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Su misión, señor Tom Cruise, si decide aceptarla...

–Ven para acá, Uribe, para darte lo tuyo– dirá el patricio venezolano. –Sea varón, le doy en la cara, marica– responderá el mesías colombiano.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
29 de agosto de 2015

Buenos días, Tom.

Colombia y Venezuela son dos republiquetas bananeras ubicadas en la zona tropical de Suramérica.

Son países hermanos, bastante similares, aunque con giros que los diferencian: el uno es cuna del Tigre Falcao, el otro del Puma Rodríguez; en el uno existe un cartel del papel higiénico, en el otro hay escasez de papel higiénico; en uno nació el muñeco Kini, creación del ventrílocuo Carlos Donoso; en el otro Pachito, creación del ventrílocuo Álvaro Uribe Vélez. Y cada uno produjo líderes folclóricos y mesiánicos a su manera: el de Venezuela se llamaba Hugo Chávez, se bañaba en tres minutos y cantaba joropos en las alocuciones presidenciales; el de Colombia, Álvaro Uribe, se sonaba en los ríos con la mano y tomaba café montado sobre un caballo.

Chávez pasó a mejor vida y dejó el poder en manos de su mascota preferida: el presidente Nicolás Maduro, a quien puedes observar en este video pidiendo que se multipliquen los panes y los penes y asegurando, en esa misma línea de aseveraciones urológicas, que suele hablar con un pajarito.

Reconocerás a Maduro porque es la única persona del hemisferio que amenaza con un autosuicidio; califica a un ciclista como “tetacampeón” por haber obtenido cinco medallas; mide el tiempo en milímetros; cree que el día tiene 35 horas y lee, en palabras suyas, “millones y millonas” de “libros y libras”. Pobre.

Bien: Maduro procura inventar una guerra con Colombia para distraer la atención sobre su corrupto y desastroso gobierno bolivariano. Por eso, por primera vez en toda esta saga fílmica, no tendrás una misión, sino varias.

Tu primera misión, si decides aceptarla, es no poner esa cara. ¿Qué podemos hacer si ese es el nivel de los próceres tropicales? Para que te des una idea: el Churchill del sector es Juan Manuel Santos, este personaje de ojos inflamados a quien puedes ver en el video embutido en una licra azul rey mientras tambalea sobre una bicicleta.

Así están las cosas por acá. Eso es lo que hay. Acomódate y sigamos.

Tu segunda misión es viajar a Colombia, a la ciudad de Medellín. Decidimos no mandarte a Cartagena, como inicialmente estaba previsto, por asuntos de presupuesto: allá los restaurantes cuestan un ojo de la cara y, además, existe el ‘Factor Dania’, sensible en agentes secretos americanos, como tú. Y el palo, Tom, no está para cucharas. Y menos el tuyo.

Inventa en Medellín que estás filmando una película o promoviendo la Cienciología en compañía de Andrés López, tú verás. Una vez allá, ingiere lo que llaman ‘bandeja paisa’, un plato ligero que apenas incluye arroz, carne, fríjoles, aguacate, huevo, arepa y tajadas de plátano (de plátano Maduro) y, acto seguido, desplázate a la frontera venezolana para impedir la guerra entre los dos países.

No sé si has entendido algo hasta ahora, pero puedes repetir la grabación. Esta vez la cinta no se va a autodestruir en cinco segundos, a diferencia de Venezuela en manos del chavismo.

Sigamos. En la frontera, encontrarás a una persona de acento paisa que lanza improperios a través de un megáfono: no se trata de doña Gloria, a quien quizás conociste en Medellín, como guía turística de Metrocable. Se trata, en realidad, del senador Uribe. Cuando grite algo sobre las FAR, no está hablando de irse lejos. Simplemente incita a la guerra para ganar adeptos.

Separados por el río Táchira, y cada uno desde su propia orilla, es probable que Maduro y Uribe hablen como estadistas en los siguientes términos:

–Ven para acá, Uribe, para darte lo tuyo –dirá el patricio venezolano.

–Sea varón, le doy en la cara, marica –responderá el mesías colombiano.

Ya te dije: es lo que hay. Los desplazados que se fueron de este lado de la frontera por culpa del uno, hace unos años, regresan ahora por culpa del otro bajo el pretexto de que quienes cruzan el río –abuelas que cargan un colchón, niños que llevan gallinas– son temibles paramilitares.

No te enfades cuando intervenga el secretario de Unasur, a quien reconocerás porque suele tener sobrinos de primer nivel, de primero; ni te emociones si te gritan ‘pitiyanqui’ porque, aunque lo parezca, no es un término tierno; ni te impresiones cuando dejen metido al defensor del pueblo en la frontera.

Tampoco te afanes si un colombiano reconoce tu nacionalidad y envía contigo un burro de regalo para el presidente Obama: al revés. Si el burro tiene bigotes, acéptalo, porque se trataría de Maduro. Así acabaríamos con el problema.

En síntesis, Tom, tu misión es, si decides aceptarla, sobrevivir a la bandeja paisa; mejorar la popularidad del líder de Unasur; no confundir al defensor del pueblo con Armando Manzanero; evitar la guerra a como dé lugar y poner en su sitio a Maduro, para lo cual debes ir buscando un corral.

La organización dispuso para ti un kit con lo necesario para que emprendas la tarea: incluye pasaporte falso, sombrero vueltiao y caja de Lomotil.

Como siempre, si te atrapan o caes muerto, nuestro gobierno negará tener conocimiento de tus actos. Seguramente te disfrazarán de guerrillero para presentarte como falso positivo.

Ahora sí, esta cinta se autodestruirá en… ¡Tom! ¡Espera! ¡Vuelve! ¡No huyas! ¡Regresa, cobarde, pitiyanqui!

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