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Santos es amor

Invadido de nostalgia, me fui a un evento de Óscar Iván Zuluaga porque necesitaba estar solo.

Daniel Samper Ospina, Revista Semana, Daniel Samper Ospina
5 de abril de 2014

Me duele cada vez que el presidente San-tos se cae bien sea de una encuesta, bien sea de una bicicleta, de modo que las últimas semanas no han sido nada fáciles para mí. Y ahora que los sondeos lo castigan por culpa del ya mundialmente famoso “pecueco cálculo político” con que sacó a Petro, me invade una rabia silenciosa. Y me invade porque si alguien ha hecho méritos para convertirse en el heredero natural de la política del amor, ese es Santos.

Yo sé que su campaña no ha sido una exhibición de brillantez; que la táctica de ponerse una chompa verde para contrarrestar a Peñalosa no fue una jugada genial; que, a la fecha, el máximo acierto de su aspiración presidencial consistió en manejar con grandeza un problema urinario.

Pero, más allá de cualquier consideración, el presidente ha demostrado ser un hombre arrojado, capaz de subirse a tarimas atiborradas de congresistas de La U –un Musa Besaile, un Ñoño Elías- con quienes se toma de las manos, levanta los brazos y saluda temerariamente mientras se expone al cosquilleo y otras modalidades de robo comunes en ese tipo de situaciones. Tampoco ha escatimado esfuerzos para mandar de gira a su hijo Martín con el generoso objetivo de que el campesinado criollo observe de cerca a un niño play: lo manda con Germán Vargas como acudiente, y los lugareños no caben de la dicha ante el carisma del muchacho:

–¿Qué más, marica? ¿Todo bien, güeón? ¡Qué chimba de pueblo, parece un pesebre!

Pero, de todo ese esfuerzo, solo queda como saldo el descalabro presidencial en las encuestas, en las cuales los ciudadanos lo castigan por haberse apropiado de Bogotá.

Reconozco que fui el primero en proponer una recolección de firmas para revocar a Rafael Pardo. Creía que la ciudad merecía tener un alcalde a quien al menos la gente no confunda con Rodrigo Pardo; uno que no arengue frases incendiarias desde un balcón, de acuerdo, pero que por lo menos musite alguna palabra. Pero este hombre a duras penas saluda.

Sin embargo, con el tiempo comprendí que, así lo acusen de elitista, el santismo también tiene buenas ideas para la ciudad; que lo de instalar un metrocable para Santa Ana y asignar el manejo de los comedores comunitarios a Leo Katz es innovador. Y que, por encima de eso, Petro y Santos no son tan diferentes, porque al presidente también es un gran promotor del amor.

Y lo digo con conocimiento de causa, porque en mí caló a fondo la política del amor de la Bogotá Humana. Gracias a ella superé el difícil momento de la partida de Petro, por ejemplo. Ahora comprendo que uno debe dejar ir lo que ama, y eso lo incluye a él, a Gustavo. Tan pronto como conocí la noticia de su destitución, tomé su retrato y suspiré por él: adiós, Gustavo, te dejo ir, susurré. Me llevaré por dentro lo que eres. Y mientras caía la bruma sobre los tejados capitalinos, corrían en mi memoria imágenes de lo que fue mi historia con él: él con su boina; él alzando a Bacatá; él trepado en un balcón. Invadido de nostalgia, me fui a un evento de Óscar Iván Zuluaga porque necesitaba estar solo. Y allí, en plena soledad, comprendí que el verdadero amor no es posesivo; que el verdadero amor es libre. Y así se lo puedo decir a todos los Progresistas: si amas a Petro, déjalo ir. Si vuelve a ti -a través de nuevas demandas, por ejemplo- es tuyo. Si no, nunca lo fue. Pero mientras resuelve su destino, reconozcamos en Santos al verdadero heredero de la política del amor. No en vano, tanto él como Petro nos enseñaron que, para poder amar a los demás, es fundamental primero amarse a sí mismo. Si yo no me quiero, si yo no me valoro, si yo no me consiento, ¿cómo puedo amar a los otros?

No son momentos propicios para amar, como lo puede atestiguar el contratista Emilio Tapia, quien tuvo que cancelar su boda porque lo metieron a la cárcel. Había más de 300 invitados. Asistiría lo más granado del empresariado corrupto. Pensaban organizar un shower de anticipos. Más que partir la torta, los novios iban a repartirla. Pero, súbitamente, Tapia terminó preso, y esa fue su manera de conseguir esposas.

Y mientras el amor peligra, aparece una persona como Santos, jugado del todo para salvarlo. Ha nombrado parejas en el exterior como nadie. No digo que a Haiffa Mezher, una de las exesposas de Armandito Benedetti, quien ostentó cargo diplomático en China pero por motivos meramente meritocráticos: pocas personas saben tanto de Confucio y de la Era Imperial como Haiffa, cuyos conocimientos de mandarín le permitían, incluso, pedir domicilios al restaurante Alice’s de Chapinero sin ayuda. No digo que a ella, pero sí a una Catalina Crane y a su marido, Federico Rengifo, a quienes nombró en París; o a la primera esposa del propio Rengifo, que está nombrada en España. O a su propia exesposa –la propia exesposa de Santos– a quien tenía en Roma y pasó a la capital francesa. O a su excuñado, a quien sostuvo como embajador del Reino Unido. Y todo porque su naturaleza es esa: la de ser el Timoteo del servicio exterior.

Por eso lo apoyo. E invito a que hagan lo mismo. Apoyemos a Santos. Amémoslo serenamente. Y dejemos que se vaya de la Presidencia así nos duela, porque amar no es retener.