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El ajedrez o la muerte

El escenario sereno es el del ajedrez político. El otro es un ambiente para que los que matan -paras y guerrilleros- entren tumbando el tablero

Semana
22 de mayo de 2005

En este país hay muchos discípulos de Santofimio. Quiero decir que hay muchísimas personas a las que les gusta matar, pero no con las manos, sino con las palabras. El otro día iba yo en un taxi y en una emisora estaban resumiendo las denuncias del congresista Petro sobre los probables vínculos de varios miembros del Congreso con los paramilitares. Luego pasaron unas declaraciones del mismo Petro, un poco exaltadas, sí, pero muy valientes. El taxista, mirándome de reojo, exclamó: "¡Qué estarán esperando para matar a este HP!".

Lo que yo me pregunto es: si algún día le llegara a pasar algo a Petro (y no lo permita el Cielo, o mejor, el gobierno), ¿a este taxista no le tocará una parte, así sea mínima, en la autoría intelectual del crimen? Hay personas que, sin ser asesinas, se dedican a crear un ambiente sicológico que propicia los crímenes políticos. Claro, es muy distinto aconsejarle un asesinato a Pablo Escobar (que tenía todo el aparato sicarial para llevarlo a cabo) que declarar el deseo de que maten a alguien manifestándolo por ahí y como quien dice la cosa más inocente: "Ojalá llueva".

Según las últimas encuestas (y este dato es mucho más preocupante que la popularidad de Uribe), por primera vez creció el apoyo de la población a las Farc y a las AUC. El 5 y el 12 por ciento, respectivamente. Esto significa millones de personas radicalizadas, furiosas, y con el discurso de la muerte en la boca. No sólo hay taxistas que quieren que maten a Petro, sino que también los hay que quieren que maten al Presidente, y celebran en silencio cada vez que se revelan los planes guerrilleros para hacerle un atentado. Este es uno de los peores climas políticos en el que se pueda vivir. A algunos ya no les basta la 'Seguridad Democrática' y apoyan a los comandantes de Ralito, más radicales aún. Y a otros tampoco les basta ya Petro, y apoyan a los salvajes atacantes de Toribío.

El ambiente que se respira no es bueno, y será mucho peor cuando la Corte decida si la reforma de la Constitución en el asunto de la reelección estuvo bien hecha o no por el Congreso. Si resuelve que sí, tendremos por delante un año electoral que ni siquiera varios de los ministros (lo dicen en privado) lo quieren vivir dentro del gobierno, por azaroso que será. Y si resuelve que no habrá reelección, o que la habrá, pero no inmediata, las protestas y la rabia de la mayoría del país -porque el uribismo es mayoría- nos podrían llevar a cualquier parte.

En todo este despelote, veo a un solo jugador de póquer, o mejor, de ajedrez, que mueve bien las fichas y está planeando sus movimientos con 10 situaciones distintas de anticipación, hacia adelante. Es el muy hábil César Gaviria, que tiene más mañas políticas que nadie. ¿A qué le apuesta él? A estar listo como director del liberalismo en el posible escenario de que la Corte tumbe la reelección inmediata. Y en el desorden general que se armará, el ex presidente y ex secretario de la OEA saldrá, una vez más (como cuando mataron a Galán), a representar el papel de la unidad y la serenidad ante el ambiente catastrófico que habrá en el país. De nuevo podría llegar a ser presidente sin hacer campaña.

Que un hombre como el senador Rafael Pardo haya dejado a Uribe para unirse a su antiguo jefe, es un claro movimiento hacia delante de la torre. Que Serpa se quiera retirar, es su manera de hacer un enroque defensivo contra Gaviria. Que Uribe haya querido a Noemí cerquita en la creación de su nuevo partido -partido que ella ignoró diplomáticamente-, es también una movida para que no vaya a haber un sacrificio de Dama (a favor de Gaviria, gran amigo de ella) en momentos cruciales. A Noemí, en situaciones de crisis -recuerden a Samper-, le encanta renunciar a las embajadas. En fin, estamos en un medio juego cerrado y lleno de altibajos, con la Corte todavía decidiendo cuáles serán las nuevas reglas del juego, o sea si el Rey del otro equipo podrá seguir jugando o no.

Si se cae ese Rey, en el ala uribista no quedarán sino peones y caballos (sobre todo caballos), y habrá una desbandada hacia el otro lado. En año electoral los políticos, que ya de por sí son veletas (se inclinan según el viento que sople) y traidores, respetan menos que nunca sus anteriores juramentos de fidelidad.

Este, sin embargo, es el escenario sereno, el del puro ajedrez político, con gambitos y cambios de bando, pero sin muertos. El otro escenario, con el que empecé esta nota, es el peor, el de la radicalización. Es un ambiente que también se está creando para que los que matan -paracos y guerrilleros- entren en el juego no moviendo las piezas, sino tumbando el tablero y arrojando las fichas al suelo. Por eso, a pesar de todo, a buena parte del país le parecería preferible un jugador como Gaviria, zorro sin duda, pero que respeta las reglas del juego, opuesto a ese otro segmento de la población, creciente, que a lo que le juega es, una vez más, a la violencia.

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