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Doble vara de medir

Según el argumento norteamericano, Irán es “la entidad política más peligrosa del planeta’’ y su presidente “un desequilibrado”. Lo mismo puede decirse de Estados Unidos

Antonio Caballero
22 de abril de 2006

El gobierno de los Estados Unidos está seriamente indignado con los ayatolas de Irán: esos atrevidos pretenden tener armas atómicas.

Claro que no son los únicos. Ya las tienen media docena de países en el mundo: Rusia, el Reino Unido, Francia, la China, la India, Pakistán, Corea del Norte, Israel. Además de los propios Estados Unidos, claro está, que no sólo son los únicos que las han usado (contra las poblaciones civiles de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki) sino que son también, con Irán, los únicos firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear que siguen desarrollándolas y perfeccionándolas. (También lo hacen Corea del Norte, Pakistán, la India e Israel: pero ellos no han firmado el tratado). En fin: el caso es que el gobierno de los Estados Unidos está tan virtuosamente indignado de que el de Irán quiera hacer lo mismo que él hace, que para impedirlo amenaza con bombardear al país, incluso con bombas atómicas.

Bien miradas las cosas, resulta perfectamente comprensible que Irán quiera tener armas atómicas. Se trata de un país al que el gobierno de los Estados Unidos incluye en lo que llama "el Eje del Mal", en compañía del Irak de Saddam Hussein y de la Corea del Norte de Kim Jung Il. Y basta con comparar la suerte respectiva de esos dos: a Irak lo destruyeron los Estados Unidos con el pretexto de que tenía tales armas, pero a sabiendas de que no era así, con lo cual no podía defenderse; a Corea del Norte no le tocan un pelo porque saben que sí las tiene, y en consecuencia puede tomar represalias. Cualquier país amenazado por los Estados Unidos tiene razón en pensar que la única garantía de no ser bombardeado por ellos (quizá con bombas atómicas) estriba en poseerlas él también.

El analista político Charles Krauthammer explica en la revista Time el argumento del gobierno norteamericano. Según él, Irán es "la entidad política más peligrosa del planeta", y su presidente Mahmoud Ahmadinejad es "o un místico o un desequilibrado". Y en consecuencia es necesario evitar que él u otro "país extremista dirigido por hombres igualmente extremistas" se puedan proveer de armamento nuclear.

Suena convincente, sí. Pero también George W. Bush, como Ahmadinejad, tiene cara de místico o de desequilibrado. Y tanto él como su país han mostrado de sobra su extremismo, y probado que constituyen una entidad política mucho más peligrosa que Irán. En el último medio siglo Irán no ha hecho más que una guerra, para defenderse de la agresión iraquí propiciada por los gobiernos de los Estados Unidos cuando Saddam Hussein era su amigo. Y en cambio los Estados Unidos han hecho por lo menos media docena, grandes y pequeñas, sin contar derrocamientos o asesinatos de gobernantes extranjeros: la de Corea, la de Vietnam, la de Grenada, la de Panamá, la de Somalia, la de Afganistán, la de Irak, además de las dos que ahora prometen: la de Siria y la de Irán. A Krauthammer le pasa lo mismo que a su gobierno: que ve la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, para usar la imagen evangélica.

Esa doble vara de medir es característica del comportamiento de los Estados Unidos en todos los campos, aunque este de la amenaza nuclear a otro país sea sin duda el más grave. Así, Bush acaba de exigirle al presidente chino Hu Jintao que la China renuncie a consumir petróleo con el mismo apetito con que lo hacen desde hace un siglo los Estados Unidos, y pretendió además obligarlo a que no utilice su moneda, el yuan, con el mismo desenfado hacia los demás con que los Estados Unidos utilizan el dólar. Así, el saliente representante comercial norteamericano Rob Portland le exigió a la Comunidad Europea que rebaje las subvenciones a su agricultura para que no compitan con las que el gobierno de los Estados Unidos protege a la suya. Así, el Departamento de Estado norteamericano se da el lujo de pedir cuentas a medio mundo por violaciones de los derechos humanos cuando su propio gobierno no cesa de torturar detenidos en Bagram, en Abu Ghraib, en Guantánamo, o de pasarlos para que sean torturados a policías "amigas" (o inclusive enemigas, como la Siria) en la figura llamada "entrega extraordinaria" (extraordinary rendition). Y tiene la desfachatez de imponerle a Colombia (y a otros: Afganistán o Perú) su propia autodestrucción en la insensata guerra contra la droga que ellos son incapaces de librar en su propio territorio.

Los chinos no aceptarán las exigencias de Bush: se le reirán en la cara, como lo están haciendo los iraníes en lo que a ellos les toca y los europeos en lo referido al comercio. No tienen, por lo visto, una columna vertebral tan flexible como la de los dirigentes de Colombia.

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Nota sobre el presidente Álvaro Uribe: ¡Y pensar que nunca se enteró de lo que estaba sucediendo a sus espaldas! Las tiene todavía más anchas que el ex presidente Ernesto Samper.

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