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De la infantilización política a la feminización religiosa

Infantilizar, animalizar o feminizar a una sociedad es violentarle sus derechos. Todo grupo definido bajo estos conceptos está siendo excluido.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
24 de agosto de 2017

En El vuelo del Fénix, un remake de John Moore de la película de 1965, uno de los personajes cuenta la anécdota de un cura y un rabino que coinciden en un combate de boxeo. Al ver que uno de los pugilistas se persigna al sonar la campana, el rabino le pregunta al cura qué significaba eso. “Nada si no se ha preparado bien”, responde el sacerdote. En La virgen de los sicarios, la celebrada novela de Fernando Vallejo, el joven asesino a sueldo se hace la señal de la cruz y besa el crucifijo que cuelga de su pecho cada vez que sale a hacer un trabajo. Cuando el narrador le pregunta por qué lo hace, la respuesta es directa: para que todo salga bien y la mano no tiemble en el último momento.

El asunto no es que a Dios, o la divinidad, o como lo llamemos, le importe un carajo las razones de nuestros rezos. El asunto es ver la enorme masa de corruptos y criminales que van a misa y citan a Dios después de cometer el crimen o antes de cometerlo. Cuentan que el dictador Augusto Pinochet era un fan de las homilías y no salía de la cama, o se metía en esta, sin hincar sus rodillas ante la imagen del cristo crucificado. Algo de eso narran los historiadores españoles del general Francisco Franco, un declarado católico que mandó al paredón a cientos de ateos y a las mazmorras a un número no determinado de homosexuales y prostitutas.

Cuando se pensaba que el puente macabro que unía la religión y la política comenzaba a sufrir fracturas profundas, los nuevos políticos colombianos empiezan a tejer nuevamente esos lazos que la Constitución del 91 separó del todo. Nunca me he opuesto, ni me opondré, a que la gente crea en lo que le venga en ganas, o le ponga velas a la divinidad o al diablo. Pero sean serios, señores: Dios no tiene nada que ver con ese concepto torcido con el que ustedes definen un acto de profunda nobleza como es hacer política, término que, en palabras de los antiguos filósofos griegos, definía la normatividad que llevaba al bien común.

Por lo tanto, cuando el pastor, llevado por sus propias ambiciones le pide al rebaño (palabra que según el DRAE nos remite a un grupo numeroso de animales) votar por un candidato a un cargo público, lo que está haciendo en realidad es retomar las viejas prácticas electoreras que tanto daño le han hecho a la democracia del país, pero, sobre todo, a las sociedades menos favorecidas. En este sentido, se ponen de manifiesto tres conceptos expuestos por Perceval en su estudio de 1995, que lleva por título Nacionalismo, xenofobia y racismo en la comunicación, como son la “infantilización”, la “animalización” y la “feminización”. Los tres se insertan en ese universo religioso que hizo visible el medioevo y que define al niño, la mujer y los animales ya no como seres sino como cosas.

En ese abanico de normas sociales, el niño sigue siendo un menor que no tiene la fuerza, la inteligencia ni la capacidad para valerse por sí mismo. La mujer tampoco, por lo que debe ser guiada por un hombre, ya que representa un peligro para el desarrollo de las sociedades. Y las sociedades feminizadas, nos recuerda Perceval, siempre son presentadas con apariencia atractiva. Los animales, por supuesto, carecen de la inteligencia humana por lo que es una obligación domesticarlos. Es decir, están en la parte más baja de la escala social. Por lo tanto, en ese ejercicio de domesticación se hace necesario el rejo.

Infantilizar, animalizar o feminizar a una sociedad es violentarle sus derechos. Todo grupo o sociedad definida bajo estos conceptos está siendo excluido, ya que, generalmente, serán explotados, tanto en lo social como en lo económico.
Lo que alcanzamos a ver entonces en el panorama nacional colombiano es la vuelta al pasado: políticos utilizando las herramientas y conceptos de la fe cristiana para ganar votos, o religiosos inescrupulosos que se alían con políticos deshonestos para llenarse los bolsillos con los robos del presupuesto nacional. Sea cual sea la intención, los políticos no son tontos: saben que los animales, en este caso el rebaño, jamás podrán librarse de su condición de rebaño, ni el niño de su condición de inferior, ni la mujer podrá jamás poseer la fuerza física del hombre. El mejor ejemplo de una animalización del otro –útil y explotable--, escribe Perceval, lo encontramos en la Iglesia cristiana al convertir a un grupo de personas en corderos y al guía espiritual en pastor. Lo que no dice es que cerca de estos, haciéndoles sombra, están los políticos, rodeando el rebaño como el lobo a los corderos.

Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com