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La corona de Inglaterra ha pasado por las manos de varias dinastías sucesivas. Y todas esas manos han estado manchadas de sangre

Antonio Caballero
19 de enero de 2004

Los periódicos tabloides ingleses, que son los más escandalosos y los más amarillos del mundo entero, están en estos días montando un nuevo escándalo en torno a la difunta princesa Lady Di. La cual, seis años después de muerta, sigue creándole problemas a su familia política, la familia real británica. No basta con que uno de los perros de la princesa Ana se haya comido a otro de los perros de su madre la Reina. No basta con que el príncipe de Gales haya sido acusado de compartir su lecho con uno de sus sirvientes. No. Ahora resulta que también, según el diario escandaloso Daily Mirror, el heredero del trono mandó matar a su mujer. Es ella misma quien, desde ultratumba, lo señala con el dedo. En una carta a su mayordomo Paul Burrell asegura que "mi marido" (o sea, el suyo, Carlos de Inglaterra) planeó para desembarazarse de ella un accidente de automóvil tal como el que, efectivamente, la dejó estampada contra un muro de hormigón en un paso subterráneo de París, con su novio Dodi Fayed, con su chofer, y -según aseguran los rumores más escandalosos- con un hijo de su novio en el vientre. La carta no es póstuma, como podría pensarse: no la escribió la princesa después de muerta, y a sabiendas de lo que había sucedido. Se la envió a su mayordomo dos años antes del accidente. Por lo visto, lo veía venir. Un funcionario judicial británico, el coroner Michael Burgess, ha tomado tan en serio la revelación del Mirror que le ordenó al jefe de Scotland Yard hacer lo que en Colombia llamaríamos una "investigación exhaustiva", que tomará varios meses. Y los lectores del periódico, en su mayoría monárquicos, se aterran. ¿Acaso su futuro rey es un asesino? No lo sé yo. Hay que esperar a ver qué da la investigación exhaustiva de Scotland Yard. Pero si el príncipe Carlos no fuera un asesino, la verdad es que constituiría una notable excepción en la historia milenaria de la monarquía inglesa, al menos desde que Guillermo el Conquistador mató al legítimo rey sajón Harold para hacerse con la corona en el año 1066. La corona de Inglaterra ha pasado desde entonces por las manos de varias dinastías sucesivas, más o menos emparentadas las unas con las otras, desde los normandos hasta estos que ahora se llaman Windsor, pasando por los Plantagenet y los Tudor y los Estuardo y los Hanover. Y todas esas manos han estado manchadas de sangre. ¿De qué se asombran los lectores del Daily Mirror? ¿Es que no han leído las tragedias de Shakespeare? Bueno: sin duda no. O no serían lectores del Daily Mirror. Pero, en fin, ¿no han leído entonces ni siquiera un libro de escuela primaria de historia de Inglaterra? ¿No saben que al rey Eduardo II lo hizo matar su mujer metiéndole un hierro calentado al rojo por salva sea la parte (parece que el alarido del infortunado marido se escuchó en todas las islas británicas)? ¿No saben que al pobre Ricardo II su sobrino lo mató de hambre, ni que Ricardo III asesinó en cambio a todos sus sobrinos? La historia de la monarquía inglesa está plagada de sobrinos muertos. Y de tíos, y de hermanos. Y de esposas legítimas. Por ejemplo, todas las de Enrique VIII, que fueron nada menos que seis. Y de amantes: todos los que tuvo su hija Isabel I, llamada 'la Reina Virgen'. ¿No saben nada de eso los lectores del Mirror? ¿No han oído hablar nunca de María la Sanguinaria, la feroz reina de Inglaterra que prestó su apodo a ese cocktail de vodka y jugo de tomate que llaman Bloody Mary? ¿No saben que el principal sospechoso de haber sido Jack el Destripador, ese asesino en serie que destripaba y descuartizaba prostitutas hace cien años en las calles de Londres, era el duque de Clarence, nieto de la reina Victoria? ¿No saben acaso que la reina Victoria...? En fin: por lo visto, no saben nada. Y por eso se escandalizan. Es raro, porque fue el propio Daily Mirror el que hace un par de años publicó una secuencia de fotografías bajo el título de 'The killer Queen' (la Reina asesina) que mostraba a la mismísima Isabel II en el acto de rematar con sus propias manos un faisán que acababa de cazar de un perdigonazo en los bosques de su castillo de Sandringham. Las fotos mostraban a la Reina retirando el pájaro herido de las fauces de un perro, cogiendo con una mano la cabeza y con la otra el cuerpo a la altura de las alas, y haciendo fríamente crac, como quien retuerce un trapo. ¿Y se sorprenden después de que el hijo de esa señora mate a su mujer? Es que no conocen a las casas reinantes. Porque no se trata solamente de la inglesa. Todas son y han sido así, y si no, lo probable es que no hubieran reinado. Las dinastías faraónicas de Egipto y los grandes reyes aquemónidas de Persia, los césares romanos de la brutal familia Claudia, los califas abasidas de Bagdad, los Incas del Perú, los Somozas de Nicaragua, los Bush de los Estados Unidos. Para no hablar, claro está, de esos reyezuelos de alguna de las Islas Salomón que tenían que estrangular con sus propias manos a su predecesor (y a veces padre) para ser considerados gobernantes legítimos. Pero fingir que uno se escandaliza de esas cosas ayuda a vender periódicos. El Daily Mirror aumentó su tirada en 250 mil ejemplares cuando publicó la carta del mayordomo de Lady Di. Y a ver si con este artículo consigo yo que se triplique la venta de esta revista.

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