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Eficacia versus democracia

El modelo de paz rápida de Uribe le cierra las puertas a la construcción de una genuina democracia. Por María Teresa Ronderos.

Semana
14 de febrero de 2006


A Uribe lo quiere reelegir una mayoría porque ha sido eficaz gobernante. Sin embargo, su modelo de paz rápida con las AUC, le cierra las puertas a la construcción de una genuina democracia local.

La estupenda serie Roma, que están pasando en estos días por televisión, recrea con maestría cómo se vivía -y se mataba-en la capital del gran imperio por los tiempos de Julio César. Uno de sus protegidos que está haciendo campaña para representar a su barrio, se da cuenta que el gobierno está haciendo fraude para que él gane las elecciones. Él, un leal súbdito de la República, que había peleado por ella como valiente soldado romano, le reclama al consejero del César por la farsa, pues quería ganar en franca lid. El astuto consejero le responde: "¿Quién le dijo a usted que la gente quiere elecciones limpias? Lo que claman es por agua, comida, trabajo y paz y eso es lo que les vamos a dar".

Es preocupante que, dos mil años después, cuando se supone tenemos ciudadanos bastante más sofisticados que los de la Roma de antes de Cristo, cada vez más colombianos piensen así. Peor aún, según las últimas investigaciones de opinión, un número cada vez mayor de compatriotas estaría dispuesto a cambiar la democracia por un dictador eficaz que garantice la paz y el trabajo. En otras palabras, valoran más los resultados sin preguntarse demasiado con cuáles medios se obtuvieron.

Por eso la popularidad del presidente Alvaro Uribe, creador del modelo de paz con las Auc, sigue intacta, a pesar de la creciente ola de denuncias sobre cómo la desmovilización paramilitar no está llevando al desmonte de su poder intimidatorio y corruptor del proceso electoral.

Son los medios por los cuales Uribe está consiguiendo sus fines los que están siendo cuestionados, pero como en materia de resultados Uribe ha demostrado eficacia, la mayoría lo sigue aprobando. La gente percibe al Presidente como un gobernante diligente, que está en todas partes -ahora también de negociador del TLC -- y arregla todo tipo de entuertos. Su gobierno ha traído más trabajo, mayor cobertura del Sisbén, menor pobreza y mayor seguridad (2005 cerró la cifra de homicidios más baja en dos décadas). Entonces ¿a quién le importa si esa paz la ha logrado a cambio de hacerse el de la vista gorda frente a políticos que quieren llegar al Congreso con votos comprados o votos intimidados? ¿Y qué le va a afectar a Uribe si casi todos los expulsados de los partidos por razones éticas se declaran furibundos uribistas (incluso Rociíto) o que la empresa chancera que controla Enilse López, ahora capturada en Magangue por lavado de activos, le haya dado una de las mayores contribuciones a su campaña presidencial en 2002? Al igual que los romanos, la mayoría de nuestros compatriotas no le interesa saber cómo se consiguieron los resultados, sino verlos.

El problema es que la democracia se trata precisamente del cómo, así los resultados no estén garantizados. El costo de usar métodos poco legítimos para obtener logros populares es muy alto en el largo plazo porque pone a la democracia en la cuerda floja. Y en su fervor de pacificador de la Patria (sigo pensando que es una convicción honesta, como es la de muchos de los que lo acompañan), Uribe ha impulsado un modelo de paz con los paramilitares, que aunque hasta ahora parece estar funcionando, es profundamente dañino para la legitimidad democrática.

Por muchas razones. La primera, las Auc han dejado sus armas, pero no se sabe si son todas las que tenían, ni tampoco si todas eran de ellos. ¿Se quedaron con suficientes para preservar su poder intimidatorio?. La segunda, dejaron contar casi todos sus miembros, pero súbitamente multiplicaron sus seguidores y miles de jóvenes aparecieron el día de la ceremonia a cobrar sus 300 mil pesos mensuales. Las Auc garantizan así una muchachada leal en su territorios, por cuenta de nosotros los contribuyentes.

La tercera, y la de fondo, los paramilitares han reemplazado o cooptado (a las buenas o a las malas)a los políticos tradicionales y controlan ahora los fiscos regionales, sin que el gobierno nacional ni la justicia (¡siempre tan coja!) hagan mucho para evitarlo. Más bien creo que el gobierno lo ve como un mal necesario para garantizar que las Auc desmonten su imperio criminal. Por eso no es un asunto, de tal o cual nombre en una lista. Es la legalización de un poder ilegal con profundas raíces en los liderazgos locales que lo alimentaron y se sirvieron de él durante casi una década. Porque como escribió hace unos días en un artículo en semana.com, el investigador Gustavo Duncan "es la propia sociedad la que produce los ejércitos privados y un orden social fuertemente influido por el narcotráfico. Son habitantes de las regiones colombianas los que engrosan las filas de las tropas irregulares, los que siembran coca, los que procesan drogas sicoactivas, los que hacen política bajo órdenes de los narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros, los que organizan un ejército para su propio beneficio, y los que acuden a este ejército para que haga las veces de Estado en su comunidad". También lo dijo con mayor contundencia el jefe para Ramón Isaza: "Si la Fiscalía pregunta qué ganaderos colaboraron: todos los del Magdalena Medio, que cuente cabezas".

Si el modelo que se impone en las regiones, luego de que termine la desmovilización paramilitar, es el de un señor legalizado, pero no legítimo, que impone la paz del silencio y la obediencia del miedo y dan órdenes sobre la suerte de la población tras bambalinas, la democracia quedará reducida a un cascarón de formalidades.

Reelegir a Uribe es darle un espaldarazo a este modelo equivocado. Puede que haya pan y paz hoy, pero puede haber hambre y violencia para mañana. No se puede madurar una democracia, ni desarrollar una pujante economía de mercado, cuando no son los ciudadanos los que imponen y vigilan a los gobiernos locales, con reglas de juego públicas y transparentes, sino son estos oscuros señores quienes toman las decisiones y reparten los recursos públicos, según su propia conveniencia.

Si los críticos del gobierno Uribe vieran esto con claridad, no se concentrarían tanto en hacer señalamientos morales. El asunto aquí es de cómo ejercemos la mejor política que nos conduzca a una paz duradera. Si los adeptos de Uribe vieran esto con mayor claridad, estarían menos descrestados con la eficacia oficial, y, en cambio, más preocupados por la salud de la democracia.

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