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De Casandras y otros demonios

Aunque los agoreros se frotan las manos al ver la caída del apoyo al Gobierno y al proceso de paz no hay ningún líder que capitalice el desplome. El optimismo debe pronto retornar porque el país no puede ahogarse en el abatimiento nacional.

Semana
3 de diciembre de 2012

Al presidente Santos siempre le ha faltado más vehemencia y fogosidad para conectar con la opinión pública, lo que explica algunos puntos en las encuestas por debajo de su potencial. Esa prudencia y moderación se han mezclado con la falta de preparación del Gobierno y en particular de la Cancillería para afrontar el fallo adverso sobre el litigio de San Andrés, o al menos incómodo, en la perspectiva más optimista del profesor Jorge Orlando Melo.

Pero de ahí a señalar vacilación o una falta de liderazgo del Presidente por el hecho de que no salió desde el primer instante a vociferar a los cuatro vientos que desacata el veredicto hay una gran ligereza y falta de sindéresis. Una acusación que parte de quienes aprovechan el dolor y la depresión nacional para hacer política o la entienden como el esperar furtivo al enemigo en medio del bosque para emboscarlo.

Los Casandras y agoreros se frotan las manos sin escatimar que a cualquier Presidente que le estallara semejante bomba en las manos hubiera tenido dificultades para asumir determinaciones inmediatas. No se trataba de satisfacer con ligereza el sentimiento y el enfado nacional desconociendo las implicaciones internacionales que tuviera tal postura. Si bien hay resoluciones de organismos internacionales que se pueden eludir y trasladar a un plano de mera desavenencia política, también hay casos en los que ignorarlas puede traer desgastes y consecuencias mayores que las se pretende evitar. La misma declaratoria de suspensión de pagos de la deuda pública argentina en el 2001, un asunto menor en comparación con un fallo de la Corte Internacional de Justicia, persigue como un fantasma al gobierno del país austral con embargos internacionales ejecutoriados hasta en Ghana.

Pero si a Santos la crisis le ha pasado factura con un bajonazo de las encuestas de 15 puntos, al quedar su imagen favorable en solo 45% y con una opinión mayoritaria del 69% que considera que las cosas en el país van por mal camino, no hay ningún líder o dirigente que capitalice el desplome. El mismo Uribe, que se sintonizó rápido con ese 83% de colombianos que no comparte el acatamiento al fallo, tuvo una caída de 6 puntos para ubicarse en el 49%. Desde cuando dejara el Gobierno, el expresidente ha tenido una pérdida de imagen favorable de 27%.

Así, si bien la situación es preocupante y es posible que la pérdida de apoyo a su gestión se volviera irreversible para retornar a los tradicionales apuros de los gobiernos con el sol a las espaldas después de dos años de gestión, Santos tiene todo el margen para retomar la iniciativa.
 
El país no puede ahogarse en el abatimiento nacional y por ello es posible que en la medida en que el país recupere el optimismo el Gobierno se vea beneficiado. Claro que el Presidente deberá mejorar los niveles de ejecución, hacer más microgerencia y desprenderse del amiguismo que abunda en sus nombramientos, tan lesivo como el peor de los clientelismos.

Los Casandras y vaticinadores de cataclismos también se frotan las manos al ver que en la baja generalizada del respaldo ciudadano a las iniciativas del gobierno la aprobación a las negociaciones con la guerrilla tuvo una caída de 20 puntos al quedar en 57% en la última medición.

Se han anticipado a pronunciar un réquiem para las negociaciones de paz con el trillado argumento de que la guerrilla aprovecha los diálogos para fortalecerse en lo político y lo militar y para aprovechar la tribuna mediática. Si bien es un argumento válido, no siempre resultará cierto. Según ese razonamiento el FMLN en El Salvador en 1992 y el URNG en Guatemala en 1996 estaban buscando engañar a la opinión y sus respectivos gobiernos.

Hay razones para pensar que a la guerrilla también le afana un acuerdo de paz. Cada vez el contexto jurídico internacional se hace más agreste para su accionar, el apoyo político le es más esquivo incluso dentro de la misma izquierda y, contrario a la creencia de que cuentan con un factor tiempo ilimitado, con seguridad muchos de sus máximos dirigentes aspiran a alguna reivindicación en la vida civil y no morir en el monte de viejos.
 
No nos engañemos, la paz no es la solución a los problemas nacionales, entre otras porque el grueso de los asesinatos en Colombia está asociado a fenómenos de violencia urbana. Pero la paz es tan necesaria que mientras no se supere el conflicto armado los temas gruesos de la agenda nacional seguirán capturados por esa confrontación, el país seguirá suspendido y ante la comunidad internacional seguiremos apareciendo como cavernícolas.

La paz es quizás además el mejor y único antídoto para hacer la catarsis de la depresión nacional en estos momentos. Claro, mientras los Casandras y aves de mal agüero no logren desorientar unos diálogos que van poco a poco arrojando confianza entre las partes y que pueden con probabilidad estar yendo mejor de lo que ellos desearían.

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