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DETRAS DEL CLIENTELISMO

Semana
14 de febrero de 1983

Circulamos una nueva moneda: el clientelismo es otra cara de la paz.
¿Sera posible?
Desde hace años asistimos a una controversia inclemente sobre dicho tema: el partido liberal carga solitariamente con el Decado de ser su patrocinador y el peso de tal responsabilidad lo ha convertido en derrotado.
Al clientelismo se lo concibe de dos maneras: como una estratagema de acceso a los puestos públicos, y también como un modo de vida para obtener los favores del Estado, a menudo traspasando los linderos del código penal.
Más del 10% del producto interno bruto es determinado por los gastos directos del gobierno; ni se diga del porcentaje que representa la remuneración de los funcionarios gubernamentales en el ingreso nacional. Estos dos bocados son tan apetecibles para los clientelistas como para sus adversarios, quién sabe en qué proporción. Otro dato: aproximadamente el 90% de la población económicamente activa trabaja con el sector privado en Colombia: una tremenda avalancha de presiones cae a diario sobre el 10% de la burocracia para cada uno de sus actos, de sus contratos o de sus controles de gestión. ¿Sera fácil resistirla?.
El clientelismo que combaten los anticlientelistas, ¿no es acaso el mismo que otros denominan "amiguismo"?. Enunciamos la primera hipotesis: en cada familia urbana colombiana existe por lo menos un funcionario público (hasta el segundo grado de afinidad y el cuarto de consanguinidad). Si esta conjetura es cierta, cada uno de los 720 mil funcionarios oficiales tiene un hijo, un primo, una hermana, el papa o una sobrina devengando del erario público.Si esto también es verdad --y muchísimos levantamos la mano--, ¿cuántos de ellos han ingresado al servicio oficial por la via de un concurso de méritos, de un exámen, compitiendo en igualdad de condiciones con otros aspirantes a un cargo?; ¿cuantos por ese severo camino democrático y no por la vía del amiguismo?. O el camino del padrino, a quien lo encontramos adentro del Gobierno, o afuera, utilizando aquí o allá ese sistema latinoamericano de intercambio de favores que peyorativamente se lo ha venido denominando como clientelismo. ¿Quién, que quiera ser sincero consigo mismo y con los demás, quién puede decir que no tiene rabo de paja como "pseudo-clientelista" cuando se vale de amigos, por ejemplo, para obtener el cupo de un hijo en la universidad oficial o una licencia o un favor saltándose los pasos regulares de la ley?.
En suma, definir el clientelismo sólamente como una versión de la corrupción --cohecho, soborno y demás delitos contra la administración pública-- es de nuevo una supersimplificación del problema y tal vez una manera despectiva de hacer a un lado los rastros sociales y los hábitos muy colombianos del amiguismo.
Todavía más: es hacer a un lado los efectos especiales que, según mi segunda hipótesis, tiene el trabajo en el Estado para la estabilización de un país. Es así los adversarios del clientelismo siguen olvidando que, pese a todo, el Estado es el mayor empleador en cualquier país y en cualquier regimen. Esta afirmación coloca las cosas es una nueva perspectiva, la del empleo.
El empleo es ingreso, es gasto, es ahorro, es demanda, es seguridad. A quién se le ocurre, por otra parte, pensar que el desempleo es pasivo y que no ofrece si no sumisión: no, el desempleo es activo, es feroz. Entre ambos extremos está el clientelismo tal vez como una transición: si el Estado crea empleos improductivos (parodiando a Pareto hemos dicho que el 80% de los resultados de la administración pública se alcanzan con el 20% de los funcionarios), al mismo tiempo ello garantiza un cierto nivel de seguridad. Si el Estado cierra las ventanas al empleo improductivo e ineficiente, le abre el portón al desempleo feroz que puede devenir en delincuencia. Delincuencia o subversión cuando la tasa de desempleo llegue a limites no tolerables para la policía estatal.
Una alta tasa de desempleo puede ser subversiva, una tasa baja puede garantizar una paz manejable. El clientelismo es entonces, y mediante esta argumentación, otra cara de la paz; es el precio que debe pagar el Establecimiento para mantener las oportunidades de una economía mixta. El empleo del Estado, vía clientelista y para todos los partidos que llegan al poder, podría prevenir los conflictos sociales, o por lo menos los atenuaría. Esta hipótesis es aún mas válida para parses del tercer mundo donde la única propiedad del pobre es su puesto (los ricos tienen casas, fincas, autos, acciones): una realidad enorme, tanto que parece irreal.
Queda por ver si el debate contra el clientelismo tiene respuestas posibles en términos de soluciones. Una de ellas: limitar o congelar las plantas de personal es una aparente medida que fácilmente se desconoce por parte de los nominadores, los servicios estatales crecen porque las demandas del público siempre son superiores a las ofertas del Estado. A pesar de todas las restricciones que se establezcan, el crecimiento vegetativo del gasto público produce más empleos, generalmente improductivos. Con el clientelismo o sin el, las nóminas pueden aumentar por muy diversas razones: supernumerarios, contratos de servicios, empleos indirectos, reformas administrativas, cambios de estructura.
En términos de soluciones esta otra: el aumento en el nivel general de empleo podría servir de control al clientelismo. Si el empleo privado crece (A), el empleo improductivo del Estado (B) se vería, por lo menos, sostenido. Incluso se desplazaría mano de obra de B hacia A, bajo ciertas condiciones en la remuneración --y manteniendo la retroactividad de las cesantías ¡desde luego!
Pero, ¿cuáles han sido las estrategias de este tipo que los anticlientelistas ofrecen como remedio? Ciertamente que cuesta bastante crear un solo empleo en el sector privado y que aparentemente cuesta poco crearlo en el Gobierno. ¿Es la ineficiencia del Estado el costo que debe pagarse por la paz? ¿O más bien una política de creación de empleos privados en gran escala --incluyendo el sistema keynesiano de abrir trincheras y volver a cerrarlas-- es el paliativo para que los partidos no se caigan dizque por clientelistas? En estas dos preguntas se encuentra el meollo de la acción y la franja de entendimiento que se hace necesaria para darle al clientelismo su verdadera dimensión.--
Catedrático en varias instituciones académicas, Jaime Lopera se ha desempeñado como jefe del Departamento Administrativo del Servicio Civil; presidente de la junta de la ESAP; miembro de las juntas del Fondo Nacional del Ahorro y de la Caja Nacional de Previsión. Durante su ejercicio profesional ha sido consultor en importantes empresas. Escribe regularmente en la revista Gerencia al Día sobre temas administrativos y en la revista literaria Pluma.--