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Después de Obama

Romney es la caverna. Volver a los republicanos sería un retroceso al abismo. Pero, ¿cómo evitar la victoria de Romney si el candidato es Obama?

Antonio Caballero
16 de junio de 2012

La verdad es que la derrota de Barack Obama en su tentativa de reelección a la presidencia de los Estados Unidos no tendría mucha importancia. Ha sido un mediocre presidente en su primer mandato, y peor aún por contraste con las inmensas esperanzas que supo despertar con su admirable retórica durante su campaña electoral. Y eso, a pesar de que contaba con la enorme ventaja de ser el sucesor de George W. Bush: peor que ese, imposible.

Pero de Obama se esperaba la ruptura; y ha sido la continuación. Ha mostrado ya sus límites, y son bastante estrechos: en la reforma a medias de la salud, en el abandono de la educación, en los titubeos sobre la política frente a los inmigrantes. En el rescate de la economía se ha mostrado timorato, acobardado ante las críticas de sus adversarios republicanos. Y vacilante en el rescate de la economía que se hunde cada día más en la recesión, insuficientemente rescatada por miedo a ser acusado de socialista, o aun de comunista, por la derecha: la misma que así trató hace 80 años a Franklin Roosevelt cuando dirigió la intervención del Estado para sacar a los Estados Unidos de la Gran Depresión. Por eso Obama solo ha intervenido para rescatar a los bancos; y con mejor ojo, pero solo a medias, al sector automovilístico, que es parte de la economía real y no del juego de malabares de la economía financiera.

En política exterior, lo que puede mostrar Obama es menos todavía. Más de lo mismo: continuó todas las guerras de Bush, aunque sigue prometiendo que se saldrá de ellas; y por miedo a las críticas de los Republicanos les añadió una más, la de Libia; y por acojonamiento ante los halcones israelíes, el lobby judío en el Congreso y los mismos Republicanos, está a punto de añadirles otra en Siria y posiblemente la más terrible de todas en Irán, sin lograr la victoria en ninguna. Pero entre tanto le ha cogido el gusto a la matanza, como lo muestra su alegría de niño con juguete nuevo en el uso creciente de los drones, esos avioncitos no tripulados que sirven para matar gente desde lejos. Entrados ya en el terreno de la ética, Obama no ha sido capaz ni siquiera de cerrar esa vergüenza de su país que es la cárcel de Guantánamo.

Obama mismo es consciente ya de sus altas posibilidades de no ganar la reelección, cosa que rara vez le ocurre a un presidente de los Estados Unidos. Tanto, que en los últimos días ha recurrido a los más improbables salvavidas: respaldó el matrimonio de parejas homosexuales para ganar el voto de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales; no sé por qué llaman 'comunidad' a un revoltijo de personas tan distintas: pero ese es otro tema); y acaba de instar públicamente a los europeos a que hagan algo para enderezar su economía: eso que él mismo no ha podido hacer, o no se ha atrevido a intentar, en sus propios predios.

Así que, para volver al principio, una derrota de Obama no importaría mucho. Pero lo que sí importaría, y muchísimo, es una victoria de su rival republicano, Mitt Romney, cuyas probabilidades aumentan día a día en las encuestas. Porque Romney es la caverna. A pesar de lo decepcionante que ha resultado la retórica de Obama, volver a los Republicanos equivaldría a reelegir a Herbert Hoover tras el primer cuatrienio de Roosevelt: sería un retroceso hacia el abismo. Pero ¿cómo evitar la victoria de Romney si el candidato es Obama?

Se me ocurre una idea. Pero no sé: no me parece que sea una idea para una revista seria como es SEMANA. En SoHo, tal vez...

Nota sobre los toros: La supresión de las corridas de toros en la plaza de Bogotá por el alcalde Gustavo Petro es cosa grave: una agresión a los derechos de las minorías. Pero me parece aún más peligrosa, desde el punto de vista de la cultura, la postura de Aníbal Gaviria, alcalde de Medellín. Lo de Petro es arrogancia desnuda: su argumento para prohibir la fiesta es que el que manda manda y el que manda es él. Pero lo de Gaviria es más sinuoso y más dañino: dice que dialogará con la gente del toro para persuadirla de renunciar al tercio de muerte; así Medellín, con "corridas incruentas" como las que "se están manejando ya en Estados Unidos y Europa", podrá tirar una línea "humanitaria" para los aficionados de toda América Latina.

Hablar de "corridas incruentas" y "humanitarias" muestra que no se ha entendido en absoluto el significado de la fiesta de los toros: una fiesta, y un espectáculo, y un arte, y un rito, y un sacrificio, y un combate.

Y, sí, el caso me recuerda la forma en que "se manejan" esos asuntos en Estados Unidos (aunque no en Europa). Hace un par de años se iba a organizar en Texas un espectáculo de rejoneo con toros y caballos. Y las autoridades exigieron que unos y otros fueran castrados antes de cruzar la frontera.

No tardarán los antitaurinos en pedir también la castración de los toreros.

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