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Tengo la fórmula para tumbar al fiscal

Una vez arrejuntados, la opinión no perdonará que el fiscal tenga a Lucio de compañero de cama, y lo tumbará.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
10 de octubre de 2015

El mismo día en que se agravó la pelea entre Álvaro Uribe y el fiscal Montealegre, conocí el estudio de una universidad de California según el cual los hombres bajitos viven insatisfechos en términos sexuales.

–Eso lo explica todo –le comenté a mi mujer–: con razón esos dos son tan amargados.

–Tú tampoco te creas Peñalosa –me advirtió.

Eso lo explica todo. Yo sabía que, por alguna extraña razón, las personas bajitas tienen ínfulas de grandeza: Hitler y Napoleón. Franco y Kim Jong-il. Uribe y el fiscal. Y esa extraña razón, se viene a saber ahora, es la insatisfacción amatoria. Todo parece indicar que la terquedad para no cambiar de posición del doctor Uribe no solo sucede en la política. Y que la precocidad del fiscal no es característica que suceda únicamente cuando emite juicios.

Así las cosas, es apenas natural que Montealegre sueñe con encarcelar a Uribe, y este, a su vez, con que el fiscal se caiga por el escándalo de la nómina paralela: aquellos contratos millonarios, algunos de ellos girados a Natalia Springer, o madame Tocarruncho, ante el cual el llamado ente investigador amenazó con abrir en el país el capítulo de los nombres verdaderos, para angustia, no digo que de una Victoria Eugenia Dávila, pero sí de una Julia Salvi, o de una Chiqui Echavarría o de los familiares de la antropóloga Nina S. de Friedemann, que, como todos sabemos, en realidad se llamaba Saturnina Sánchez.

Por solidaridad ante su desempeño amatorio, esta vez me permito dar la razón a ambos. Creo, como el fiscal, que el doctor Uribe debe dar explicaciones ante la Corte Suprema por las declaraciones de un comandante paramilitar, y que la justicia restaurativa debería validar El Ubérrimo como colonia agrícola.

Y a la vez pienso, como Uribe, que el fiscal general se debe caer. Y como la lección, hasta ahora, es que en Colombia nadie se cae, y menos de la Fiscalía, ofrezco la única fórmula para que seamos capaces de salir definitivamente de él. Y es pedir públicamente a Carlos Alonso Lucio que lo despose.

Así es. Como cualquiera recuerda, en pleno ejercicio como fiscal general, Viviane Morales se casó con Carlos Alonso Lucio, un hombre que militó en todos los colectivos malévolos que despuntan en Colombia: carteles, guerrilla, paras. Solo le faltó jugar en Millonarios. Decían que era malo con ganas, malo para cualquier lado. Y que los únicos asomos morales que lo acompañaban eran los del apellido de su esposa.

De ahí que, cuando contrajo nupcias con Viviane, quien para entonces ya fungía como fiscal, las alarmas se encendieron: pocos creían que ella podría mantener equilibrio en su cargo con un marido cargado de pasado judicial.

No fue mi caso, sin embargo. Yo siempre creí en ellos. A veces imaginaba los diálogos de alcoba y me tranquilizaba:

–Hola mi amor, ¿cómo te fue hoy? Ya sabes nuestro pacto: no me cuentes nada del trabajo –decía Lucio.

–Imagínate que hoy, un fiscal me dijo que...

–Por favor, Viviane, no más con eso: te he dicho que no quiero saber nada. Mi ética quedaría comprometida. Y mi ética es lo único que tengo.

–Pero es una bobadita: una bobadita y ya.

–Bueno: pero entonces no me cuentes nada de ningún grupo al margen de la ley en el que yo haya participado.

–Es una cosa de la guerrilla…

–Estuve en la guerrilla.

–Te cuento entonces un chisme de los paras…

–Los asesoré, asesoré a los paras.

–Tengo entonces un superchisme de los Nule…

–No vuelvas con eso, que tú sabes que estuve con uno de los Nule.

–¿Y de los uribistas?

–Bueno: esos son los únicos que me faltan…

Al final tumbaron a Viviane a través de una argucia jurídica, pero todos sabemos que la verdadera razón fue su marido: muchos temían que una buena Fiscalía de ella le permitiera aspirar a la Presidencia, en cuyo caso Lucio sería la primera dama, se llamaría Lucía y probablemente se echaría henna.

Explico lo anterior para señalar que el camino ya está trazado. Consigamos que el doctor Lucio conquiste el corazón de Luis Eduardo Montealegre, a quien previamente convenceremos de que se cambie de equipo. ¿Cómo? No sé. Habría que preguntarle a Roy Barreras: si alguien sabe cómo cambiarse de equipo, ese es Roy, quien pasó de nombrar a Uribe como padrino de su hijo, a llamarlo terrorista. Una vez Lucio conquiste a Montealegre, la idea es que se casen, por la Iglesia de la Roca si hace falta. Tendrán que enfrentar la persecución del procurador, sí; aguantar comentarios desobligantes del senador Gerlein; soportar que Viviane proponga un referendo para que las mayorías decidan si personas del mismo sexo pueden tener alma; aguantar libros homofóbicos, como el Cristianos, salid del clóset de su propia autoría. Pero, una vez arrejuntados, la opinión no perdonará que el fiscal tenga a Lucio como compañero de cama, y lo tumbará. Así somos: toleramos extraños contratos multimillonarios, pero no pecados maritales. Y de paso, Lucio –que no es muy alto– recibirá su merecido porque lo estaremos condenando a ser cónyuge de un hombre bajito. Y gracias al estudio de la universidad, ya sabemos lo que eso significa.

Se me ocurre que Uribe podría ser el padrino de la boda.

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