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¿Dónde está el otro?

Existe la creencia de que el cambio de una sola persona no va a hacer ninguna diferencia; pero en la práctica ocurre todo lo contrario.

Ximena Sanz De Santamaria C.
19 de marzo de 2013

El ser humano es conocido y definido como un  animal social; un ser vivo al que le gusta, desde sus inicios, andar en manada, estar acompañado, vivir con otros de su misma especie. Eso se hace cada vez más evidente cuando llegan al consultorio mujeres y hombres mayores de 25 años angustiados porque no tienen pareja, porque no se han casado, porque quieren casarse y tener una familia. Les aterroriza vivir solos el resto de su vida, no tener a nadie con quien compartir la cotidianidad, con quien levantarse, desayunar, irse de paseo, disfrutar los fines de semana, etc. Y no son los únicos: también llegan adolescentes y adultos que sufren porque no tienen amigos, no salen y no comparten con otras personas de su edad. A todos, en últimas, les preocupa no tener con quién compartir un triunfo, no tener con quién hablar, en quién apoyarse cuando tienen un problema. En otras palabras, no tener a otra persona a su lado. 

Sin embargo, lo anterior parece ser contradictorio cuando se ven ejemplos de la vida cotidiana en los que pareciera todo lo contrario: no hay conciencia ni interés por del otro, ni en el medio público ni en el privado. Veamos. 

Salir a manejar un día en Bogotá es una de las mejores muestras de la dificultad que tienen las personas para vivir y convivir con otros. Basta ver lo que ocurre cuando una persona pone la direccional para cambiarse de carril y el carro que, en aras de una armónica convivencia tendría que dejarlo pasar al ver la direccional, lo que hace es acelerar y pegarse al carro de adelante para que el otro no se pueda meter. Pareciera una cuestión de orgullo y competencia, como si no dejar meter al otro significara ganar puntos en un juego. Pasa lo mismo cuando las personas están haciendo fila en un supermercado para pagar o frente a la máquina de un parqueadero y de repente llega otra que, haciéndose la que no se da cuenta, se mete delante y paga primero sin pedir permiso, sin decir una palabra, como si también ‘ganara puntos’ en el juego de pasar por encima de los demás. 

Situaciones como estas no sólo se presentan entre personas desconocidas en lugares públicos. También se presentan entre amigos, padres e hijos, parejas, etc. Hay amistades que se fraccionan e incluso se acaban porque una de las personas no respeta el tiempo de la otra: siempre llega tarde y no avisa, hace que los demás tengan que esperarla o recogerla sin hacer el más mínimo esfuerzo por respetar el tiempo de los otros. Se preocupa únicamente por hablar de sí misma, sin preguntar jamás por lo que le ocurre al otro. Cosas similares ocurren también en las parejas cuando una de las partes no es consciente que vive con otro, por lo que no tiene problema en dejar ropa botada en el baño, no lavar la loza en la que come, no ayudar a recoger los platos, salir en la mañana sin ayudar a tender la cama, en resumen, siempre está esperando que la otra persona se encargue de hacer todas las cosas que ella misma podría hacer. Independientemente del vínculo que une a las personas, o del cariño que haya entre ellas, detalles como esos van desgastando las relaciones al punto de llegar a acabarse si cada persona no se hace cargo de sí misma.

Lo más fácil es criticar a los demás, ver lo que los otros no hacen o hacen mal, porque no nos obliga a mirarnos a nosotros mismos para darnos cuenta de qué tanto uno mismo está contribuyendo a que el egoísmo aumente en lugar de disminuir. La disculpa que muchos se dan es que no vale la pena hacer el esfuerzo por cambiar porque el resto de la humanidad sigue funcionando igual: existe la creencia de que el cambio de una sola persona no va a hacer ninguna diferencia. Pero en realidad lo que ocurre es lo contrario. Basta con que una persona empiece a hacer algo diferente para que se desencadene lo que se conoce como el ‘efecto mariposa’: el aleteo de una mariposa en un momento justo puede desencadenar una serie de cambios que lleguen a producir un fenómeno natural tan fuerte como un tornado o un tsunami. Y cada día parece ser más evidente que el ‘tsunami’ que vive la humanidad desde hace décadas es la consecuencia de una cadena de egoísmos en la que lo único que a nadie le importa es el efecto que sus pensamientos, palabras y acciones tengan en el otro. 

Los seres humanos aprenden mucho por lo que ven: todos, niños y adultos, tienen la tendencia natural a repetir y hacer lo que se hace en el medio en que se mueven.  Por eso, si una persona en el tráfico deja pasar a otra cuando pone la direccional, es muy probable que quien está viendo esta “escena” la repita. Así como si una persona a quien le suena el celular entrando a un ascensor se hace a un lado mientras lo busca para no obstruirle el paso a los demás, con este sólo gesto puede desencadenar el mismo comportamiento en quienes van detrás.  

Este mismo fenómeno puede darse en cualquier relación: familiar, de pareja, de amistad, laboral, entre otras. Todas pueden fortalecerse si en ellas se tiene la posibilidad de compartir lo que le pasa a cada uno, de contarse y oírse mutuamente interesándose realmente por lo que le ha pasado al otro sin que ninguna de las partes permita que su propio egoísmo la lleve a darse a sí misma una importancia preponderante. Bastan pequeños cambios como esos para que cada cual vaya desarrollando la conciencia de sí mismo haciéndose cargo de lo que hace y de su impacto en los demás. Sólo así es posible desarrollar la conciencia por el otro. Un padre no le puede exigir a su hijo que lo respete y no le grite cuando es él quien lo está gritando e irrespetando mientras se lo pide. De la misma manera, nadie puede culpar a los demás de hacer las cosas mal ni pedirle al resto de la humanidad que se comporte distinto si antes no ha empezado un trabajo personal por cambiar aquello que es tan fácil exigirle al otro y tan difícil de realizar consigo mismo. El reto de desarrollar la conciencia por el otro está en cada uno, ¡no en los demás!

*Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

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