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DESPLANTES ISLAMICOS

Semana
29 de abril de 1985

El doctor Mostafá Mokhlesi, embajador en Colombia de la República Islamica del Irán, se las ha arreglado para hacerse notar ampliamente en el país durante el breve lapso que lleva desempeñando sus funciones diplomáticas.
La primera vez fue cuando, en circunstancias que aún no han logrado aclararse completamente, logró "en cantar" al director de Inravisión con el objeto de obtener su permiso para aparecer en tiempo triple A en una de las dos cadenas comerciales de televisión y realizar una breve pero sustanciosa apología de la revolución islámica, que aun estremece al mundo occidental por sus métodos brutales y su arcaica concepción religiosa, social y política del pueblo iraní.
No contento con este baño televisado de popularidad, el doctor Mostafá Mokhlesi, embajador en Colombia de la República Islámica del Irán, dirigió recientemente una comunicación al jefe de redacción de "El Tiempo" (a quien seguramente, por escribir bajo el seudónimo de Ayatollah, considero un adecuado destinatario), advirtiendole sobre el hecho de que su religión y tradiciones lo obligan a cometer ciertas groserías sociales que los colombianos estamos en la obligación de no interpretar como groserías sociales.
La más grave de ellas, (porque al fin y al cabo está en pleno derecho de no usar corbata ni tomar u ofrecer licor), consiste en que se abstendrá de "estrechar la mano de las damas", pues en su país, donde las mujeres son tratadas como ciudadanas de quinta categoría, está mal visto que así se haga.
Por motivos menos graves el gobierno panameño vetó el nombramiento de Lewis Tambs como embajador de EEUU en dicho país. Efectivamente, a Tambs se le acusaba de no haber sido partidario del Tratado Carter-Torrijos sobre la devolución de la soberanía del Canal de Panamá, y de ser aficionado a echar chistes irreverentes sobre los países latinoamericanos. Pero el ex embajador Tambs fue aceptado en Colombia, donde se consideró que sus chispazos de humor político no constituían ningún desplante para el país.
El caso del doctor Mostafa Mokhlesi, embajador de la República Islamica del Irán, es más complicado. Desafiando aquella máxima de que "al país donde fuereis haz lo que viereis" ha declarado oficialmente, de una vez por todas "y para que no lo consideren una falta de educación de mi parte" que esta dispuesto a discriminar socialmente a las mujeres colombianas como es costumbre en su país, donde no sólo no las saludan de mano sino que les tapan el rostro con un ignominioso velo detrás del cual se han visto obligadas a soportar varios siglos de indignidad humana.
Como prueba de esta horrenda discriminación sexual, no es poco frecuente que la opresión de las mujeres constituya bandera política de los partidos iraníes. Hace un mes, efectivamente, sucedio que la oposición al régimen del Ayatollah Khomeini organizó una multitudinaria manifestación para exigirle al gobierno medidas más estrictas sobre la indumentaria femenina. Y el gobierno incapaz de objetar públicamente tal gesto de fundamentalismo islámico, respondió a esta manifestación de la oposición... organizando sus propias demostraciones, igualmente partidarias de aumentar las restricciones islamicas sobre el triste status humano de sus mujeres.
Pero, no sólo el régimen del Ayatollah ha resucitado las más arcaicas costumbres sociales, sino que ha sepultado al país en un grave desorden económico, caracterizado por notables retrocesos agrícolas, bruscas disminuciones del producto bruto nacional y una delicada "fuga de cerebros" que ha privado al país de suficientes técnicos y empresarios. Pero como si lo anterior fuera poco, el Ayatollah ha comprometido al Irán con una de las más brutales guerras de las que se libran actualmente en el planeta. Y aunque importantes líderes iraníes se han mostrado partidarios de negociar un acuerdo para acabar con la guerra, el Ayatollah advertido que no cejará hasta que su más odiado rival, el presidente Saddam Hussein de Irak, no se retire del gobierno.
Aparentemente, esta obsesión de Khomeini contra Hussein se debe a un intento de vengar la forma como el Presidente iraquí lo expulso del país en 1978. Pero por cuenta de la venganza del Ayatollah esta guerra ha desbordado lo que ironicamente pueden considerarse los límites racionales de la crueldad.
Ambos países se han bombardeado con armamento químico y gases nerviosos; y recientemente una comisión de las Naciones Unidas, venciendo la usual timidez del organismo a citar nombres o comprometerse con críticas detalladas, publicó un escandaloso informe sobre el lamentable estado de los prisioneros de guerra (cerca de 60.000) que mantienen ambos países aplicandoles brutales torturas físicas y mentales. También han inundado el golfo persico, paso obligado de los buques petroleros de minas explosivas, y recientemente han comenzado a bombardear asentamientos de civiles y amenazado con disparar sobre aviones de pasajeros.
En medio de todo este desastre, el Ayatollah Khomeini ha sacado "un tiempito" para enviarnos a los colombianos su representante diplomático, quien envalentonado con la que cree ser la legitimidad que le otorga la mención de sus costumbres religiosas, ha anunciado que se niega a darle la mano a las mujeres colombianas. Me pregunto qué sucedería si nuestro embajador en Irán insistiera en hacer lo contrario; es decir, en perseguir a las mujeres iraníes con el objeto de estrecharles obligatoriamente la mano, para cumplir así, celosamente, con las normas de la etiqueta occidental.
Pero antes de que tenga la oportunidad de encontrarme con el doctor Mostafá Mokhlesi, embajador de la República islámica del Iran, y corra el riesgo de ser víctima de sus desplantes religiosos, declaro públicamente que soy yo la que se niega a darle la mano al embajador de Irán. Y no porque me lo impidan mi religión o mis costumbres, sino porque me lo impide mi conciencia.

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