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Dosis mínima y el baño de emergencia

La medida me produce muchas preguntas prácticas. Porque si sancionan la ley, ¿de verdad piensan arrestar a casi toda la clase dirigente colombiana?

Daniel Samper Ospina
28 de marzo de 2009

Lo más cerca que había estado de consumir drogas duras fue aquella vez que acepté la invitación de un famoso hombre de negocios para ver los partidos de las eliminatorias al Mundial en su casa, en compañía de un grupo de políticos, periodistas y algunos dirigentes criollos.

Saludé a los que conocía y me instalé frente al televisor. Ver fútbol con políticos es difícil porque son monotemáticos: siempre hablan de su trabajo. Una persona parecida al senador Cristo cruzó frente a la pantalla.

- ¿Es Gago?- le pregunté al congresista de al lado.

- Sí, es un poco gago, pero uno no puede criticar a las personas por sus defectos físicos -me respondió molesto-.

- No, no: hablo del que tiene el balón: ¿es Fernando Gago, el volante argentino?

- No tengo ni idea. Lo que sí sé es que Vargas está muy tirado a la derecha.

- ¿Fabián Vargas va a jugar por la derecha? -le pregunté asombrado-.

- No, hombre: hablo de Germán: Germán Vargas.

- Y sí supo que quieren cambiar las reglas y poner un tercer período, ¿no? -dijo un viceministro-.

- Pero ya la Fifa lo descartó -me metí yo, ingenuamenente-.

- Cuál Fifa -me dijo-: yo hablo de Uribe.

En la medida en que el partido avanzaba y se hacía soluble al ambiente social, el whisky rodaba a borbotones y algunos de los presentes dejaron de seguir el juego. Varios entraron en confianza, y cuando el locutor comentaba que alguien había llegado a la última raya o metido un pase largo, lo mismo podía estar narrando lo que sucedía en el partido con los futbolistas como lo que pasaba en el baño de emergencia con los invitados.

Como no servían el almuerzo fui a la sala y tomé la única coca que dejaban quieta: una coca con maní y uvas pasas de la que me apropié en una esquina, y que me tragué con la ayuda de varios vasos de agua que me hicieron buscar el baño de emergencia. Pero cada vez que iba estaba ocupado por personas que ingresaban en grupo y salían electrizadas.

Con sorpresa he visto que muchos de esos invitados pontifican en público contra las drogas que suelen consumir en privado. Y me acordaba de esa comida la semana pasada, cuando supe que a diferencia de todos ellos, y sin hipocresías de por medio, algunos valientes jóvenes liderados por Daniel Pacheco y Diego Laserna organizaron una marcha en contra de la penalización de la dosis mínima que propone el gobierno, y que va en retroceso con la única salida práctica y definitiva para acabar con el conflicto de las drogas, que es la legalización.

No defendían las drogas, sino la opción de usarlas o descartarlas sin que el Estado se entrometa. Y aunque dicen que su consumo lleva a la locura, aun no he visto que mis amigos que usan drogas cometan actos tan extraños como treparse en puentes para gritar con un megáfono que no son maricas; ponerse fracs que les quedan gigantes; salirse de chiros ante periodistas y estudiantes o, ya en el delirio, abrogarse el derecho de proteger a la gente de sí misma, como si estuviéramos en la Unión Soviética de Stalin, bajo un Estado totalitario capaz de restringir las libertades individuales y de imponer una moral única, que para el caso sería esta tenebrosa moral uribista que libera y emplea a gente como la guerrillera 'Karina', con el fin, ahora lo entiendo, de que las celdas estén disponibles para cuando apresen a quienes se fumen un cachito de marihuana.

La medida me produce muchas preguntas prácticas. Porque si sancionan la ley, ¿de verdad piensan arrestar a casi toda la clase dirigente colombiana? ¿Qué sucede, por ejemplo, con los congresistas uribistas que consumen drogas? ¿El tratamiento siquiátrico obligatorio se los daría Luis Carlos Restrepo?

Siempre he creído en la legalización de la droga por varias razones: filosóficas, porque me parece que, desde que no moleste a los demás, cada quien tiene derecho a hacer lo que quiera con su tabique; ecológicas, porque el daño ambiental que producen las fumigaciones es peor que la droga misma; ecuánimes, porque ahora las drogas nos afectan a todos y si las legalizan afectarán sólo al que voluntariamente las elija; económicas, porque cuando pierda la inmensa rentabilidad que la prohibición le proporciona, el de la droga dejará de ser un sangriento negocio imposible de combatir.

A todas esas añado dos más: si legalizan la droga, esta ley que promueve el retardatario gobierno de Uribe no tendrá asidero. Y además permitirá que en las reuniones del norte de Bogotá los baños de emergencia estén libres para quienes en verdad los necesitan.

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