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Un ‘baby shower’ para Villegas

¿Puede haber algo más lamentable que hacer parte del actual equipo ministerial? ¿Algo más sufrido? ¿Algo más triste?

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
23 de mayo de 2015

Ahora que lo nombraron ministro de Defensa, recuerdo como si fuera ayer el día en que Santos ofreció la embajada de Washington a Luis Carlos Villegas porque, por ese entonces, padecía mi reconocida adicción por la pornomiseria y en un primer momento pensé que me encontraba viendo una nueva temporada de Protagonistas de Nuestra Tele.

El presidente lo hizo en vivo y en directo durante un encuentro de empresarios de la Andi. Ante una numerosa concurrencia, Santos le declaró su amor al esmerado empresario rollizo, y pidió que continuara sirviéndole al país desde la embajada en Estados Unidos. Villegas reaccionó con un gesto de divertido desconcierto que se transformó, poco a poco, en un puchero emocionado. En medio del aplauso del respetable, que fue absorbido por una creciente música de violines, los dos se fueron acercando poco a poco y se fundieron en un abrazo fraternal. Súbitamente, Andrea Serna apareció en la tarima, tomó el micrófono y felicitó a Villegas por haber adquirido la inmunidad, en este caso diplomática, y acto seguido, y en compañía de la seguridad presidencial, los dos dirigentes se trasladaron a una de las 100.000 Casas Estudios que estaba regalando el gobierno, donde, para dicha del rating, Santos leyó el periódico en calzoncillos, como acostumbra a hacerlo, mientras Luis Carlos Villegas salía del baño con una toalla enrollada en la cabeza y confesaba que estaba embarazado, cosa que el país político ya presentía, a juzgar por su semblante.

Me costó una semana comprender que aquella vez no estaba viendo el regreso del reality más miserable de la televisión colombiana, sino un simple acto de gobierno de Juan Manuel Santos. Pero tuve la gallardía de reconocer el éxito del nombramiento cuando, a las pocas semanas de su posesión, científicos del Smithsonian descubrieron una nueva especie animal, el olinguito, al que describían como un tierno mamífero de cuerpo voluminoso y patas cortas, apetito voraz y notable agilidad para trepar, idéntico, en su formas, a un osito de peluche. Entonces comprendí que los científicos acababan de descubrir al doctor Villegas. Se lo debieron de topar en una calle de Washington.

Desde entonces le tomé cariño al industrial regordete y meritorio, y estuve tentado a mandarle ese blusón soñado, vaporoso, de colores vivos, que estaba en realización en Pipona’s, para que lo luciera en plena embajada cuando tuviera que traer las bolsas del mercado cargadas en las manos, mientras las medias de lana se le escurrían por las pantorrillas y le sudaba la frente: como muchos compatriotas, que también piensan en su bienestar, no quería que el doctor Villegas tuviera que apretarse de nuevo en esos pantalones que llevaba para negociar en La Habana, que ya le tallaban las tetillas.

Pero, como siempre me sucede, al final no hice nada: dejé pasar el tiempo, y al final no hice nada. Tengo ese problema.

Y ahora que lo nombraron en la cartera de Defensa, pienso ofrecerle un homenaje de desagravio.

La verdad es que el doctor Villegas no es tan mala persona como para integrar el gabinete de Santos: no merece semejante castigo. Porque, con la mano en el corazón, ¿puede haber algo más lamentable que hacer parte del actual equipo ministerial? ¿Algo más sufrido? ¿Algo más triste? Véanlos: la mayoría quieren ser presidentes, se detestan en silencio, se apuñalan. En cada consejo de ministros deben soportar asuntos insufribles: se aprietan en la mesa para que quepa el improvisado puesto del superministro Martínez. Vargas Lleras aparece con casco y chaleco, seguido por sus viceministros, alineados tras él como pollitos, y ordena al ministro de Hacienda, de quien dice que lo fatiga, que le gire una partida presupuestal. El presidente, que ahora procura dar muestras de autoridad, se distrae del consejo por escribir trinos desde su teléfono celular:

“@JuanManSantos: ministro de Vivienda: tiene que dormir en Salgar esta misma noche, ¿oyó?”.

–Sí, presidente, pero me lo puede decir a mí: estoy enfrente de usted.

Al final de la jornada, deben estar listos para que el superministro Martínez, ese superhéroe que es ministro de todo, pero a la vez de nada, y como tal se cobra los éxitos y se exculpa de los fracasos, los desautorice en público cuando involuntariamente se interpongan en sus intrigas para ser fiscal.

De premio, los mandan a que negocien en La Habana en sesiones eternas con guerrilleros intransigentes.

Por eso, lamenté que la repatriación del olinguito tuviera como pretexto su nombramiento dentro del gabinete santista. Ese no es hábitat para alguien como él. Y desde entonces organizo un homenaje de desagravio que compense los días amargos que se le vienen encima.

Será un baby shower, porque ese niño se le vino y uno lo reconoce con solo verlo.

Convocaré a todos sus amigos de despacho para que se hagan presentes con un detalle: Gina Parody, con una beca; Gabriel Vallejo, con una licencia ambiental; Santos, con unas rodilleras.

Por mi parte, le regalaré el camisón de maternidad que le tenía visto. Es holgado, como el presupuesto militar. Y a lo mejor le quede grande. Pero ese parece ser el requisito para que el presidente nombre a sus ministros.

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