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El canje

Hay 3.000 secuestrados cada año y no pasa nada. ¿ Y por quiénes se hace hoy sí el canje de los guerrilleros? Por una docena de políticos.

Antonio Caballero
5 de agosto de 2002

Faltando menos de una semana para que termine su gobierno (escribo el jueves primero de agosto), el presidente Andrés Pastrana accede por fin al canje de civiles secuestrados por guerrilleros presos que las Farc venían pidiendo desde hace cuatro años. Lo que era inaceptable cuando el débil Pastrana gobernaba (o no gobernaba) resulta inevitable cuando gobierna (o todavía no) el recio

Uribe Vélez. Tal vez eso demuestre a la vez la debilidad del débil y la reciedumbre del recio: tiene que ceder Pastrana para que no parezca ceder Uribe. Pero es triste.

Hay que alegrarse, en lo personal, por los canjeados, que recuperan la libertad. Pero hay que lamentarlo en lo político. Es una grave derrota. Del Estado, de la subversión, y del país: de todos nosotros. Y una nueva victoria del horror.

En primer lugar, una derrota del Estado, y del gobierno y las Fuerzas Armadas que lo representan. Es el reconocimiento oficial de su incapacidad para proteger a la gente, que es la razón fundamental de su existencia. La gente: combativas candidatas presidenciales, como Ingrid Betancourt, o indefensas niñas de 3 años, como Francy Lorena Erazo (y su niñera). Esta derrota traerá cola. Pues en vista de que es muchísimo más fácil, y muchísimo más eficaz, secuestrar a un político nacional o al hijo de un político local que asaltar el Banco Agrario o tomarse una estación de policía, de ahora en adelante las Farc se dedicarán a eso. Si la hija del alcalde del insignificante pueblo de Colón, Putumayo, vale 40 guerrilleros presos ¿cuántos vale, digamos, la hija del Presidente de la República?

Y que no salga ahora algún imbécil a decir que les estoy dando ideas desde aquí a los secuestradores. Como si las ideas no las tuvieran ellos mismos; y por añadidura los hígados para ponerlas en práctica.

En segundo lugar, la sumisión del gobierno ante el chantaje de las Farc es una derrota de la moral, si es que algo quedaba de ella en nuestra guerra sórdida. Es una victoria de la guerra sucia. Pues no es un canje de guerra, entre prisioneros de guerra del uno y del otro bando, sino un intercambio de detenidos por secuestrados. Y eso también traerá una cola siniestra: ya no caerán guerrilleros presos, sino que todos los que caigan aparecerán muertos, para que así no sea posible canjearlos luego.

Y que no venga otro imbécil a decir que la idea es mía. Como si las Fuerzas Armadas del Estado colombiano no hubieran demostrado de sobra en los últimos 50 años que saben hacer desaparecer sospechosos sin dejar rastro, o disfrazar de sospechosos a los muertos.

Por último, es una derrota del país, y del pueblo. No suelo hablar de "el país" ni de "el pueblo" a la ligera. Si lo hago ahora, es porque esta es una derrota de todos. De la gente común, sobre cuyas cabezas (y con cuyas cabezas) negocian dos aparatos armados que se llaman políticos. Es una derrota de los dos aparatos, en el sentido de que mina lo que cada cual pretende: mantener lo que hay, o construir algo nuevo. Ningún país se mantiene, ni se construye, sobre la cobardía y la infamia. Infamia y cobardía del que secuestra. Infamia y cobardía del que cede al secuestro.

Del secuestro mismo no hay nada qué decir, por supuesto: es lo que ha corrompido a la guerrilla colombiana. De ceder ante el secuestro no hay que acusar tampoco sólo al triste gobiernito de Pastrana, pues casi todos sus predecesores lo han hecho. Al propio Andrés Pastrana (y al hoy vicepresidente electo Francisco Santos) los canjeó el gobierno de César Gaviria por algo que nunca nos dijeron, cuando los secuestró Pablo Escobar. Y al secuestrado hermano de Gaviria lo canjeó el gobierno de Ernesto Samper por 'Bochica', un comandante guerrillero preso. A Alvaro Gómez Hurtado, secuestrado por el M-19, lo canjeó el gobierno de Virgilio Barco por una Asamblea Constituyente. A Fernando Londoño, padre del nuevo y duro superministro de Interior y Justicia, lo canjeó por no se supo qué el gobierno de Carlos Lleras, cuando su ministro de Gobierno era Misael Pastrana. Los canjes no son nuevos.

No son nuevos, y este país y este pueblo se han deshecho en buena parte a causa de ellos. Pues son canjes que sólo se han negociado, como éste que ahora se anuncia, cuando los secuestrados han sido miembros prestantes del Establecimiento. Hay 3.000 secuestrados en Colombia cada año, pero no pasa nada: es gente más o menos común y corriente. ¿Y por quiénes se hace ahora sí el canje de los guerrilleros presos? Por una docena de políticos. No por los soldados y los policías que llevan años en la selva porque cayeron prisioneros en combate. Sino por los políticos que los enviaron al combate.

Se dirá: ¿qué otra cosa podía hacer el gobierno? (Este, o el otro, o el que viene, o cualquiera de aquellos).

Pues podía hacer algo elemental. Podía haber establecido que, si es verdad que hay una guerra, todos tenemos que pagar sus consecuencias. No sólo los soldaditos abandonados a la mala suerte de la guerra. Sino también los políticos profesionales que, por su ineptitud y su ceguera, los han enviado a la guerra.

Dicen que los guerrilleros canjeados serán únicamente aquellos que sólo tengan que responder por el delito limpio de rebelión. Dado que las Farc llevan cerca de 30 años secuestrando a diestra y siniestra, no sé si será posible encontrar alguno de sus miembros que no tenga nada que ver con los secuestros. De manera que este canje va a ser además una derrota de la verdad.

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