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El abuso político de un cadáver

Total, como Jaime Gómez era sindicalista, de izquierda, asesor de Piedad Córdoba y opositor del gobierno, no tenía derecho a morirse de un resbalón en el Parque Nacional

Semana
6 de mayo de 2006

Independientemente del dolor de su familia, que está en su legítimo derecho de exigir todo tipo de respuestas, al asesor de Piedad Córdoba, Jaime Gómez, hay quienes no quieren dejarlo morir de lo que probablemente se murió: de un accidente.
Piedad, alarmada con toda razón por la desaparición prolongada de su asesor, fue la primera que planteó la posibilidad de que a Jaime lo hubieran asesinado. La ciudad se llenó de pancar- tas reclamando por su aparición. Y el cadáver por fin apareció en circunstancias de pesadilla, en un solitario paraje del Parque Nacional, desmembrado, con escaso tejido blando subsistente, y de inmediato comenzó a orquestarse políticamente la imposibilidad de que su muerte hubiera obedecido a una causa accidental.

Desde luego, en este país todo es posible. Pero ante la confusión, se le dio plazo prudente al dictamen de Medicina Legal. Y cuando Medicina Legal dijo que todo indicaba que la causa de la muerte había sido una fractura craneal, el concepto no sirvió, porque reforzaba, no la posibilidad del asesinato, sino la teoría del accidente.
Incluso el senador Gustavo Petro, que es un efectista puro, dijo, para refutar el dictamen, que si al cuerpo de Jaime Gómez se lo comieron los perros y las aves de carroña del Parque Nacional, primero lo desvistieron y le robaron el reloj. Es un sofista magistral. Por lo menos, yo no pude dormir esa noche.

Está de moda en la televisión una serie gringa que se llama CSI, que a todos nos fascina por la posibilidad de establecer cuándo ocurrió un crimen, cómo sucedió, y quién lo cometió. Pero la serie sigue siendo ficción basada en la realidad.

Por eso, sin dárnoslas en Colombia de mucho CSI, y técnicamente hablando, son varios los datos forenses que sirven para establecer qué le pasó a Jaime Gómez. La posición del cadáver en el sitio en el que lo hallaron no era artificial sino natural, lo que permite hacer conclusiones sobre el momento de la muerte. Un estudio de las larvas que atacaron su cuerpo de adentro hacia fuera y el estado de maduración del terreno que albergaba los restos, indica un tiempo mínimo de permanencia del cadáver en el lugar. Esta ciencia, a la que es admirable que alguien se dedique, se llama etomología forense y ya está inventada, no propiamente por Hollywood o las fuerzas oscuras de seguridad del Estado colombiano. Su práctica en este caso indica en principio, pero muy probablemente, que Jaime Gómez murió en el sitio donde lo encontraron, y no, como lo han dicho Piedad y etc., etc., lo mataron en otro lugar y luego lo arrastraron hacia el lugar donde fue encontrado.

¿Causas más factibles de su muerte? Una caída por una pendiente casi vertical de 15 metros hasta quedar encajado en una especie de zanja. El terreno indica que fue perfectamente factible un trauma craneal.

Hasta ahí lo que dice por ahora la ciencia forense. Pero desde luego, también hay preguntas para responder. ¿Por qué Jaime Gómez tomó ese día en el Parque Nacional una ruta de ejercicio que no era la suya habitual? Difícil responderlo, porque nadie lo acompañaba.

¿Que el proceso de búsqueda fue imperfecto? Desde luego. Eso no puede ser excusado. A Jaime se le buscó intensivamente por la ruta en la que su familia insistía que era la suya habitual, en lugar de haber ampliado la zona de búsqueda.

Pero si a Jaime lo mataron unos sicarios, es un poco curioso que a una persona la sigan por el Parque Nacional a las 5 de la mañana, la maten de un golpe y la boten por un barranco sin asegurarse de que está realmente muerta –regla sicarial por excelencia– y no sencillamente atontada. Más fácil habría sido lo que ocurre comúnmente en Colombia: que le hubieran disparado sin problemas en plena carrera séptima de Bogotá, a las 11 de la mañana y sin necesidad de trotar a la madrugada detrás de la víctima.

Tampoco se encontró ningún roce de proyectil en los huesos del cadáver. La velocidad con la que se consumió el tejido blando se explica por la exposición del cuerpo al aire libre, a la oxidación, a la temperatura, y la desmembración del cuerpo por la acción de rapaces y roedores.

Pero lo más extraño es que quien supuestamente asesinó a Gómez se hubiera tomado el trabajo de cortarle los brazos y separar la quijada del resto de la cabeza, para colocarlos esparcidos en la misma zona en la que fue encontrado el cadáver. Normalmente cuando los asesinos desmiembran a sus víctimas botan un brazo en el océano Atlántico y otro en el Pacífico, para que sea más difícil identificarlas.

Total, como Jaime Gómez era sindicalista, de izquierda, asesor de Piedad Córdoba, y desde luego opositor del gobierno, no tenía derecho a morirse de un resbalón en el Parque Nacional. Parece que las personas de esas características sólo pueden morirse asesinadas por un sicario enviado por fuerzas oscuras del establecimiento.
Como que esa es la única muerte digna que se les concede. Pues, de lo contrario, se vuelven políticamente inservibles.

ENTRETANTO…. ¿Cuántas modalidades de ‘Polo’ habrá en Colombia, además de la izquierda responsable de Luis Eduardo Garzón y de Navarro, de la extremista de Petro y de Borja, de la ocasional del candidato presidencial Carlos Gaviria, de la pragmática de Sammy Moreno Rojas, la de la calaña del senador Dussán, y la versátil del senador Robledo?

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