colombia alcance la paz, y la paz no se puede lograr con el doctor Uribe empeñado en incendiarla.

En un comienzo supuse que la afición de publicar fotografías de soldados heridos en su cuenta de Twitter, y esa forma ansiosa con que señalaba, casi con el deseo, que la caída del helicóptero de la Policía no había sido accidental, eran maneras de apoyar el proceso de paz: finalmente, cada soldado herido, y cada policía muerto, son argumentos para frenar la guerra, no para azuzarla. Además, si el doctor Uribe afirmaba, vehemente, que el Black Hawk no se había accidentado, por algo lo decía: en últimas, nadie sabe tanto de siniestros como él.

Pero comprendí que sus declaraciones no eran un gesto de apoyo al proceso porque, después de pronunciarlas, convocó una jornada contra los diálogos de La Habana a la cual bautizó la ‘Marcha por la dignidad del país’.

Por poco me sumo: yo también quería exigir una patria digna, en la que el presidente de la República no comprara congresistas con notarías en el baño presidencial; ni los líderes paramilitares ingresaran clandestinamente por el sótano del Palacio de Nariño; ni personajes con muertos a cuestas, como Salvador Arana, fueran nombrados embajadores de Colombia en el exterior.

Sin embargo, la virulencia de quienes marcharon, comprobada por algunas cámaras de televisión, me atemorizó, a la vez que me sirvió como fuente de inspiración para redactar esta propuesta: la propuesta de que, tan pronto como se firme el cese de la guerra con las FARC, se adelante de inmediato un proceso de paz con Uribe.

Sé que el planteamiento es polémico. Pero no podemos seguir haciendo el país de espaldas al líder del Centro Democrático quien, finalmente, también es colombiano.

Por eso, propongo una agenda de apenas cinco puntos, que se pueda negociar en cuestión de meses, no de años, en alguna isla panameña, con el fin de sacar del terrorismo verbal al expresidente y reincorporarlo a la vida civil.

Santiago Uribe hará los contactos iniciales. El uribismo nombrará como negociadores a todos aquellos que durante aquel gobierno hicieron, si no negociaciones, al menos negociados. Dolly Cifuentes y José Obdulio Gaviria liderarán el ciclo de narcotráfico; Andrés Felipe Arias, el de tierras. Se elaborará una zona de reserva campesina que proteja a la familia Dávila Abondano y demás terratenientes desamparados. Cercada por un muro que construirá Paloma Valencia, Carimagua se convertirá en centro de reclusión agrícola. El Ubérrimo será zona de circunscripción especial. Habrá un “Congresito” para que Fabio Echeverri proponga cambiar todos los “articulitos” que desee. Se expedirá una ley para repatriar a Luis Carlos Restrepo, Ernesto Yamhure, Luis Alfonso Hoyos y el Curita Velásquez, y otorgarles una curul a cada uno. Y, engañada de nuevo por la mala fe de su exnovio, Valerie Domínguez estampará su firma en el acuerdo final en las montañas de Córdoba.

Que gocen de impunidad Jorge Noguera, Mario Uribe y otros buenos muchachos será un sapo difícil de tragar, no digo que no; pero debemos garantizar el máximo de justicia que nos permita la paz, y no sería realista plantear penas con barrotes y piyama de rayas para quienes se extralimitaron en el gobierno del corazón grande. Y menos ahora, cuando la justicia transicional permite proponer penas sustitutas para todos ellos, tales como observar de manera obligatoria las emisiones de Noticias Uno, leer a Daniel Coronell o asistir a cocteles bogotanos.

Probablemente el fiscal Montealegre se atraviese con todo su poder para que los diálogos flaqueen y el presidente Santos los ataque con trinos incendiarios en los que afirme que la caída del helicóptero en que viajaba Pedro Juan Moreno no obedeció a un accidente.

Pero si de verdad queremos una patria digna, es necesario hacer la paz: de lo contrario, seguiría nuestra incesante ingesta de apócope familiar.