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DEBATE AL ROJO VIVO

Semana
16 de agosto de 1999

Interesante y necesario el debate que se ha generado en las últimas semanas frente a la
propuesta de un tercer partido político. Debate que, por fortuna, ha trascendido el candoroso ámbito familiar.
Desde sus respectivas trincheras periodísticas, ya han metido baza en la discusión D'Artagnan, Hernando
Gómez Buendía y Juan Amarillo, todos columnistas de El Tiempo, y Luis Carlos Sáchica de El Espectador.
En este estimulante cruce de artículos se han lanzado toda clase de ideas, críticas y propuestas, todas de
gran utilidad para el fortalecimiento de la democracia. Pero en el fragor de la controversia, como es natural, se
han dejado cabos sueltos, ha habido posiciones encontradas y hasta malinterpretaciones que me parece
pertinente comentar o aclarar.A Juan Manuel Santos: Atreverse a pensar en un tercer partido no es "acabar
con el bipartidismo y los políticos" y "no creer en nada". Todo lo contrario. Es reinventar la política en
nuevas opciones de poder. Lo mejor que le puede pasar al Partido Liberal _o al Conservador_ es que salte
al tablado una nueva alternativa política seria. Aunque duela en sus huestes renovadoras, los partidos
tradicionales sólo se modernizarán y sacudirán sus anquilosadas estructuras clientelistas cuando sientan
que pueden perder el poder. Porque, eso sí, no hay nada más desarrollado y afinado que el instinto de
supervivencia de la clase política. Pero mientras tanto, seguirán en su somnolienta siesta burocrática. A Juan
Amarillo y Luis Carlos Sáchica: No hay mejor momento para un tercer partido. Si bien las experiencias de
Gaitán, el MRL, Galán o la Anapo son descorazonadoras, no podemos proyectar los fenómenos políticos
y electorales exclusivamente con el espejo retrovisor. Las condiciones políticas han cambiado radicalmente
en los 90. Vivimos en una sociedad joven y mediatizada, el voto de opinión es cada vez más importante, el
bipartidismo atraviesa su peor crisis de representación, y los 12 millones de votos de las últimas
elecciones presidenciales _la votación más alta en la historia del país_, demuestran que hay mucha gente
dispuesta a participar y apostarle a un verdadero cambio. Hay que mirar hacia el futuro y no hacia el
pasado.A Hernando Gómez Buendía: Estamos de acuerdo en que "necesitamos que el país moderno se
exprese en un partido". Pero surge una pregunta, ¿cómo construir un proyecto político colectivo, no
mesiánico, en una sociedad guiada por la racionalidad individual y de arraigada cultura mafiosa? Ya
hemos visto en el pasado que los intentos de las listas únicas integradas por inmaculadas
personalidades para 'salvar la política' y 'tomarse' el Congreso han fracasado debido a pugnas manzanillistas
por la figuración y el 'cómo voy yo'. Estos nobles propósitos de la gente 'de bien' por purificar la vieja política
cayeron en los mismos vicios que pretendían combatir sin siquiera haber pisado el Parlamento. Mejor dicho,
¿es posible hacer política con el Almendrón? A D'Artagnan: El experimento electoral de Mockus es
excepcional porque las excentricidades de Mockus son únicas, pero no porque los electores no vuelvan a
votar por otro candidato-protesta. Mockus es sólo un termómetro del masivo repudio hacia la clase política
tradicional. La considerable votación de Andrés Pastrana en las últimas elecciones _más de seis millones de
votos _ fue en gran medida una reacción antiSerpa y, sobre todo, anticontinuista. Fue un voto de rechazo
por sustracción de materia. Por eso lo que necesitamos es que ese creciente descontento popular se
canalice a través de un proyecto político organizado y no a través de las payasadas semióticas de Mockus
o la verbosidad incendiaria del cura Hoyos.A María Jimena Duzán: Cierto, en San Vicente del Caguán nadie
tiene ni idea, ni le importa, qué es el 'tercer partido' o 'la Tercera Vía'. Todos están pendientes, transistor
al hombro, de los fogosos comentarios del 'Negro' Perea y de la próxima gambeta de Arley Betancourt. Pero
lo que suceda en el Caguán depende de lo que resulte de este tipo de debates. Porque se trata, en el fondo,
de quiénes van a tomar las decisiones colectivas del país y de cómo se institucionaliza la vida pública.
Pero, como es costumbre, los temas más importantes siempre son los más aburridos y distantes. A los
lectores: ¿Estaremos abocados a esperar a que un caudillo nos enseñe el camino? El debate sigue abierto.

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