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La persona que me cae mal, es mi mejor maestro

Cuando vemos en otros sus defectos, tenemos la oportunidad para aprender de esa persona como aprendemos de un maestro.

Ximena Sanz De Santamaria C., Ximena Sanz De Santamaria C.
9 de octubre de 2013

“Uno no es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo”: lo decía mi abuela y se oye con mucha frecuencia. Es cierto. No siempre tiene que haber motivos específicos, ni haber ocurrido algún conflicto para que dos personas no se caigan bien. 

De hecho con frecuencia puede ocurrir que las personas ni siquiera se conocen, pero ‘de entrada’ no hay empatía y se caen mal. Cuando eso ocurre al conocer una persona, y después de haberla conocido se comprueba que no hay empatía con ella, que nos cae mal, que incluso la consideramos una mala persona, hemos encontrado “un maestro”. 

La palabra ‘maestro’ por lo general se asocia con un profesor; una persona que les enseña a otras el conocimiento que posee y quiere transmitir. Pero en algunas culturas el maestro es más que un profesor: es también un guía espiritual que otras personas buscan para aprender de él, de su ejemplo, de sus mensajes, de su vida. Lo que atrae, más que su conocimiento académico o su erudición intelectual, es su sabiduría como ser humano. 

“No sé por qué me sigo encontrando con personas tan antipáticas. A todas partes a donde voy, siempre hay alguien que me cae mal y me pasa desde que era chiquita. No sé si será que atraigo a esa gente o qué, pero en mi trabajo me pasa, en la universidad me pasaba lo mismo, ¡hasta en mi familia hay gente que no me aguanto! En todas partes siempre llego y hay alguien que, de entrada no me soporto o que eventualmente me termina cayendo pésimo”, me decía una joven enfurecida porque sentía que ‘la vida’ la castigaba poniéndole en su vida personas que le caían realmente mal. 

Había hecho cosas como cambiar de trabajo, evitar algunas reuniones familiares, dejar de salir con ciertos grupos de amigos, entre otras muchas. Pero tarde o temprano volvía a encontrarse con alguien a quien realmente no soportaba. 

Las razones por las cuales una persona nos puede caer mal son muy diversas: porque hizo algo con lo que no estamos de acuerdo, tuvo algún comentario hiriente o fue antipática, nos miró mal, nos pareció arrogante, traicionó nuestra confianza, fue hipócrita o envidiosa, etc. Son todas condiciones que condenamos porque las consideramos algo “malo”, defectos o comportamientos que nosotros, jamás tendríamos. 

Pero es justamente cuando vemos en otros esos defectos, esas “cosas malas”, que tenemos la oportunidad para aprender de esa persona que tan mal nos cae como aprendemos de un maestro: todas esas características por las que la juzgamos, los defectos o errores que a nuestro juicio son inaceptables, son defectos o comportamientos que en algún momento nosotros hemos tenido. Por eso verlos en otros nos puede servir como espejo para ver lo que no habíamos visto, lo que tenemos que cambiar, arreglar o trabajar para ser cada día mejores seres humanos. 

Cuando un estudiante pierde una asignatura probablemente se debe a que no aprendió lo que tenía que aprender. Por eso debe repetirla. Cuando se presentan de manera recurrente situaciones en las que las personas se encuentran con otras que les caen mal, como le ocurría a esta joven enfurecida con el mundo, ocurre lo mismo que en el estudio: como no hemos aprendido suficiente de las experiencias pasadas, tenemos que aprender de las que vienen. Únicamente cuando se haya dado un verdadero aprendizaje, un cambio que se mantiene en el tiempo, será posible hacerle frente satisfactoriamente a las experiencias que vienen. 

Esta joven comenzó a hacer un ejercicio exigente: observar qué ocurría en ella cuando veía a las personas que le generaban fastidio. Así logró descubrir que lo que le molestaba de estas personas eran defectos que también ella tenía: cosas de las que se avergonzaba, defectos propios y por los cuales ella juzgaba y rechazaba tan vehementemente a otros. 

Comprendió que cuando juzgaba a los demás por defectos que ella misma tenía, lo hacía para evitar tener que reconocerlo y así, evitar enfrentar la difícil tarea de trabajar en ellos para corregirlos. El camino más fácil era, obviamente, limitarse a concluir que ‘le caían mal’. Sacrificaba así las innumerables oportunidades que la vida le daba de convertir a toda persona que le ‘cayera mal’ en un gran maestro para transformarse ella, avanzar en el conocimiento de si misma, y ser así cada día una mejor persona.

Juzgar al que es envidioso, al que critica, al que hace daño a otros, etc., es muy sencillo. Pero utilizar como ejemplo a estas personas que juzgamos para evitar repetir nosotros mismos esos comportamientos que condenamos, es el primer paso para empezar a cumplir con una de las tareas más importantes que tiene un ser humano: trabajarse a sí mismo para mejorar todos los días. Por eso es tan importante comprender que quienes ‘nos caen mal’ son también los maestros que nos permiten aprender a conocernos mejor para poder ser cada día mejores seres humanos. 

Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com

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