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DEMOCRACIA DINASTICA

Antonio Caballero
4 de octubre de 1999

En estos días tomó posesión de la presidencia de Panamá doña Mireya Moscoso, cuyo
principal mérito político es ser la viuda del varias veces presidente de Panamá Arnulfo Arias.
Pero no: no es ese su principal mérito. Como no lo era el de Benazir Bhutto ser la hija de Zulfikar Alí Bhutto en
Paquistán, ni el de Rajiv Gandhi ser el hijo de Indira Gandhien la India (o el de Indira, en sus tiempos, ser la
hija de Nehru; o el de Sonia Gandhi, ahora, ser la viuda de Rajiv). Como no es tampoco el principal mérito de
nuestro presidente Andrés Pastrana ser el hijo de nuestro ex presidente Misael Pastrana. Ni en Estados
Unidos es el principal mérito del probable vencedor George Bush ser hijo del ex presidente George Bush. El
principal mérito de todos esos 'delfines', hijos o viudas o huérfanos de presidentes, es el de haber ganado las
elecciones en sus respectivos países, o (en los casos de Bush y Gandhi) estar a punto de ganarlas. Eso es lo
único que une a esos personajes tan heterogéneos: una ama de casa de Miami, como la señora Moscoso;
la viuda de un piloto de aerolínea, como la señora Gandhi; un presentador de televisión colombiano, como el
señor Pastrana; un millonario tejano hijo de otro millonario tejano, como el señor Bush.
Y eso es también lo que asemeja a sus países respectivos, tan alejados geográficamente entre sí, tan
distintos unos de otros en tamaño, en historia, en cultura. Países tan diversos que prácticamente lo único que
tienen en común es que en todos ellos se celebran elecciones, y en todos las gana un hijo, una viuda o un
huérfano de alguien que previamente ha ganado las elecciones (así sea con algo de fraude, como en el caso
de Pastrana padre).
Lo cual hace que parezcan poco de fiar los sistemas electorales de todos esos países, y de 15 ó 20 más
que no enumero por falta de espacio. Si el principal atributo para ganar las elecciones es ser el heredero
de otro que las haya ganado ya, no se ve muy bien cuál puede ser la ventaja de celebrar elecciones. Daría lo
mismo haber conservado del antiguo régimen el sistema de la monarquía hereditaria, o utilizar el de la
dictadura hereditaria del que fueron precursores Papa Doc y Bebé Doc en Haití o los Somoza en Nicaragua y
que empieza a imponerse en países tan distintos y distantes como Corea del Norte, Siria, Irak y Cuba. Kim il
Sung le dejó el poder a su hijo, Hafez el Assad nombró sucesivamente herederos a dos de los suyos, Saddam
Hussein ha hecho otro tanto, y el sucesor designado de Fidel Castro es su hermano.
Sucede también, es verdad, que el delfinazgo no garantiza la victoria electoral. En Panamá, el rival de la viuda
de Arias era el huérfano de Torrijos. En Colombia, hace 25 años, hubo unas elecciones a las que se
presentaron tres delfines: y las perdieron dos. Pero lo que sí garantiza es la candidatura: ni el hijo de
Pastrana, ni la viuda de Arias, ni otros muchos, hubieran sido candidatos de no llevar sus apellidos
respectivos. Y el verdadero fallo de los sistemas electorales, desde el punto de vista de la democracia, está
en las candidaturas. Pues el que gana las elecciones no es, de entre los candidatos, el más capacitado para
ser gobernante, sino simplemente el más capacitado para ser candidato. Y se trata de dos oficios muy
distintos, para los cuales se requieren condiciones y virtudes contrapuestas.
En el fondo da igual, claro está, pues la verdad es que prácticamente ningún ser humano está capacitado para
ser gobernante, como lo demuestra de sobra la historia universal. Con contadísimas excepciones, todos
los gobernantes que ha habido en el mundo han sido pésimos, tanto si lo son por vía hereditaria como si han
sido elegidos por el sufragio universal o si han tomado el poder por la fuerza. De manera que no hay que
preocuparse mucho con la evidente falta de preparación de la viuda de Arias para gobernar Panamá: no podrá
hacerlo peor que su difunto marido.

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