Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Una semana en Colombia

En qué país vivimos, dios santo: los guerrilleros son gordos, los generales andan en pantaloneta, Pacho Santos va a ser alcalde de Bogotá.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
22 de noviembre de 2014

No fue una semana fácil. En menos de ocho días quedó expuesto lo que somos como país: el Consejo de Estado emitió un fallo que permite a los policías usar bigote, lo cual significa que el general Palomino estaba infringiendo la ley, que Clarita López moverá sus fichas para que la medida cobije a los aspirantes a la Alcaldía de Bogotá y que, ante el éxito de la norma, los magistrados autorizarán el bozo en las monjas de cualquier rango, y regularán la aplicación de gel en el ministro de Defensa y el exceso de blower en el copete de Maluma: ojalá lo hagan.

Continúo: Óscar Iván Zuluaga notificó que, por esta vez, el Centro Democrático no hará trampa a Pachito Santos, quien ahora pretende ser alcalde de Bogotá. Una periodista del canal RCN preguntó a la señorita Huila quién era Nelson Mandela mientras la obligaba a girar un hula-hula en la cintura, y ella respondió que era el fundador del Reinado Nacional de Belleza. Y, mientras avanzaba dicho evento, las Farc secuestraron a un general del Ejército que se adentró en chanclas y bermudas a una zona roja del Chocó. Eran tan extrañas las circunstancias del secuestro, que por instantes todo parecía un complot del expresidente Uribe: una vulgar cortina de humo diseñada para afectar la noche de coronación.

Pero si de verdad estuviera detrás de los hechos, Uribe habría filtrado en su cuenta de Twitter las medidas de la reina ganadora; redactado 62 capitulaciones en contra del desfile en traje de baño y acusado a Raimundo Angulo de castrochavista. Porque Uribe es muy hábil para ese tipo de cosas. Uribe se inventó la Confución.

Que no se crea tan imprescindible, en todo caso: siempre busca deslegitimar a las Farc, por ejemplo, como si ellas no pudieran hacerlo por sí solas. Uno ve a los guerrilleros de La Habana y se deprime: lucen gordos, viejos, decrépitos. Cada vez tienen más pinta de congresistas colombianos. Hacen planes absurdos: arrastran al dummy de Simón Trinidad por toda La Habana mientras debaten si lo que cometen son secuestros o retenciones. Después organizan unas ruedas de prensa eternas, que producen ganas de llorar. En una de ellas, uno de los guerrilleros, vestido de rojo y lamentablemente idéntico a Armandito Benedetti, adujo que ignoraban si tenían en su poder al general porque no se había podido comunicar con el frente 34, lo cual significaba o que la guerrilla no está cohesionada o que todos están adscritos al servicio telefónico de Claro. Los muy cínicos decían desconocer el lugar en que se hallaba el general, como si averiguarlo les fuera difícil: solo les bastaba seguir a Uribe en Twitter. Porque, no lo neguemos, el episodio dejó en claro que Uribe infiltró el corazón de algún oficial de inteligencia del Ejército y que ese corazón está lleno de soplos, porque le sopla al expresidente información clasificada. Los medios apenas hablan de un “ejercicio irregular de la inteligencia”, como si en lugar de un hecho que atenta contra el Estado de derecho, estuvieran describiendo a Andrés Pastrana. Pero lo cierto es que el senador Uribe incita a la desobediencia a las fuerzas militares, lo cual no debería sorprender a nadie, porque su interpretación de la legalidad es tan elástica que en su cuerpo de escoltas deben de haber policías con barba.

En qué país vivimos, dios santo: los guerrilleros son gordos, los generales andan en pantaloneta, Pacho Santos va a ser alcalde de Bogotá, entrevistan a las personas mientras las obligan a hacer hula-hula y toda la Justicia está de huelga, salvo el Consejo de Estado, que autoriza el uso de bigotes en los policías.  Solo falta que Ivana no gane La Voz Kids para que todo termine de derrumbarse.

Y, sin embargo, avanzamos. En eso consiste vivir en Colombia. Cada noticia pesimista tiene un reverso positivo. Murió la duquesa de Alba, pero queda su versión colombiana, que es Norberto. En cualquier momento Uribe publicará las coordenadas para ubicar la dignidad de Pachito y el Consejo de Estado regulará el uso del vello púbico en las militantes de izquierda. Y cuando creíamos que la única manera de que los negociadores encontraran La Paz era trasladar los diálogos a Bolivia, se salvó el proceso. Es una buena noticia, no solo porque merecemos como país algo mejor que seguir siendo la pelota de ping-pong de las Farc y el uribismo, sino porque, salvada la negociación, se salva también el expresidente Uribe: ¿de qué pensaba vivir, acaso, si el proceso fracasaba desde ya? Vivo el diálogo, Uribe podrá seguir calificando a Santos como traidor, pese a que algunos consideremos que, si bien no es un estadista, el presidente es apenas una personita que, al igual que los niños de La Voz Kids, persigue su sueño. El suyo, en concreto, es obtener el Nobel de la Paz y pasar a la historia como émulo de Nelson Mandela: aquel prohombre que fundó el Reinado Nacional de Belleza.

Noticias Destacadas