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Regalo de navidad a mis nietos

Mi regalo de navidad será hoy distinto; sin embargo, creo que es el más valioso que pueda darles aunque parezca una simple carta.

Efrén Martínez, Efrén Martínez
2 de enero de 2017

Queridos nietos:

He sido testigo de tantas cosas que no quiero morir sin hacer un último acto de honestidad. Siempre fue normal que quemáramos pólvora, consumir alcohol siendo menor de edad, ser diestro, tomar litros de gaseosa, comer cualquier cosa, manejar borracho, recibir coimas, traficar influencias, creerse de mejor clase y en general, decir que siempre lo habíamos hecho de esa forma; que es inherente al ser humano, que así somos, y que no vale la pena luchar contra la corriente. Para muchos de mi generación nunca fue fácil mirar a sus hijos a los ojos y explicarles que su patrimonio familiar se hizo a partir de evasión de impuestos y actos de corrupción maquillados por la excusa de “lo normal”; debo confesar que en esas décadas tuvimos que hacer grandes esfuerzos para poder ser indiferentes y no hacer nada con lo que pasaba en ese 2016; muchos años atrás, a mediados del siglo XX, tal y como lo vivió su bisabuelo, le amarrábamos la mano a los zurdos para convertirlos en diestros, y aunque eso les parecerá increíble, pues hace rato sabemos que es estúpido hacerlo, deben entender que muchos en esa época dieron parte de su vida por lograrlo. A principios del siglo XXI la estupidez no se había superado del todo, solo se había tecnificado más.

Por suerte para ustedes, el mundo ha evolucionado de manera maravillosa. Hoy en día se quema menos pólvora y es casi imposible subirse a un auto con un piloto que consumió alcohol, incluso es bastante extraño que ustedes coman cuanta porquería ofrece el mercado y que existan menores de edad que consuman alcohol; sin embargo, no siempre fue así, cuando tenía la edad de su padre y era partícipe del mundo productivo y decisorio, sabía al igual de muchos de mi generación, de lo tonto que era seguir haciendo ciertas cosas, pero no sentía la vergüenza que siento ahora. Yo fui de los que voté por políticos implicados en actos de corrupción y soy bien honesto con ustedes: participé en el establecimiento de impuestos que afectaban la educación y la competitividad empresarial, mientras al mismo tiempo favorecí que no resultaran tan afectados ciertos negocios que atentaban contra la salud. Debo decirles con mucha tristeza que cuando su abuela murió de cáncer, nunca pude perdonármelo, no alcancé a pedirle perdón. Menos mal, vino después una generación más inteligente o más valiente, a arreglar los daños que causaron mis intereses económicos, mi ignorancia o mis necesidades sociales.

Después de varias décadas tengo el coraje de contarles que durante años practiqué un oficio llamado “Lobbista”, que muchas veces consistió en privilegiar el bolsillo de unos pocos sin importar la salud de millones. Yo fui cómplice de toda esta maquinaria; incluso habían agencias de relaciones públicas dedicadas a ello. Tenía excusas que hoy suenan muy bobas, pensaba que era “lo normal”, que si no robaba yo, igual otro lo haría, que el mundo es de los “vivos”. Antes de llenarme de dinero también pensaba de una forma extraña, creía que lo importante no era aprender, si no pasar los exámenes, que las normas y las leyes no se aplicaban a mi caso especial, que lo importante era que el policía no se diera cuenta, que mis hijos no quedaran mal en el colegio, y que no se me notara lo torcido.

Debo confesarles que también hice muchas cosas buenas, pero pecar y rezar siempre fue otra de mis torpes ideas. Con lágrimas en los ojos debo decirles que ahora que estoy al final de la vida, veo que casi todo fue efímero; solo cuentan los amigos honestos que están conmigo, no por los favores, sino por el cariño, lo realmente valioso no se puede comprar con poder, contactos y dinero. El respeto y la admiración de los hijos son resultados del examen de la vida. Lo más valioso en este momento de mi vida es que decidí volverme un ser humano íntegro y aunque es un poco tarde para descubrirlo, quiero partir con la tranquilidad de mirarlos a los ojos y decirles que me equivoqué, que lamento no haber sido el mejor ejemplo y que si pudiera devolver el tiempo, muy seguramente no hubiese sido tan prepotente, sería más humilde, tendría mas coraje para obrar correctamente y escucharía más la voz en el fondo de mi corazón cuando me dice que estoy obrando mal. Ojala mis hijos sean mejores que yo y puedan educar a mis nietos con honor y sensatez.

info@efrenmartinezortiz.com

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