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El alcaldazo

La única vez que hubo en la plaza muertos y heridos fue cuando las propias autoridades, en tiempos de Rojas Pinilla, entraron a apalear a la gente

Antonio Caballero
1 de marzo de 2003

El señor alcalde Antanas Mockus decide ahora prohibir que los aficionados a los toros lleven a la plaza de Santamaría bota de vino o manzanilla. Podrán hacerlo la temporada que viene, cuando haya entrado en vigor el nuevo Código de Policía. Podían hacerlo hasta el domingo pasado, pues aunque la prohibición existía en el viejo Código no la había aplicado nadie, ni el propio Mockus. Pero ahora no -durante los cuatro domingos que quedan de corridas- porque ahora le dio la gana.

Una alcaldada, según la definición del diccionario de la Academia de la Lengua, es "la acción imprudente o inconsiderada que ejecuta un alcalde abusando de la autoridad que ejerce". Esta no es la primera alcaldada que mete Mockus, para quien parece haber sido inventada la palabra. Ya desde el año pasado prohibió la entrada de los niños a los toros (aunque el año que viene, según el nuevo Código rubricado por él mismo, podrán volver). Ya prohibió, aunque todavía no lo ha impuesto por la fuerza, fumar puros en los graderíos de la plaza, pese a que se trata de un lugar abierto, barrido por la lluvia y el viento. Ya prohibió la presentación de animales en los circos, olvidando que él mismo celebró su matrimonio, siendo alcalde, en un circo, montado en un elefante y con dos tigres de Bengala por testigos. Ya prohibió, con su 'hora zanahoria', que los establecimientos públicos abrieran después de la una de la madrugada: sólo dejó los llamados 'clubes privados' y los after-hours clandestinos. Está intentando prohibir la tenencia legal de armas, lo cual suena sensato: pero olvida que nueve de cada diez homicidios se cometen con armas ilegales, y que son esas las que las autoridades deberían controlar. Pues lo propio de una alcaldada es que sea contra los débiles, y no contra los fuertes. ¿Por qué, por ejemplo, no arremete Mockus contra los buses urbanos que envenenan la ciudad con sus negras y espesas columnas de humo, y los obliga a pasar una revisión de gases, como a todos los demás vehículos? Porque son fuertes. Y si no es por eso, le pido desde aquí que me explique por qué.

Los aficionados a los toros son -somos- débiles, como lo son -lo somos- los aficionados al circo: no somos poderosos propietarios de buses. Es fácil cebarse en gente así. Pero es también inútil. Nunca, en la historia de la Santamaría, se han presentado hechos reprobables porque los aficionados, aun estando borrachos, hayan perdido el control. La única vez que hubo en la plaza muertos y heridos fue cuando las propias autoridades, en tiempos del general Rojas Pinilla, entraron a los tendidos para apalear a la gente. Que es lo que tendrán que hacer otra vez este domingo cuando los aficionados se nieguen a entregar su bota de vino o de manzanilla, o de coñac, o de alguna mescolanza indescriptible (pero no es un delito beber mal trago: sí lo es venderlo, y eso no lo controlan). Espero que no sea así: pero es posible que cuando aparezca esta columna, el domingo, los policías de Mockus (supongo que la totalidad del cuerpo de Policía de Bogotá) estén enzarzados en una batalla campal con el público de la plaza de toros para incautarles las botas.

O no las botas, "la bota como tal no está prohibida", explica hipócrita y modosamente la secretaria de Gobierno del alcalde. Lo que está prohibido es que vaya llena de algo. ¿De limonada? No. Pero ¿van a ponerse a vaciar los policías de Mockus todas las botas de la plaza para verificar su contenido, y a volverlas a llenar si no es alcohólico? Y la secretaria de Gobierno ¿va a presidir el motín desde su palco? Si hay algo que caiga de lleno bajo la definición de "acción inconsiderada", y sobre todo "imprudente", que da el diccionario es esta última alcaldada de Mockus.

Ya conozco la excusa: "Educación ciudadana". Pero repito: en el caso de los pacíficos aficionados a los toros que beben en la plaza, como en el caso de los buenos ciudadanos que sacan licencia de armas, se trata de una educación por completo superflua: para gente ya educada. El alcalde Mockus no es un educador, así crea que mostrando el culo se educa a los estudiantes (y, a propósito, en el nuevo Código de Policía se les prohíbe a los concejales, y me imagino que también al alcalde, mostrar el culo en las sesiones del Concejo; pero ¿también en la plaza de toros? ¿A la inevitable silbatina de este domingo responderá la secretaria de Gobierno, desde su palco, mostrándonos el suyo?). No es un educador, digo, sino un provocador. Confunde la educación ciudadana con la lidia brava de las fieras, o con la doma de los potros cerreros. Voy a citar la famosa catilinaria de Cicerón: ¿Hasta cuándo abusará de nuestra paciencia?

Una de las muchas razones para parar el autoritario referendo del presidente Uribe, es decir, para abstenerse de votarlo, es que su aprobación alargaría por un año el mandato de este alcalde arbitrario, provocador y tiránico. Decía el Libertador Bolívar: "¡Ay del hombre que manda solo y del pueblo que obedece!".

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