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Del Caguán al ‘para-gate’

Marlon Madrid habla sobre la metamorfosis del conflicto político y militar durante los últimos cinco años

Semana
17 de marzo de 2007

Camiones del Ejército transportaban soldados jóvenes. Cuando las cámaras los enfocaban, mostraban esa alegría mestiza que ha acompañado a nuestra violencia. Gente en la zona aplaudía a su paso. Los medios, arte y parte del espectáculo se encargaban de estimular el asunto. Júbilo. Voces de aprobación. La idea era ‘recuperar’ lo que horas antes había sido la zona de distensión. El más importante experimento de diálogo entre un gobierno y las Farc había llegado a su fin.

Encuestas, intereses mezquinos, impaciencia, rabia y errores de la partes arrojaron a la caneca tres años y seis meses que aún hoy siguen siendo subvalorados por los señores que se excitan con la guerra en este país. Al instante nos volcamos a las urnas para desfogar nuestras pasiones. Muchos esperaban un rápido desenlace similar al de las películas hollywoodenses. La hora y media de espera se convirtió en cinco años de mentiras y bravuconadas entre el gobierno y las Farc y en cinco años en que los paramilitares se desarmaron para rearmarse.

En el entretanto, mientras el sueño de la victoria lo deglute la pesadilla de la realidad, se producen hechos importantes. Se proscriben de facto las exigencias ciudadanas que presionaban por una solución pronta y negociada del conflicto. Se reforma la Constitución exclusivamente para reelegir al actual Presidente. En un tiempo récord, el gobierno negocia con los paramilitares y logra la desmovilización de 32.000. Baja la tasa de homicidios. Se aprueba la Ley de Justicia y Paz.

Nace un nuevo partido político de izquierda. Se relanza el cabildeo para el Plan Colombia II. Continúan en la selva los secuestrados de las Farc. Y la Corte Suprema ordena encarcelar a nueve congresistas, por presuntas acciones criminales efectuadas en alianza con paramilitares. Crece la desazón general. Que se salve quien pueda. Muy lentamente el viejo júbilo se va derritiendo entre los fogonazos afilados de una crisis política que tiene más de lo que se necesita para ser una crisis de gobierno. Nuestro Watergate recargado. El país regresa a las mismas amarguras y lamentaciones de siempre.

Toda una sucesión de hechos para volver después de cinco años a los mismos problemas: la urgencia de desterrar una clase política perversa que gobierna de espalda a las necesidades de la gente, y la urgencia de encontrarle una salida política e irreversible al conflicto armado.

El escándalo del ‘para-gate’ no hace más que confirmar la permanencia de estos dos problemas. Primero, porque vincula directamente a dignidades del Estado (senadores, representantes, embajadores, gobernadores…) con crímenes y delitos electorales fraguados en alianza con un actor armado –el más sanguinario de todos los sanguinarios–. Y segundo, porque ese actor armado sigue activo y rearmándose con el principal combustible del conflicto, el narcotráfico.

Se cumplen cinco años en que la mayor parte del país se la jugó en las urnas para tapar con tierra y plomo todo lo que significaba el fracaso de los diálogos de paz en San Vicente del Caguán. Y mientras esto parecía cumplirse, la retórica de la lucha contra la politiquería, la corrupción y los terroristas asesinos nos deslumbraron. Pocos se percataron de que los politiqueros, corruptos y simpatizantes del terrorismo asesino siguieran paseándose por las alfombras rojas de las principales instituciones del Estado.

Hoy como ayer, nuestros dirigentes políticos se encuentran frente a las mismas salidas. Una: volver a la manía de efectuar reformas constitucionales para no solucionar nada. Y otra: sentarse en una misma mesa a dialogar y a planear –dejando de lado los odios viscerales– el país del futuro y lo que se requiere para lograrlo.

Si la crisis actual en algún momento nos convence de salir del alumbramiento, observaremos que la pesadilla que quisimos sepultar hace algunos años sigue allí. Sonriéndonos.

*Consultor en temas de paz y desarrollo.
Profesor Universidad Nacional de Colombia y Universidad del Rosario.