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Diarios de Venezuela: Volver para contarlo

Un triunfo de Capriles era lo que muchos de los que estamos hoy aquí como periodistas internacionales hubiéramos querido contar, no por las preferencias políticas de cada uno, sino porque somos periodistas.

Semana
8 de octubre de 2012

El final era otro. La noticia era otra. Desde un punto de vista periodístico, una cuarta victoria electoral del presidente Hugo Chávez era un deja vue. No por eso menos importante para Venezuela ni para el lugar en la historia que hoy ocupa el “intumbable”. Pero una triunfo de Henrique Capriles era lo que muchos de los que estamos hoy aquí como periodistas internacionales hubiéramos querido contar, y no por las preferencias políticas de cada uno, sino porque somos periodistas.

¿Habría sido un final feliz, sin resistencias, sin disturbios sociales? ¿Lo habría reconocido el presidente Chávez y le hubiera entregado el poder en enero? Nunca lo sabremos. Lo que sí sé es que la victoria de Capriles habría sido un relato más épico. Hoy miles de periodistas internacionales informan una vez más sobre la victoria de Chávez y dan un parte de tranquilidad de que en este país “no pasó nada”. Y eso no es noticia, aunque sea historia.

Mi versión, absolutamente personal, sobre esta historia empieza ayer en la mañana. Sentí en el ambiente una alegría que no se había expresado del todo en los últimos días, porque estaba medio nublada por la tensión, la paranoia y especulación, no sólo de los resultados, propio de todas las elecciones, sino de lo que sucedería luego de conocerse el ganador. Pero la bruma se despejó ayer y Venezuela madrugó a votar feliz con un sol radiante.

A los puestos de votación llegaron algunos incluso desde la una de la mañana. Una hora después de que abrieron las mesas, a las 7 am, ya había filas que le daban una vuelta a la manzana. En Petare, la cola de votantes esperando entrar a la escuela Arocha hacia el medio día ocupaba cuatro cuadras. Por fortuna, avanzaba con la misma rapidez como se movían tres muchachos repartidores de refrigerios y botellas de agua. “Un regalo del gobierno”, dijo uno de ellos. Esta clase de regalos estaban debajo de una mesa, en un punto rojo chavista en frente de la escuela, en dónde también prestaban un servicio de asesoría para indicarle al elector dónde estaba inscrito para votar, entre otras cosas.

A las afueras de la escuela, dos militares ya canosos de la guardia nacional, ambos de origen barranquillero, pero más venezolanos que colombianos en su sentir patrio, charlaban con una mujer risueña y carnosa, vestida de camiseta roja con la mirada de Chávez estampada, y luciendo aretes en forma de corazón tricolor. “Son los ojos de mi marido”, me dijo cuando le pregunté si había ingresado vestida de esa manera a votar. Me aclaró que había votado con otra pinta porque sabía que no debía hacer propaganda de su candidato, pero me contó que luego había regresado a su casa a cambiarse de atuendo porque había que celebrar.

La celebración de los chavistas empezó desde temprano en los barrios populares de Caracas. Atravesar algunas de sus empinadas y culebreras calles es una hazaña difícil para cualquier conductor en un día normal. Hacerlo en unas elecciones presidenciales contendidas por Chávez es meterse entre un bazar en festival. En las tiendas o pequeñas bodegas, a pesar de la ley seca, se congregaban los vecinos a tomar ron y cerveza. Sobre la calle parquearon carros con gigantes parlantes que reproducían música tropical, pero también discursos de Chávez o los jingles de la temporada, que los vendedores ambulantes del centro de la capital vendían a 8 bolívares en discos pirata. En otros puntos de la ciudad, la celebración era más moderada, pero por las principales calles y avenidas también circulaban motorizados con banderas rojas y gritos eufóricos de viva Chávez.

Los caprilistas podrían haber estado igual de entusiastas, y no puedo dejar de mencionar la palabra esperanzados, pero al menos en estos barrios, no los vi demostrarlo abiertamente. Algunos de ellos estaban, además, pendientes de lo que estaba sucediendo en los puestos, de cuidar sus votos. Hubo mesas, sin embargo, sin testigos de la oposición, como en el barrio 23 de Enero, a dónde fue a votar el presidente Chávez, y en dónde encontré a un grupo de tres acompañantes internacionales haciendo turismo electoral. Su guía los llevaba rápidamente entre una sala y otra, como recorriendo un museo a contra reloj, sin tiempo para observar las obras.

Hubo reportes de ciudadanos enviados a distintas organizaciones de la sociedad civil venezolana, quejándose en varias zonas del país de presuntas irregularidades que no sé si alguna vez serán investigadas por la justicia. Vi a un jurado de mesa que observaba cómo la gente marcaba el tarjetón y un sargento joven de la guardia nacional me dijo que en Petare, en otro puesto de votación cercano al que él custodiaba, habían asesinado a un hombre a tiros más temprano. Pero en términos generales, y a pesar de haber dicho lo anterior, estas elecciones no fueron tan violentas ni fraudulentas, y aunque en algunas zonas del país las mesas permanecieron abiertas más allá del tiempo previsto de cierre, porque había votantes en las filas, los resultados fueron entregados de manera rápida por parte del Concejo Nacional Electoral, lo que ayudó a que la ansiedad nacional no se desbordara.

El triunfo de Chávez en las urnas, con un 90 por ciento de los votos escrutados, fue de 10 puntos sobre Capriles, más exactamente 54.42% sobre 44.97%. La tendencia era irreversible. Los datos se filtraron a algunos periodistas antes de ser anunciado de manera oficial por los rectores del CNE. Un poco antes, el cielo caraqueño empezó a iluminarse con un par de voladores. Luego del anuncio oficial, los fuegos pirotécnicos estallaron durante cuatro horas más, dejando un intenso olor a pólvora en el aire y una sensación de alivio a la tensión colectiva que había estado acumulándose durante meses y finalmente estallaba, no con bombas y tiros de un golpe de Estado o las asonadas populares que tanto se temían, sino en luces de colores y posiblemente en llanto, de alegría, pero también de profunda tristeza.

Mientras la mitad de la ciudad seguía intoxicada por la parranda del triunfo de Chávez, me atrevo a decir que muchos venezolanos anoche se tragaron amargamente el nudo que les quedó en la garganta después de saber los resultados. La vida de varias personas estaba en pausa. Esperaban una victoria de Capriles para regresar al país porque están en el exilio, para cambiar su carro o buscar un trabajo nuevo. Las elecciones de ayer acabaron con la espera que los estaba carcomiendo por dentro, pero también acabó con algunos de sus planes.

“Uno lucha pero la vida es así”, dijo Capriles ayer, visiblemente agotado, más flaco que nunca, y sin asomar sonrisa mientras reconocía el triunfo del presidente Chávez, con un breve discurso a todo el país. Sereno y humilde, agradeció tanto apoyo a los venezolanos que creyeron en él y le dijo al presidente que leyera con grandeza esa expresión del pueblo, porque hoy la mitad del país no se siente incluida en su proyecto.

Luego habló Chávez, quien felicitó a todo el país por su participación democrática y dijo que quería ser un mejor presidente de lo que hasta el momento ha sido para todos los venezolanos. Pero no sé hasta qué punto esta elección sea una segunda oportunidad o lección para el presidente, ni si a él le interesa hacer un gobierno realmente incluyente.

¿Sería capaz de arrollar y reprimir como sea a quienes no comparten su visión, pero también son ciudadanos de este país, para poder llevar a cabo su revolución bolivariana socialista? Si eso sucede, siempre habrá noticia que contar para los periodistas que escribimos acerca de Venezuela. Aunque creo que hay otra historia que también escribiremos sobre las semillas de esperanza que Capriles dejó sembradas, como líder indiscutible que hoy es entre miles de venezolanos. Es probable que un porcentaje de esas semillas nunca van a retoñar, pero en un futuro no muy lejano, creo que logrará cosechar la mayoría. Es cuestión de tiempo.

“Todo lo que va a ocurrir debajo del sol, tiene su hora”, escribe el presidente Chávez en su plan de gobierno 2013-1019 citando al Eclesiastés, incluso lo resalta en negritas. Y Capriles lo dijo durante toda su campaña y ayer lo repitió de manera especial. “Los tiempos de Dios son perfectos”. Yo siempre he creído que Dios trabaja de manera misteriosa, por eso aunque hoy todo siga aparentemente igual, creo que algo sí pasó en Venezuela. Espero poder regresar para contarlo.

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