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Desinstitucionalización, o lo que sea

En este país las instituciones han venido desmoronándose desde que empezaban a institucionalizarse. Y Uribe viene a hacerse reelegir contra Corte y marea

Antonio Caballero
24 de julio de 2005

Ahora dicen que, como las encuestas de opinión (¿qué encuestas? ¿Cuánta gente tiene teléfono en Colombia para ser encuestada? Aunque, claro, para qué, si es una gente que tampoco vota...).

Vuelvo a empezar: no se me pierdan. Ahora dicen que, como las encuestas de opinión (¿) muestran una abrumadora ola de apoyo a la reelección del presidente Álvaro

Uribe, la Corte no puede oponerse a ellas: vox populi, vox Dei. Y si se opone, hay que saltarse a la torera -vox torerii, vox Uribi- sus razonamientos jurídicos para que el Presidente pueda seguir en su cargo otros cuatro años, u ocho, o incluso treinta y dos. Lo que diga "el pueblo".

Peligrosísimo.

Hace unos treinta años, cuando era presidente, Alfonso López Michelsen elucubró una frase cuyo sentido profundo no llegó a calar en el país por culpa de nuestra habitual tendencia a la burla. No caló a causa de la risa que despertó en toda Colombia el esfuerzo angustioso, y en fin de cuentas ímprobo, que a López le costó pronunciarla:

-Reinstitucionalización o catástrofe.

No sé si la escribió él mismo (en esos tiempos remotos todavía los dirigentes políticos escribían sus propios discursos, y hasta pensaban sus propias ideas), pero ya escribirla resulta dificilísimo. Pronunciarla es imposible. Se trata, claro, de un remedo de la célebre fórmula "regeneración o catástrofe" que casi cien años antes había postulado Rafael Núñez. Pero así como la palabra "regeneración" es más fácil de decir que la intrincadísima "reinstitucionalización", también el concepto que encierra es más fácil de implantar. Y además -qué carajos- a López le daba igual, como en el fondo -qué carajos- a Núñez le daba igual: ese ha sido el problema central de este país desde la Conquista, hace quinientos años. De modo que al cabo de unos cuantos minutos angustiosos de lucha contra los enredijos de su propia lengua ante los micrófonos...

-Reinstrutilitilación... reinstutriutilizaci... reunstrilazaciliación... resstructriluturlinstituación... requetelinstruitoli... al cabo de un rato, digo, de luchar contra la palabra, López Michelsen renunció a la idea. Y dijo:

-O catástrofe.

Desde entonces vivimos en la catástrofe.

¿O desde antes? Sí, desde antes. Pero es, desde antes, una catástrofe que en muy grande medida viene de la des-institucionalización y de la falta de re-institucionalización. En este país las instituciones, políticas, morales, jurídicas, económicas, han venido desinstitucionalizándose, desmoronándose, y deshaciéndose desde el momento mismo en que empezaban apenas a institucionalizarse. Aquel cínico "se obedece, pero no se cumple" con que respondían los insolentes encomenderos granadinos a las Leyes de Indias de la Corona, en tiempos de la Colonia, está inspirado por el mismo espíritu que llevaba a las revendedoras de la plaza de mercado a decirles a las compradoras que habían creído cierto el decreto del gobierno anunciando que el bulto de papa paramuna estaba a cuatro pesos:

-Vaya a comprarle papa al gobierno.

Por ahí había pasado entre tanto, a caballo, el general Francisco de Paula Santander; y había dicho:

-Las armas os dieron la independencia; las leyes os darán la libertad.

Y nadie le había hecho el menor caso.

Ahora, siglos después -o siglos antes: ya no se orienta uno- viene el doctor Álvaro Uribe Vélez a hacerse reelegir a la Presidencia de la República, contra Corte y marea. Y dan ganas de proponerle un trabalenguas:

-Doctor Uribe, diga: "El redesinstitucionalizador que me

desredesinstitucionalizadare buen redesinstutilurzr...".

Pero ¿para qué? No se prestará a la prueba. Así que, además de la catástrofe, tendremos la reelección.

(Yo todavía creo que es posible evitarla. Pero otra vez será, porque es largo de explicar).

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