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Duque, el negacionista

Un presidente que se niega a ver a su país tal cual es, sin artilugios, es un mandatario condenado al fracaso

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
9 de noviembre de 2019

Primero cambió el lenguaje y borró la palabra “paz” de todos los documentos de su Gobierno porque la propaganda uribista decía que esa paz era castrochavista.

Luego utilizó su poder para reemplazarla por la palabra “legalidad”, un eufemismo con el que buscaba borrar de nuestra realidad los efectos de un acuerdo de paz cuya legitimidad

también la niega la propaganda uribista. Por eso el doctor Miguel Ceballos ya no es el alto consejero para la paz, sino el “consejero de la legalidad”; y a la oficina de posconflicto se le rebautizó como la Consejería para la Estabilización y la Consolidación. Duque tenía que borrar la palabra “conflicto”, porque eso era lo que le mandaba el dogma uribista.

Su actual consejero, Emilio Archila, tal vez el único funcionario de su Gobierno que no ha quedado atrapado en esta camisa de fuerza de la propaganda uribista, está intentando implementar el acuerdo en medio de esta guerra por el lenguaje que obliga a disfrazar las cosas y a no decirlas por su nombre.

Una guerra semántica que se libra también en el Centro de Memoria Histórica, cuyo director, Darío Acevedo, es otro negacionista que anda en la tarea de ver cómo nos reescribe la memoria y nos borra la verdad.  

Ahora sabemos que este negacionista que está al frente del Centro de Memoria Histórica es también miembro de un tanque de pensamiento del uribismo, denominado el Foro Atenas, que surgió hace dos años con la delirante y trasnochada idea de “oponerse a las perversiones del Foro de São Paulo y a su doctrina comunista”. Montar un tanque de pensamiento para luchar contra el comunismo a estas horas, cuando se están celebrando los 30 años de la caída del Muro de Berlín, es un absurdo que demuestra el grado de delirio al que ha llegado el uribismo en su gesta negacionista.        

La mala noticia es que el Foro Atenas, al que pertenecen los uribistas purasangre como el exprecandidato presidencial Rafael Nieto Loaiza, quien suena para reemplazar a Guillermo Botero, y la senadora Paola Holguín, es la fuente donde abreva Duque para afinar su propaganda política, y para responsabilizar al Foro de São Paulo y al comunismo internacional de todas sus derrotas: la que sufrió por las objeciones, por la caída de la Ley de Financiamiento, por el informe con fotos falsas que presentó en la ONU contra Venezuela, por el resultado electoral del 27 de octubre y hasta por el paro del próximo 21 de noviembre. Ya su vicepresidenta Marta Lucía Ramírez ha dicho que en Colombia no hay por qué protestar y de paso nos ha echado la culpa a los periodistas por haber “sido negligentes frente a lo que significaba la estrategia de la toma del poder del Foro de São Paulo en Latinoamérica”.

El expresidente Uribe, investigado por la CSJ y con un hermano acusado de paramilitarismo, ha salido también a hacer su sentencia moral y ha dicho que “el paro del 21 de noviembre hace parte de la estrategia del Foro de São Paulo que intenta desestabilizar las democracias de América Latina”. ¿No habrá alguien que le diga a Duque que el comunismo internacional se acabó hace rato y que los campesinos y los estudiantes que protestan en Colombia no están financiados por el Foro de São Paulo? ¿No fue suficiente la derrota diplomática que sufrió Colombia en la ONU luego de que 187 países votaron a favor de levantar el embargo contra Cuba –Colombia se abstuvo– para constatar que el mundo no es como lo pinta el Foro Atenas? ¿Cuánto falta para que salga Duque o la vicepresidenta a decir que esa votación es parte de una conspiración del comunismo internacional?  

Detrás del cambio del lenguaje vino el cambio de dogma, –Samuel Johnson dice que el lenguaje es el vestido del pensamiento–. Sin embargo, Duque no solo no pudo lavarnos el cerebro, sino que terminó atrapado en su propia trampa.     

Perdió su pelea por las objeciones de la JEP, pero a los congresistas y magistrados que lo derrotaron los reseñaron como ciudadanos peligrosos por tener dizque un “sesgo ideológico”; a los indígenas del Cauca que están alzando sus voces contra el Gobierno por su reticencia a implementar el acuerdo, a los campesinos que erradicaron y que protestan por la demora en la llegada de los proyectos de desarrollo, y a los estudiantes que salen a las calles a pedir mejoras en la educación pública, a todos ellos, los graduaron de conspiradores internacionales y de actuar bajo los preceptos ideológicos del Foro de São Paulo.

Y un presidente que se niega a ver a su país tal como es, que se niega a llamar las cosas por su nombre, sin artilugios, es un mandatario condenado al fracaso.

Duque no solo se expone al ridículo internacional insistiendo en echarle la culpa de sus problemas al fantasma extinto del comunismo internacional. También se expone a alejarse cada vez más de sus gobernados. Su obsesión por cambiar el lenguaje y por someterse a la propaganda uribista lo tiene entrampado y le impide aceptar la realidad. Y un presidente que se niega a ver a su país tal como es, que se niega a llamar las cosas por su nombre, sin artilugios, es un mandatario condenado al fracaso.

Semanas antes de las elecciones presidenciales, un asesor muy cercano, que ahora se desempeña en una importante consejería, me soltó una frase que me asalta cada vez que constato con preocupación la manera vertiginosa como al presidente Duque se le está saliendo el país de las manos: “Nosotros sabemos que si al cabo de seis meses no hacemos una coalición con la centroizquierda, el Gobierno de Duque se vuelve tan insostenible que peligraría hasta su propia permanencia”.  

Sobran las palabras.

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