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De 'camping' en Haití

La visita de Uribe al país devastado no es una muestra de solidaridad, sino un gesto de lagartería.

Antonio Caballero
16 de enero de 2010

Los uribistas están de plácemes: su presidente viaja a Haití este domingo para coordinar en persona sobre el terreno las tareas de rescate de víctimas y de reconstrucción del país destruido por el terremoto. Ya voló a Puerto Príncipe, como un heraldo de la buena nueva y a llevar de parte de Uribe un "mensaje de aliento" para el presidente haitiano René Preval, el ministro del Interior y de Justicia Fabio? Valencia Cossio: ciento veinte buenos kilos de gruesa carne, aunque probablemente de difícil digestión. Pienso yo, desde mi ignorancia, que hubiera sido de más utilidad ese mismo cupo para un médico traumatólogo con su maletín de primeros auxilios, o para un perro de rescate con su cuidador. ¿Y a quién más llevará Uribe en su séquito, cuando visite en carne y hueso los restos del cataclismo? Tal vez vaya el director de la Empresa Territorial para la Salud (Etesa), que en catástrofes sanitarias tiene experiencia de sobra, o el ministro de Transporte Andrés Uriel Gallego, licitador insigne de obras públicas. ¿Y cómo irá vestido Uribe para descender la escalerilla del avión presidencial hasta la alfombra roja donde lo aguardarán Preval y su Primera Dama con su guardia de honor? ¿Se habrá puesto su asombroso frac de las grandes ocasiones, el de visitar al Rey de España? ¿Irá más informal, con su corrosca y su mulera y su perrero de hacer consejos comunales y recibir subsecretarios de los Estados Unidos?

Los haitianos, todavía aturdidos por el espanto del sismo, se dirán los unos a los otros, con la boca abierta:

—Y este payaso ¿de qué circo salió?

Pues es una gran payasada, y vergonzosa, esta de emprender el viaje para hacer el papel de oficio de estar prestando ayuda humanitaria en persona, para la foto. En situaciones de catástrofe, la visita de un jefe de Estado extranjero no es una ayuda, sino un estorbo considerable. ¿Se requisará una tienda de campaña de la Cruz Roja para que duerma Uribe, en vista de que el Palacio Presidencial y los hoteles y los hospitales están hundidos? Tal vez lo alojen en la fortaleza de Sans Souci. La visita de Uribe al país devastado no es una muestra de solidaridad, sino un gesto de lagartería. Un ejemplo difícilmente superable de la más baja forma de la demagogia, que es la que aprovecha y utiliza el sufrimiento ajeno para hacerse propaganda a uno mismo. Por eso la aplaude con arrobo un especialista en bajezas como es el ex ministro Arias, diciendo:

— Todo el apoyo humanitario que pueda brindar el gobierno colombiano, más si es con el presidente a la cabeza, es válido.

(Tal vez piensa Arias, ilusionado, que los beneficiarios de ese apoyo humanitario van a ser millonarios latifundistas haitianos).

Pero si no sorprenden el número de circo demagógico del presidente, ni el aplauso servil de su ex ministro, sí lo hace la aprobación de otros dos candidatos presidenciales (que así suman cuatro) en principio más serios. El conservador José Galat, que dice que el viaje publicitario de Uribe "es lo más apropiado del mundo", y el polista Gustavo Petro, que confirma que si el presidente fuera él "haría exactamente lo mismo" que Uribe. Según Petro, es "indispensable la solidaridad entre los pueblos en momentos tan difíciles", y "a los pueblos los representan los presidentes".

Discrepo. Solidaridad no es eso. Eso es politiquería. Y por una vez estoy de acuerdo con otro candidato presidencial, Antanas Mockus, que dice:

— Creo que eso es populismo, pues personaliza un gesto de solidaridad de país a país.

Creo que sería populismo aún en el caso de que la gira turística se hiciera dentro del propio país: igualmente costosa e igualmente inútil. ¿O es que acaso va Uribe a hacer milagros resucitando muertos por imposición de manos, como curaban las llagas purulentas de la escrófula los reyes de Francia del Antiguo Régimen? Los jefes de Estado no sirven para eso, ni ese es su papel. Debiera el presidente más bien mostrar la frescura descarada de Silvio Berlusconi cuando hace algunos meses se fue a la ciudad italiana de L'Aquila destruida por otro terremoto para pasar, como dijo él mismo con ancha sonrisa, "un día de 'camping" con los supervivientes.

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