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La mala leche educación nacional

En Colombia, la educación es mala porque las políticas que la rigen lo son. Y hasta ahora no se vislumbra a corto ni largo plazo un interés real del Estado por corregir los errores.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
7 de diciembre de 2013

La divulgación de los resultados de las Pruebas Pisa 2012 que ubica a Colombia en materia educativa en la cola del mundo, no solo nos plantea la necesidad de una reforma urgente del sistema educacional, sino también a cuestionarnos sobre las razones profundas del fracaso. Ahora que los ánimos están calientes y la prensa nos recuerda lo lejos que estamos de alcanzar el desarrollo pleno. Ahora que las preguntas dan paso a las explicaciones y los colegios del país reconocen que en competencias educativas quedamos como una chancleta ante el mundo, es hora de que hablen los políticos, alcaldes y dirigentes de la educación.

Es el momento de reflexionar sobre los por qués. No el mayor  [por qué la educación nuestra es tan mala], sino sobre los otros: por qué nos fue como perro en misa en matemáticas; por qué tan pésimos en lectura y escritura; por qué no dimos pie con bola en ciencias; por qué nuestros futuros profesionales no leen bien y entienden peor. Es hora, creo yo, de que hable la Ministra de Educación, de que hablen los gobernadores de los 32 departamentos del país, de que hablan los alcaldes y concejales y los aburguesados revolucionarios de FECODE. Es hora de que hable el Presidente de la República y le explique a sus gobernados por qué la educación de Colombia huele a podrido y hace más ruido que un carro viejo subiendo una colina empinada.

Hoy estamos indignados porque en materia educacional solo estamos por encima de Indonesia y otras naciones cuyo PIB es inferior al nuestro. Estamos indignados porque cada vez que participamos en dichas pruebas bajamos varios peldaños del escalafón y demostramos que las habilidades nuestras solo se ponen de manifiesto en el chanchullo que llevan a cabo nuestros políticos para robarse los dineros del Estado y la de los directivos de la educación para inscribir en las distintas instituciones públicas del territorio nacional estudiantes fantasmas que luego les serán pagados como presenciales.

Es hora de que se abra una investigación profunda y que tenga que irse quien le corresponda. Es hora de dejar de buscar la fiebre en las sábanas. El país está jodido porque los corruptos  así lo desean y los honestos, que somos muchos, permanecemos pasivos ante el accionar de las mafias enquistadas en los sistemas educativo y político de la Nación. 

Es hora, creo yo, de exigir un referéndum para transformar las políticas educacionales, de paralizar el país no solo para pedir un aumento de salario sino para demandar respeto por la formación de nuestros descendientes. Desde hace ya varias décadas, Colombia viene cuesta abajo en materia de educación. Están lejos los días en que los grandes colegios públicos del país se peleaban los primeros lugares de las pruebas del ICFES. Están lejos los días en que colegios como el Iném y el Liceo de Bolívar de Cartagena de Indias eran consideradas instituciones de respeto. Hoy son solo escuelitas donde asisten 25 de las 82 pandillas que tiene la ciudad.

Pero el problema, de orden nacional, va más allá. Pues las políticas de cobertura que ha puesto en marcha el Estado desde hace unos años para acá han violentado la exigencia académica y permitido que el soporte que mantenía con vida la selección de los estudiantes cediera. Hoy, al Gobierno le interesa mucho más mantener las aulas llenas que prodigar una formación de calidad, acorde con los nuevos estándares de la educación internacional, pues aunque lo que se busca es asentar las competencias en las distintas disciplinas del conocimiento, en muchas de nuestras instituciones siguen evaluándose contendidos. De ahí, sin duda, parte del fracaso que se pone de manifiesto cada vez que nuestros estudiantes acuden a la realización de las Pruebas Pisa u otras de carácter nacional como las Saber 11 o Saber Pro.

Perder el año escolar, como decían nuestros padres y abuelos, es hoy un mal negocio para el Estado aunque el estudiante no haga el mínimo esfuerzo para ser promovido. El problema es grave porque  la formación de los ciudadanos no se está mirando en término de excelencia sino bajo la lupa de cobertura-pérdidas. Es decir, cuánto dinero se va por el caño cuando un  alumno reprueba el año escolar y cuánto debe aportar el Estado para que lo repita. Las leyes para minimizar el impacto de reprobación han sido sin duda desastrosas porque han obligado a las instituciones escolares llevar a cabo una promoción casi automática de los educandos, sin importan si estos han desarrollado las competencias necesarias que les permita ser promovidos a un grado superior.

Hay que recordar que la función del Estado Social de Derecho no es hacer favores. Este tiene unas obligaciones constitucionales y morales con sus nacionales, y una de estas es la inversión sistemática en educación que permita el avance firme de sus instituciones y asegure un futuro digno a sus ciudadanos. Una inversión que no se limite solo a la cobertura, sino también que desarrolle los mecanismos necesarios para que esa educación se inserte en unos estándares mínimos de calidad, como lo exige el Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, PISA [por su sigla en inglés].

Recordar que los pueblos que olvidan su historia están condenados necesariamente a repetirla no es un lugar común, sino una manera sensata de apuntalar el lugar de fractura para que los que vienen no cometan las mismas faltas que nos condenaron. Es una cuestión de sentido común. Es la razón que lleva a un padre  a preparar el camino por donde transitará el hijo para que no caiga en los baches en los que él tropezó. En Colombia, la educación es mala porque las políticas que la rigen lo son. Y hasta ahora no se vislumbra a corto ni largo plazo un interés real del Estado por corregir los errores, lo que nos permite asegurar que los resultados de las próximas Pruebas Pisa serán peores. Para esto no se necesita tener una bola mágica de cristal. Los hechos hablan por sí mismos.

*En Twitter: @joarza
Docente universitario.

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