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De Leonel, Bolillo y lo que viene

Después de todo, con el lastre que ya carga Colombia en eliminatorias, ha llegado el momento ideal para que Bedoya, Gonzalez y compañía, nombren un técnico de la categoría de los que se han deslizado por ahí.

Semana
20 de diciembre de 2011

Esperada por todos, luego de los pobres resultados obtenidos hasta ahora en las eliminatorias suramericanas a Brasil 2014, se concretó lo que todo el país esperaba: La salida de Leonel Álvarez del comando técnico de la Selección Colombia.

En un discurso que hubiera sonrojado a Poncio Pilatos y en el que una persona decente -o al menos una consciente-, hubiera deslizado su propia renuncia, como cabeza y responsable último de la debacle, Luis Bedoya, con su habitual actitud -digna de todo un presidente de Apetrans-, se encargó lacónicamente de dar la noticia al país.

Con ese discurso, en el que todo el mundo entrevió un evidente irrespeto y burla al saliente DT, concluían cuatro meses durante los cuales Bedoya y sus secuaces –¿por qué no dejarse ya de hipocresía y llamarlos así?- se burlaron también del país, con la misma gracia y donaire con que lo han venido haciendo durante los últimos años.

Concluyeron cuatro meses que dejaron a una selección, llena de talento, casi sin opción de clasificar al mundial. No hay que engañarse, si bien muchos pueden seguir viviendo del triunfo en La Paz, y de comerse el cuento de que cuatro puntos no alejan a Colombia de los punteros, bien pueden irse desilusionando. En el calendario se avizoran Perú y Ecuador a domicilio, y Uruguay en casa. Más de para arriba, imposible.

Concluyeron también cuatro meses en los que se desacreditó y dejó por el piso a una figura histórica del fútbol colombiano, querido y apreciado por casi todos, y que de haber seguido otro camino, podría haberle aportado alguna vez algo a este país. Pero lamentablemente Leonel prefirió tragarse el caramelo envenenado que la desinteresada Federación le tendía, antes de sentarse a pensar si estaba o no capacitado para la responsabilidad que el cargo implica.

Después de todo era previsible que así sucediera, al fin y al cabo Leonel es colombiano. Nació y creció en la patria del camino fácil. Álvarez, colombiano como ninguno, por vivir de su cuento se cavó su propia tumba. Papito, ese puesto había que cogerlo era ya. ¿Capacitarse? ¿Adquirir experiencia? Ni pensarlo. Eso es para los quedados, papito.

Ahora, cuatro meses después, Leonel es historia, y los técnicos serios que en agosto hubieran podido contemplarlo, hoy se morirían de la risa ante el ofrecimiento de hacerse cargo de la selección. Surge entonces la figura arrepentida de Hernán Darío Gómez, a quien con una rastrera e irresponsable campaña mediática se pretende catapultar, a punta de llanto, al puesto del que fue apeado hace unos meses.

Conmovedoras sus lagrimas si. El perdón por su acción, quizás ya lo merece. Después de todo, como el buen católico que seguro es, ha hecho acto de contrición y propósitos de enmienda.

Además, sonaría absurdo – y sería completa y risiblemente hipócrita- que en un país en el que uno de los cerebros de DMG está ya libre solo porque es un delincuente “divinamente”, en el que los Nule pagaran apenas 3 o 4 añitos efectivos, después de haber hecho el negocio de sus vidas, y en el que Álvaro Uribe anda aún tranquilo por la calle, se crucifique por la eternidad al “Bolillo” por un incidente, que aunque reprochable y deleznable, palidece ante todo lo que pasa en estas tierras.

Pero el tema, en lo que al fútbol se refiere –pese al engaño en el que quieren hacer caer al país- no es de golpear o no mujeres, o de llorar o no de arrepentimiento por eso. El tema es de simple aptitud profesional, tema en el que Gómez es un caso perdido. Al fin y al cabo está demostrado, desde hace rato, que sus éxitos se quedaron en los noventas, y para completar, se cimentaron en la existencia de una generación de futbolistas que con la dirección de un chimpancé, igual hubiera ido a tres mundiales.

Lo demostró en Santa Fe, donde con mucha más nómina que la que ahora tiene un técnico principiante, no dio más que sinsabores a la afición cardenal, o en Ecuador, cuando hizo sentir –de entrada- inferiores a los jugadores que dirigió en el mundial de 2002, pues solo iban a aprender. Esto solo por poner un par de ejemplos.

Demostrado quedó también en la última Copa América que Gómez no supo sacar el jugo a una selección con potencial, que le ganó apenas a Bolivia y la juvenil de Costa Rica, que solo empató con la peor Argentina de la historia, y en la que, en el partido clave, Markarian le dio con Perú un repaso táctico como no se veía hace años, en el que quedó claro que para dirigir un equipo con éxito, no alcanza solo a punta de recocha y bacanería.

Por eso, y sin extenderse en un tema en el que se ha regado mucha tinta, es claro que aunque Bolillo pueda merecer perdón como ser humano, sería un error de marca mayor que mezclando lo que no se debe mezclar, volviera a la Selección. Error ridículo además, pues para traerlo ahora, mejor jamás lo hubieran sacado.

En cualquier caso no debe haber alarma, la carpeta de Bedoya parece estar llena ya de Alfaros, Lavolpes, Garecas y otra serie de técnicos extranjeros de tercer nivel.

Después de todo, con el lastre que ya carga Colombia en eliminatorias, ha llegado el momento ideal para que Bedoya, Gonzalez y compañía, nombren un técnico de la categoría de los que se han deslizado por ahí. Todo para demostrarle al mundo y gritar a los cuatro vientos, que en Colombia, un técnico extranjero no sirve. Al fin y al cabo, le habrán demostrado a un país fácil de convencer, que se necesita un tipo de la comarca, que conozca la idiosincrasia, que disfrute la arepa y los chicharrones, y que, por ende, para las eliminatorias al 2018, la exitosa dupla Maturana-Gómez, el “profesor” Pinto o el “profesor” García estarán de vuelta.