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La igualdad elimina violencias

Ahora como cada año cuando finaliza noviembre, recordamos que hay una fecha internacional decretada para buscar maneras de eliminar la violencia contra las mujeres.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
27 de noviembre de 2017

En nombre de las mariposas, como llamaban a las 3 valientes hermanas Mirabal que fueron asesinadas en República Dominicana el 25 de noviembre de 1960, se recuerda en esta época que las cifras de la infamia no disminuyen, que el número de niñas y mujeres maltratadas, violadas y asesinadas nos sigue avergonzando, que los predadores siguen sueltos por ahí en las casas y en los barrios. Reiteramos cada año que el feminicidio no da tregua y que la violencia sexual sigue mancillando a las niñas, y siguen siendo tantas que uno no sabe si estas fechas conmemorativas sirven realmente para incidir en el cambio urgente que debemos hacer en la manera de relacionarnos. No sé, por ejemplo, si en los días de final de noviembre declarados para el activismo en contra de cualquier forma de violencia contra las mujeres, hay una disminución en la cantidad de mujeres reportadas heridas o asesinadas por sus parejas o sus exparejas. No lo creo.

Lo que sí sabemos es que el número de mujeres que denuncia va en permanente aumento. Y que cada vez los funcionarios judiciales y de Policía a cargo de recibir las denuncias entienden más, o hacen el esfuerzo por entender, el impacto de las múltiples formas de violencia sobre las mujeres; que no se requiere una herida sangrante como prueba del maltrato, que no solamente los huesos rotos y los pómulos reventados dejan huella.

Violencias hay muchas, cada mujer habrá vivido alguna vez una física, psicológica, sexual o económica. La habrá padecido por culpa de su pareja, su padre, hermano, tío, jefe, vecino, médico, guardia de seguridad. La habrá sufrido públicamente o en privado, alguna vez que no querrá recordar de su infancia, de la adolescencia o en la edad adulta. Hay unas violencias que matan, otras hieren, todas duelen en el cuerpo y en la propia estima, unas dejan morados y otras cabezas gachas, silencios aterrorizados, ilusiones truncadas.

Las formas históricas de discriminación a la mujer son violentas, no poder leer ni estudiar, tener vedado aprender a sanar, a construir o a escribir, no tener derechos patrimoniales, no tener permitidos el conocimiento ni el placer, estar signada para la maternidad y la cocina, y punto.

Es absolutamente violento imponer una definición del destino; me aterra saber que, hoy en día, todavía hay padres que pretenden decidir las profesiones de sus hijas. Nada más violento que haber cerrado las puertas al conocimiento a la mitad de la humanidad por siglos; me atrevo a especular que tal vez tendríamos un mejor planeta si, desde el comienzo de los tiempos, las mujeres hubiéramos sido hombro a hombro constructoras del destino común de la humanidad.

A lo largo de la historia se hizo lo que los hombres decidieron, como ellos ordenaron que las cosas fueron hechas, tanto en los espacios públicos como en los privados; los roles estaban definidos y bendecidos, y las formas de la exclusión de las mujeres en espacios de decisión estaban culturalmente aceptadas. Más allá de lo dispuesto por la sociedad, si a una mujer se le daba bien lo de socializar era puta, si sabía curar era bruja, y así.

Para que la igualdad comenzara a hacer carrera, unas pioneras tuvieron que romper con los moldes para acceder, no a un privilegio, sino al tratamiento igualitario. Esta ruptura hecha a pulso es también una forma de eliminación de la violencia contra las mujeres. Tengo el orgullo de ser sobrina de la primera mujer médica que se graduó en la Universidad del Cauca, en 1958. Crecí escuchando las historias de la tía Lucy, su valentía, seriedad y pilera para sacar adelante su carrera sola en un universo masculino, y cómo se ganó el respeto de sus jefes y pacientes cuando, después de especializarse en ginecología, comenzó a ejercer su profesión en los centros de salud de los barrios más vulnerables de Cali, por allá en los años sesenta cuando entregar anticonceptivos a las mujeres y atender su salud sexual y reproductiva era, más que brigadas de salud pública, un verdadero apostolado.

El honor de saberla mi tía es tan grande como mi amor por ella, y ha crecido con los años a medida que voy entendiendo y confirmando la relevancia que tienen en la historia las mujeres que se atrevieron a romper con los cánones normalizados de la desigualdad. Si vamos a hablar de eliminación de la violencia, deberíamos aprovechar para agradecerles a todas las que abrieron el camino para romper con la violencia del veto en el acceso al conocimiento, a los espacios de poder, al ejercicio profesional. A todas ellas, gracias eternas.

@anaruizpe

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