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El Botero cervecero

No he oído a nadie que planee quedarse, si se lo gana, con el cuadro de Botero, y la razón no es propiamente económica

Semana
6 de enero de 2007

Ignoro cómo le fue a la Club Colombia en sus ventas de fin de año, y si la campaña de la tapa ganadora de un cuadro del maestro Fernando Botero produjo el boom que perseguía en su consumo. Lo que sí creo es que una idea que en principio parecía tan creativa, finalmente le ha traído a la imagen del producto un efecto que no sé si era el calculado: el de ser una marca clasista. (¿O será que sí?)

Hace unos días, un columnista de El Tiempo escribió un simpático análisis imaginario sobre lo que sucedería si la tapa premiada saliera en un pueblito de Chocó. La encartada sería una negrita que muy probablemente no tendría en su humilde hogar una pared para colgar el gordo del cuadro y, en el mejor de los casos, si lograra finalmente trasladarlo sano y salvo a su vereda, primero en bus y después en chalupa, este terminaría visitado por romerías de vecinos curiosos que no la desencartarían de su nueva y millonaria propiedad.

Pero con el escándalo de la tapa ‘sembrada’, según el lenguaje utilizado por las directivas comerciales de la empresa, en el concurrido restaurante de Chía Andrés Carne de Res, quedó claro que el cuadro probablemente nunca quedará en manos de la negrita de Chocó.

La campaña, finalmente, busca colocar el cuadro de Botero, un producto altamente elitista, en manos de alguien que sepa qué hacer con él. Como muy posiblemente subastarlo en Sotheby’s, la famosa casa de subastas. Y digo posiblemente, porque no he oído a nadie que aspire a ganarse ese Botero y a quedarse con él.

La razón principal no es, como se pudiera pensar, la de que si lo subasta le puede sacar mucha plata. Sino la de que este es quizás uno de los Boteros más feos de la colosal obra del maestro colombiano. Tan feo será, dice una versión de típico humor bogotano, que fue lo único que Julio Mario Santo Domingo dejó en las oficinas de Bavaria cuando le vendieron la empresa a la cervecera SabMiller. Se trata de un gordo fumando, que perfectamente podría estar tomando cerveza, y quizá sería más divertido; de colores mustios, y carente de ese humor colosal que contienen las pinturas de Botero, incluido el humor de corte trágico que caracteriza su obra sobre las torturas infligidas por soldados gringos a los prisioneros de Abu Grahib.

Lo que de paso me lleva a preguntarme qué estará pensando Fernando Botero de que uno de sus cuadros sea el premio que alguien obtendrá al destapar una botella de cerveza, un producto tan poco clasista, cuando normalmente cualquiera de sus obras paraliza las casas de subastas del mundo y rompe todos los récords de ventas. Este cuadro del Botero cervecero no sólo es feo, sino que la forma en que será adquirido carece de todo el ‘caché’ de los mercados internacionales de arte. Hasta mejor que hubiera podido donarlo, como ha hecho generosamente con mucha de su obra, a los museos de Medellín y Bogotá.

Pero los que se inventaron esta original promoción no contaban con un problema adicional: que a quienes participan en la cadena de distribución de cerveza, desde cuando sale de la fábrica hasta cuando llega a su punto de venta, los tentaría fuertemente la posibilidad de un destape pirata de varias botellas para ver si salen premiados o si les recomiendan que “sigan intentando”. Al volver a taparlas, el producto se descompone rápidamente y cuando llega al paladar del consumidor, este puede toparse con la desagradable sorpresa de que en el fondo de su Club Colombia hay una fauna y una flora totalmente repulsivas.

Desde que varios consumidores han denunciado tan desagradable experiencia, es mejor mirar el fondo de la botella antes de consumir su contenido. Es evidente que ninguna campaña publicitaria quiere terminar sometiendo su producto a una inspección desconfiada de su consumidor final.

En lo que a mí respecta, después de la ‘siembra’ de una de las botellas en “Andrés”, comprendí que es muy probable que en el Cafam donde hago el mercado de mi casa no siembren ninguna tapa. De manera que desde ahora me da lo mismo la marca que compre.
Y al feliz ganador del cuadro, tranquilo, que todos habríamos hecho lo mismo con él.


ENTRETANTO… Para no estar ni a 15 días del comienzo de este año, ¿no arrancó como demasiado movidito?

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