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DICCIONARIO TROMPOLOGICO

Semana
21 de agosto de 1989


Vengo observando, con un placer nostálgico de niño grande, que regresan los viejos tiempos del trompo, como volvieron, también, los años de la cometa.

En Boyacá, donde la gente suele conservar sus costumbres y tradiciones, acaban de realiza el I Campeonato Mundial de Trompo de Poner, homologado por las autoridades internacionales de tan delicada materia--algo así como la FIFA del trompo-- que tiene sus oficinas en Zagreb Yugoslavia, desde la Edad Media. Lo malo es que no hemos podido saber cómo se dice "trompo" en servio-croata, pero al evento mundial de Boyacá llegaron delegaciones y competidores de todos los confines: Cerinza, Sogamoso, Corrales, Tópaga, Socha, Duitama e inclusive de algunas aldeas del Casanare.

La televisión colombiana, por su parte, registra en estas noches la celebración de torneos callejeros de trompólogos profesionales, aficionados o principiantes. El otro día me invitaron a participar en uno, en plena calle céntrica de la ciudad, a las cuatro de la tarde, compitiendo con tres albañiles, un carpintero y cuatro camarógrafos desocupados.

Descubrí, para mi infinita tristeza, que ya no soy el mismo trompeador de antes. Los años no pasan en vano. La vejez es implacable aun con los sentimientos más profundos del género humano. Me fallaron la vista, el pulso y la puntería. Mi participación fue realmente lamentable pero no tanto como la de nuestros ciclistas en Francia o los futbolistas en tierras brasileñas, en la misma región bahiana cantada por Jorge Amado, para más verguenza.

En fin, lo unico que logré, poniendo la chaqueta en el piso y remangándome hasta el hombro, fue romper la espiga contra el pavimento. Los espectadores, que eran meseros de un restaurante vecino y dependientes de un almacén, que salieron a presenciar el inusitado acontecimiento, se dieron gusto de lo lindo y me abuchearon sin miramientos.

Comprendí que mi penosa actuación había terminado cuando una muchacha, desde la puerta de un ventorrillo, gritó, a pulmón batiente:

--¡Devuélvanle su chaqueta a ese gordo bruto, y que se vaya de aqui !
Me fui, naturalmente, con dolor en las articulaciones y señales evidentes de que el reumatismo volvía a atacarme.

Fracasé, para qué negarlo, pero por fuera. Por dentro, en cambio, tuve la felicidad fugaz de reconstruir aquellas épocas en que jugábamos bajo el sol en la arena caliente de San Bernardo del Viento. Mi primer trompo, hecho con el nudo de un guayacán macizo, lo compré con un peso que me regaló de navidad mi tía Filomena. Lo fabricó con escoplo y formól el maestro Andrés Morillo.
Duré dos días sin asomarme por la casa. Apostábamos los botones de la bragueta con Jairo Revollo, que ahora es procurador en Cartagena, y con mi compadre Orlando González, ilustre concejal de nuestro pueblo. Al tercer día, bailando trompo en la oscuridad de la calle, como a las nueve de la noche, oimos una voz misteriosa que decía:
--Al que juega trompo de noche se lo lleva el diablo.
Esa noche, tratando de conciliar el sueño, estuve oyendo el zumbido del trompo del diablo que lo lanzaba con su piola en algún lugar del aire.

Como el lenguaje cambia de un lugar a otro, y la lengua verdadera es viva y palpitante, como una arteria, quiero contribuir a este afortunado resurgimiento del trompo recordando su terminología en las tierras del Sinú. Ahí va apenas como una muestra breve un pequeño Diccionario Trompológico.

ZARANDETO: (adj. calif.) Dicese del trompo que cabecea en forma irregular a derecha e izquierda. Ello se debe a que el clavo es muy grande para el cuerpo, o viceversa. Hay que consultar a un especialista en el ramo. Un carpintero viejo, por ejemplo.

CHARRASCO: (masc.) Dícese del trompo que salta al caer al suelo, como si estuviera bailando rock en español, porque la punta de la espiga está roma. Se aconseja comprar papel de lija, número 12, para afilarlo. O hacerlo contra la orilla de un pretil sin repellar.

SERENITO: Lo contrario de charrasco. El trompo que gira suave y dulcemente, como si es tuviera bailando un bolero de Toña la Negra en la penumbra.

ESPIGON: El clavo del trompo su arma para defenderse del adversario.

LA MONA: Es el trompo triste derrotado y destruido por la vida.
Está en tan precarias condiciones que uno no lo bota, sino que lo guarda entre el bolsillo, para ponerlo en lugar del nuevo, a fin de que los demás lo golpeen. "La mona" es término que la trompología heredó de las riñas de gallos, ya que existe un animal inválido y doloroso, incapacitado para pelear, y es usado para que los más jóvenes y prometedores aprendan a combatir. Es más o menos lo mismo que sucede actualmente con ciertos candidatos presidenciales.

BOLAÑA: (fem.) Es la herida abierta, el pedazo de madera que un trompo pierde a medida que le toca el turno de ponerse para que los otros lo desbaraten.

He buscado afanosamente en los diccionarios más reputados del castellano, y no aparece ninguna de estas palabras con el sentido que les damos los trompeadores de San Bernardo del Viento. Es natural que así sea: las cosas del corazón no figuran en los diccionarios.

Pero me alegraría sobremanera que, en beneficio de todos los trompólogos fieles a la tradición, la gente me contara cuál es el equivalente de estas palabras en el resto del país. San Trompo se los pagará con creces. Argos podría sernos de gran ayuda en esta búsqueda.

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