Home

Opinión

Artículo

DORMIR EN PUBLICO

Semana
31 de julio de 1989

Una amiga mía, famosa artista colombiana, admirada por el público y reconocida por los críticos, tiene la mala costumbre -o buena, porque uno nunca sabe de lo que se pierde- de quedarse dormida en todas partes. O en cualquier parte.
Pero no se trata, al contrario de lo que suele suceder con estos especímenes, de una dormilona vergonzante o clandestina. Mi amiga no se hace la que está despierta ni le importa que los demás la descubran. Tiene, más bien una cínica desfachatez que le sirve, incluso, para preparar su escenario sin sonrojarse.
Sigamos, a guisa de ejemplo, que se convoca a una comida de muchas campanillas, de esas cuyos anfitriones creen que uno es un ciempiés y le ponen tres cucharitas diferentes y dos más para el postre, cuatro cuchillos de variadas formas y un palustre para la mantequilla.
Al frente de mi amiga puede sentarse el que sea:el embajador de los Estados Unidos revelándole los secretos de la bomba de neutrones, el de la Unión Soviética explicándole la perestroika, el de Francia disertando sobre quesos y vinos -que es de lo que hablan siempre en una fiesta los franceses- o el cónsul de la Argentina comentando que las señoras están dichosas por los precios de baratillo que tiene la ropa de cuero en Buenos Aires.
Si mi amiga, la artista, se siente atacada de súbito por la mosca del sueño, le importa un pepino que los señores ministros plenipotenciarios se queden hablando solos, porque ella no tiene el menor empacho en apartar ruidosamente platos, cucharas, copas, vasos, floreros y vasos, despeja la cancha de su inusitada cama, pone la mejilla contra la mesa y empieza a roncar que es un contento.
La historia de esta señora ha sido motivo para que varios amigos, entre ellos el doctor Houses y el Comodoro, nos dediquemos a elaborar una profunda y sesuda disertación, que es lo que ahora llaman "carreta", sobre la gente que se queda dormida en los actos sociales, lo mismo en un velorio que en una parranda, en una conferencia o en un coctel, en misa o en una visita de pésame.
Para empezar, y tras un pormenorizado análisis de 143 casos que fueron sometidos a nuestra consideración, los juiciosos investigadores llegamos a la triste pero irrefutable conclusión de que lo peor de esos sueños sociales es que uno nunca sabe cuánto tiempo estuvo dormido. Por lo general, el protagonista vuelve a la realidad cuando lo despierta su propio ronquido, profundo y grave como el pito de un buque fluvial, o cuando se pega con la barbilla en el pecho y se va de bruces contra la pared del frente.
Como uno no sabe si su motoso duró diez segundos o una hora, lo primero que lo invade es una terrible sensación de verguenza con sus contertulios. La investigación de campo de nuestro trabajo ha demostrado que, en el 83.2 por ciento de los casos, para que no lo descubran, creyendo que la gente es tonta o distraida, lo primero que el dormilón social hace, después de abrir los ojos, es abrir la boca y exclamar:--¡Sí, señor! Estoy totalmente de acuerdo con usted.
¿De acuerdo con quién, majadero, o con qué, si nadie ha dicho una palabra en los últimos minutos? De esa manera la tragedia se complica, porque, tratando de protegerse y de engañar a los otros, lo que hace el interfecto es denunciarse ingenuamente a sí mismo. Primer consejo que damos el doctor Houses, el Comodoro y yo,luego de nuestra investigación: nunca trate de pasarse de listo. Quédese callado. Espere a ver de qué están hablando sus compañeros y trate de meter su cuchareta cuando esté bien despabilado y seguro.
Nuestras indagaciones científicas descubrieron un caso, cuya autenticidad garantizamos, pero cuyos nombres nos reservamos en aras de la ética profesional y del secreto de la confesión. Hace varios años, en Bogotá, un caballero de rancio abolengo llegó a su casa, a las 8 de la noche, muerto del cansancio. Sin embargo, y a pesar de sus protestas y gruñidos,la mujer le ordenó acompañarla a visitar a una tía de ella, que estaba gravemente enferma. Como siempre, la señora impuso su voluntad.
En la visita, muy concurrida, mientras la anciana agonizaba en el dormitorio, nuestro hombre se quedó dormido en la sala. Entre gallos y medianoche, echando babas por las comisuras entreabiertas, no se dio cuenta de un cambio: su mujer se paró de la silla, a su lado, y el sitio fue ocupado por otra señora. El hombre, que no se había percatado de ello,despertó de repente, con un ronquido, y todavía alelado miró el reloj, y preguntó en voz baja a la que suponía su señora, con ácido acento:-¿No se ha terminado de morir esa vieja de mierda?
Para qué entrar en detalles de la catástrofe:la que se había sentado junto a él era la hija mayor de la moribunda.
Segundo consejo práctico del CEPISO*: nunca diga nada comprometedor,después de despertarse repentinamente en una reunión, sin saber a ciencia cierta quién está a su lado.En esta vida, la gente es muy variable...
*CEPISO: Comité Especial para la Investigación de los Sueños Sociales, dependiente de las Naciones Unidas. Capítulo Colombia, seccional Norte de Sur América.

Noticias Destacadas

Luis Carlos Vélez Columna Semana

La vaca

Luis Carlos Vélez