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Si en materia de independencia, Nancy Patricia se rajó, peor fue el resultado legislativo de su presidencia y su actitud ante la para-política

Daniel Coronell
16 de agosto de 2008

Por largo tiempo pensé que Nancy Patricia Gutiérrez era una política que valía la pena. Era estudiosa, aplicada y se preocupaba sinceramente por un tema vital como el agua. Alguien, con buen criterio, me recordaba -de cuando en cuando- que había empezado su carrera al lado de la tristemente célebre Martha Catalina Daniels, pero yo quería creer.

Era joven, tenía ganas de trabajar, estaba llena de ideas y de sueños. Era tan diferente a los políticos tradicionales. Nadie podía imaginar que en algún momento de su fulgurante ascenso que la llevó del Concejo municipal de Agua de Dios (Cundinamarca) a la presidencia del Senado de la República, Nancy Patricia se convertiría en lo que es hoy.

Es difícil precisar cuándo empezó a desdibujarse. Si fue cuando se sumó al grupo de liberales colaboracionistas que pedía su parte en el gobierno de Andrés Pastrana. O tal vez cuando se conoció, en el año 2001, que había recibido una jugosa tajada presupuestal del Fondo de Regalías, al lado de gente como Armando Pomárico, Iván Díaz Mateus y Jorge Gerlein. O quizá cuando, en 2003, la Procuraduría le abrió pliego de cargos porque ella era una de los 140 congresistas con cuota en la Contraloría General.

Lo que sé, con certeza, es que el desplome definitivo de mi esperanza vino con su exitosa campaña para lograr la presidencia del Senado, y con su desempeño en ese cargo.

Por esos días Nancy Patricia, ya convertida al uribismo pero necesitada de votos diversos para su aspiración, sostenía que el país no aguantaba una reelección más. Hablaba con decisión sobre la necesidad de destapar la para-política: "El país debe conocer la verdad y dentro de esa verdad hay que generar responsabilidades, y la Corte Suprema y la Fiscalía tienen que tomar decisiones para encontrar la verdad".

Desde la silla más alta del Capitolio, Nancy Patricia demostró que lo que decía era bien distinto de lo que hacía.

Muy pronto, volvió de un desayuno en Palacio para contar que su jefe sólo aspiraría a perpetuarse si se presentaba una "hecatombe". La sumisión de la honorable Presidenta frente al Ejecutivo contrastó con la tiranía que impuso en el manejo de las sesiones. No le gustaba darle la palabra a la oposición, armaba y desbarataba quórums a conveniencia del gobierno.

El colofón de ese período oscuro fue su discurso de despedida. El pasado 20 de julio, Nancy Patricia soltó una retahíla incoherente contra sus enemigos y concluyó diciendo que una tercera reelección sería tan bien recibida como una tercera estrofa del himno nacional.

Al margen de ese pequeño error cívico (el himno ya tiene una tercera estrofa, que casualmente dice: "Del Orinoco el cauce /se colma de despojos; /de sangre y llanto un río/ se mira allí correr./ En Bárbula no saben/ las almas ni los ojos,/ si admiración o espanto/ sentir o padecer"), lo relevante fue su mensaje de adhesión total al gobierno.

Pero si en materia de independencia se rajó, peor fue el resultado legislativo de su presidencia y aun más triste su actitud frente a la para-política, que le gustaba hasta cuando tocó a su puerta.

Su defensa no parece la de una persona inocente. Desde el primer momento ha querido vender la tesis de que hay una conspiración contra ella.

Primero culpó a sus antiguos socios de uribismo, Miguel de la Espriella y Eleonora Pineda, quienes -según Nancy Patricia- buscaban involucrarla en el proceso para presionar la aprobación de una ley de punto final. Después quiso responsabilizar del complot a su ex esposo y padre de sus dos hijos, Alonso Perdomo. Ahora quiere enlodar al principal investigador de la para-política, el magistrado Iván Velásquez.

Retractación de testigos, grabaciones furtivas a un funcionario judicial, acuerdos para que no quedara registrado el ingreso del investigador a su oficina han sido parte de su estrategia.

Por eso, ahora tengo claro quién es Nancy Patricia Gutiérrez, la política en quien un día creí.
 

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