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El apoyo real a la comunidad LGTBI

El ministro del Interior promete el matrimonio igualitario y la adopción igualitaria. ¿Cumplirá?

Semana.Com
20 de mayo de 2015

Los periodistas y los medios de comunicación caemos en muchas trampas. Y nos equivocamos. Lo hacemos por ingenuidad, por falta de preparación, por negligencia o porque, simplemente, estamos atrapados por el enemigo más poderoso de la información hoy por hoy: el rating. Eso explicaría, supongo, por qué sólo resaltamos las frases sonoras y vacuas de un miembro de la Iglesia Católica y no la sustancia del evento. El prelado pronunció la palabra ‘mariconcitos’, dijo un par de frases efectistas y tres lugares comunes… y nos dejamos deslumbrar.

En efecto, monseñor Juan Vicente Córdoba revolucionó el recinto cuando dijo: “No sabemos si uno de los discípulos era ‘mariconcito’. No sabemos si María Magdalena era lesbiana […]”. Y agregó, en un tono engañosamente compasivo, que ser homosexual no era pecado, que ‘no es ni malo, ni bueno, ni enfermo, ni sano’.

Inmediatamente las autoridades eclesiásticas y muchos feligreses pusieron el grito en el cielo. ‘¡Se le fue la mano!’, se lamentaban, ‘¡lo que dijo fue escandaloso!’. Cómo será el regaño que le habrán dado sus superiores, que muy temprano en la mañana del día siguiente monseñor Córdoba tuvo que acudir a los medios de comunicación a corregir sus palabras. Esta vez dijo que sí, que efectivamente los ‘mariconcitos’ son muy queridos, pero que –siempre hay un pero y ahí se desbarata el aparente discurso de igualdad— hay que dejar claro que la Iglesia no considera que dos personas del mismo sexo puedan formar familia, ni adoptar hijos. Los homosexuales no están en pecado, recalcó, siempre y cuando no ‘ejerzan’.

Allá ellos. Muchos católicos soportan que un judas traidor y una pecadora definan la vida de Jesús, pero nunca que eventualmente haya convivido con un ‘mariconcito’, aunque hubiese sido leal y comprometido. La Iglesia católica está en el derecho de decir lo que quiera y sus feligreses, de creer lo que consideren.

Creo que esta sociedad no tiene más remedio que escucharlos y que los medios de comunicación deben dar espacio a sus opiniones. Al fin y al cabo, la Iglesia está imbricada en la historia de este país. Pero aun así, los periodistas tenemos un compromiso con toda la sociedad y no únicamente con los fieles de Roma.

En este caso, por ejemplo, pudimos haber aclarado que esta era la opinión de un sector moral que quiere influir en la legislación; pudimos haber entendido que era más importante el conjunto de las opiniones y no una sola de las voces que participaron en ese foro por la adopción y el matrimonio igualitario.

Lo que dijo el Gobierno en ese escenario fue muy importante, por ejemplo, y nadie lo ha resaltado. Con excepción de la Fiscalía, cuyo lanzamiento de la política LGBTI resalté en el artículo Crimen y prejuicio (ver), pocas veces el Estado había sido tan claro –aunque por supuesto, sus palabras se las puede llevar el viento—.

Efectivamente, el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, reiteró que el Estado colombiano se comprometía a trabajar por el reconocimiento de los derechos LGBTI. Sin tener que usar la fastidiosa palabra ‘mariconcito’, soltó la siguiente perla: ‘Apoyamos a la comunidad LGTBI en su lucha por la igualdad y actuaremos en consecuencia. Somos conscientes de que esa igualdad pasa hoy por conseguir el matrimonio igualitario y la adopción igualitaria’. ¡Una bomba!

Pero dijo más: que el Gobierno, en el Plan Nacional de Desarrollo, ordenó por primera vez en su historia diseñar e implementar una política pública a favor de la población LGBTI. Sostuvo que no tiene muchas esperanzas de que en el Congreso se avance en esta materia y que por lo tanto trabajará desde su resorte, con medidas reglamentarias y administrativas. De hecho, el Ministerio ya envió una instrucción a más de 800.000 funcionarios pidiendo acciones concretas en ese sentido y prohibiendo, entre otras cosas, referirse a alguien como ‘mariconcito’.

También se comprometió a convencer a las cortes para que respalden los avances sociales en esta materia. En palabras textuales, el Gobierno dijo que va a ‘llevar su argumento razonado, conforme al derecho, ante las altas cortes en los casos más relevantes, de manera que incidan en la formación de jurisprudencia constitucional’.

El ministro Cristo –vaya nombrecito para un contrapunteo ideológico con la Iglesia— advirtió que no está satisfecho con la política que ha trabajado hasta ahora y se compromete a redactar una nueva. Por otro lado, reconoció que le preocupa ‘la violencia de miembros de la Policía, del INPEC y demás fuerzas del orden, así como de los grupos de extrema derecha que persiguen a personas de la población LGTBI’. Lanzó, también, unas palabras que yo interpreto como un mensaje claro a la Procuraduría y al propia Iglesia: que las morales individuales no deben permear la legislación.

Son promesas serias soltadas en un foro público. De ahí a que las cumpla hay un abismo, pero por lo menos al Gobierno le quedará muy difícil hacerse el bobo o echarse para atrás. Las organizaciones activistas ya tienen palabras escritas sobre las cuales hacer un seguimiento. Eso, a mi parecer, es más importante que quedarse en el mismo pantano de los argumentos teológicos y de una piedad de papel. Más importante, por lo menos, que participar en debates bizantinos sobre cuántos ángeles caben en la punta de una aguja, especular sobre la sexualidad de los apóstoles o sobre el momento exacto en que una persona empieza a ejercer de ‘mariconcito’.

*Periodista. Autor del blog elojonuclear.com

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