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Desmovilización y codicia: los riesgos de la negociación

El analista Mauricio Uribe explica los peligros de que el proceso de paz con los paramilitares se circunscriba al diálogo en Santa Fe de Ralito.

Semana
30 de octubre de 2004

Las metamorfosis propias de las guerras de larga duración como la colombiana complican la caracterización de los actores armados. Los rasgos de cada etapa dejan una huella que se entremezcla con los rasgos de la siguiente: lo político con lo militar, lo militar con lo financiero, lo financiero con lo criminal y así, hasta configurar una guerra y unos actores que difícilmente pueden ser calificados con un solo adjetivo.

En el caso de los grupos paramilitares esa caracterización es aún más compleja: sus diversos orígenes e intereses locales dibujan un mapa bastante disperso de motivaciones iniciales que oscilan -como se advierte en El conflicto, callejón con salida- entre la codicia (armas para el pillaje) y la desesperación (armas para librarse de la guerrilla).

La desmovilización de 874 miembros del Bloque Cacique Nutibara a fines de 2003 puso en evidencia la enorme diversidad de lógicas de vinculación apolítica que conducen hacia los grupos armados: falta de opciones, dinero, seguridad personal, guerrilleros desmovilizados, etcétera. También puso al descubierto las dificultades institucionales y operativas que acarrea un proceso de desmovilización ad hoc.

Sin embargo, el proceso de diálogo entre gobierno y paramilitares no sólo incentivó a jóvenes urbanos sin opciones a integrarse al Bloque Nutibara: también genera expectativas sobre cierto grado de impunidad. Estas expectativas alientan a miembros del crimen organizado a entrar en la escena del conflicto a título de actor armado.

No es nada nuevo afirmar que la guerra colombiana es percibida por muchos como un gran negocio. Lo que sí parece un poco novedoso es que algunos ingresen a la guerra no tanto para capturar rentas sino más bien para tratar de lavarlas en una negociación.

Evitar que la negociación de Ralito se convierta en una enorme operación de lavado de capitales, tierras y sicarios graduados de combatientes es uno de los grandes retos no sólo del gobierno, sino también del Estado y la sociedad. Como bien advirtió Luis Carlos Restrepo en la instalación de la Mesa de Diálogo: "un proceso de paz se mostraría inútil si sólo sirve para salvar apariencias u obtener beneficios coyunturales".

Por esa misma razón, el proceso de paz no puede circunscribirse al diálogo en Santa Fe de Ralito. Es el diálogo de Ralito el que debe estar circunscrito a una política nacional de paz, desmovilización, reinserción y reparación válida para todos los actores armados. Caso contrario, las actuales negociaciones sólo servirían, ahí sí, "para salvar apariencias u obtener beneficios coyunturales" y para sentar precedentes que pueden disminuir la capacidad de maniobra del Estado en futuras negociaciones (o incluso en negociaciones simultáneas si el proceso con el ELN se concreta).

Así, más que preparar la mezcla específica de negociación política y sometimiento a la justicia para un conjunto de paramilitares con diversos intereses, es necesario construir una política nacional de paz que guíe al gobierno en su interlocución con los paramilitares y que complemente su desmovilización, con el desmonte de lo que Salvatore Mancuso llama el "cúmulo de fidelidades lentamente construidas (.) que terminaron por transmitir un gran poder político y social a las autodefensas".

Ese cúmulo de fidelidades ejerce un dominio hegemónico en regiones enteras del país en las que la democracia ha sido suplantada por un arreglo que evoca el control social que el señor feudal ejercía sobre los siervos de la gleba: protección a cambio de obediencia y silencio. Este tipo de arreglo antidemocrático es también promovido por la tiranía de la guerrilla en otras regiones. La diferencia es que mientras ésta construye un 'Estado de facto' por fuera del Estado, el arreglo paramilitar teje una alianza de algunas élites regionales que corroen y usurpan las instituciones y el aparato del Estado en lo local.

En la Italia medieval -recuerda Hefried Münkler en un reciente artículo en la revista Análisis Político- las clases dirigentes de las ciudades comerciales rehusaban prestar servicio militar. Para su defensa acudían a los condottiere o brigadas militares del campo. Muchos de ellos rápidamente identificaban la guerra como un negocio lucrativo. Algunos, que comenzaban como pobres diablos -dice Münkler- se hacían ricos. Otros, miembros de la nobleza rural de bajo rango acababan convertidos en príncipes y duques.

Lograr que algunos de los condottiere que actúan en Colombia se desmovilicen es importante para restarle combatientes a la guerra. Sin embargo, es necesario que el Estado-Nación y las instituciones legítimas de la democracia disloquen el control social que el paramilitarismo ejerce en regiones enteras. Si tras la negociación en Ralito los señores de la guerra acaban convertidos en príncipes y duques, flaco favor se le habrá hecho a la paz y a cualquier otra negociación futura.

* Investigador del Informe Nacional de Desarrollo Humano

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