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El camino de la esperanza

Combatir a los violentos se traduce en una disminución de la pobreza y en bienestar para los pobres. Es la lógica del círculo virtuoso

Semana
22 de septiembre de 2007

Grupos violentos, narcotráfico, pobreza y corrupción. Las cuatro lacras que nos agobian se alimentan las unas de las otras. No me referiré a la vinculación entre narcotráfico y grupos armados ilegales. Ni tampoco a la corrupción que traen consigo. Ahí está la larga lista de políticos y funcionarios públicos en la cárcel por su vínculo con los violentos. Es llover sobre mojado.

No digo tampoco que la pobreza lleve de manera inexorable a la violencia. Una mirada comparada muestra que países mucho más pobres que nosotros tienen tasas de homicidio y de otros delitos violentos muchísimo más bajas que las nuestras. La famosa tesis de las causas objetivas de la violencia, aunque suena atractiva, no tiene sustento científico. De paso, de creernos el embeleco quedaríamos condenados a la violencia, mientras no se solucionen los inicuos problemas de pobreza que vivimos.

De hecho, se puede sostener lo contrario: son los grupos armados los que les han robado enormes recursos a los pobres. Sesenta y cuatro billones de pesos se han perdido en el conflicto armado en los últimos 12 años. Tan sólo el año pasado se dejaron de percibir dos billones 400.000 millones de pesos. Los departamentos más castigados han sido, con la excepción de Antioquia y Meta, los más pobres: Arauca, Caquetá, Casanare, Chocó, Guaviare y Putumayo. Las cifras son de un estudio llamado Las cuentas de la violencia. Ensayos económicos sobre el crimen y el conflicto, cuyo autor es Fabio Sánchez. Los grupos guerrilleros consiguen lo contrario de lo que dicen pretender: en lugar de contribuir a la solución de los problemas de subdesarrollo, pobreza y desigualdad, los ahondan. Lo mismo se puede decir de los paras. Son peores los pretendidos remedios que la enfermedad.

Los pobres, además, son la carne de cañón de los violentos. Es entre los campesinos y los hijos de los obreros que se nutren los grupos ilegales. Incluso las Fuerzas Militares cargan con el lastre de que son sólo los soldados más pobres, aquellos que no pueden terminar el bachillerato, los que son destinados al combate. Los hijos de los ricos no prestan servicio militar o, cuando lo hacen, no van a zonas rojas. La culpa no es de los generales, sino de una sentencia de la Corte Constitucional que estableció esa discriminación infame y vergonzosa. Ojalá más pronto que tarde haya quien cambie semejante ignominia.

También es entre los pobres que se cuenta el mayor número de víctimas de la violencia, aunque sea verdad que en Colombia nadie escapa al flagelo. Ahí están los testimonios: el Presidente, el Vicepresidente y varios de sus ministros han sido víctimas directas y no hay ex presidente vivo que no haya sufrido el azote en carne propia o en la de su familia. Pero que la violencia no discrimine no hace menos cierto que son los pobres las víctimas predilectas de los homicidas y de los ladrones. Salvo en el secuestro, en todos los demás delitos violentos son los estratos más bajos los más afectados.

La consecuencia lógica es inevitable: combatir a los violentos se traduce en una disminución de la pobreza y en bienestar para los pobres. Es la lógica del círculo virtuoso. Menor violencia y un gobierno decidido a combatirla generan confianza, la confianza trae inversión privada nacional e internacional, la inversión se traduce en crecimiento y éste en mayores impuestos recaudados y la posibilidad de mayor gasto social y, en consecuencia, disminución de la pobreza. Es lo que ha ocurrido en estos últimos años. El primer paso se dio con Pastrana, con el Plan Colombia y con la reestructuración del Ejército. Pero la acción definitiva se debe a este gobierno y la política de seguridad democrática. Por eso crecimos a una tasa de más de 7 puntos en los últimos años, bajó el desempleo al 11 y la pobreza cayó por debajo del 50 por ciento.

De manera que Rudolf Hommes tiene razón cuando dice que creceríamos 2 ó 3 puntos más si el dinero que se destina al gasto militar se pudiese invertir en infraestructura, ciencia y tecnología. Pero Hommes se equivoca cuando sostiene que es "un desperdicio tener que gastar tanto en seguridad". La situación aún no permite cambiar de destino los recursos del gasto militar. Hacerlo sería un desastre que nos devolvería al pasado. De hecho, el único camino que hoy nos da la esperanza de solucionar el conflicto armado pasa inexorablemente por seguir fortaleciendo a la Fuerza Pública.