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La huella del ‘Chapo’ Guzmán en Colombia

Desde finales de la década del ochenta, el criminal mexicano ha estado ligado a las actividades de los carteles del narcotráfico en nuestro país. Así lo constatan algunas investigaciones.

Juan Diego Restrepo E., Juan Diego Restrepo E.
14 de enero de 2016

Escuchar y leer las declaraciones en diversos medios de prensa nacionales e internacionales del exsicario John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, sobre lo que ha venido ocurriendo en México desde el año pasado con relación al narcotraficante Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán, es curioso, por decir lo menos, e impreciso también lo que dice. Hilarante en algunos aspectos.

Prefiero leer algunas investigaciones, mucho más serias que los apuntes del exmiembro del cartel de Medellín, a quien los periodistas lo convirtieron en el “analista” de la huida y la captura del jefe mafioso mexicano. Así diga mentiras.

El ‘Chapo’ Guzmán ha dejado su huella en Colombia en actividades del narcotráfico. No es un socio nuevo ligado a las llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), también conocidas como ‘Los Urabeños’ o ‘Clan Úsuga’, tal como lo tienen documentado los investigadores de la Policía Nacional. Sus conexiones con organizaciones criminales se remontan a finales de la década del ochenta, en particular con los carteles de Medellín y Cali.

Los primeros indicios de esas relaciones se conocen a través de un gran expediente judicial que se le tiene al cartel de Medellín y que reposa en una bodega en el suroccidente de Medellín, donde la justicia almacena los procesos ya cerrados. En uno de esos relatos, entregados a la justicia por el narcotraficante Gustavo Tapias Ospina, se hace referencia a los “socios mexicanos” que tenían ‘Kiko’ Moncada y Fernando Galeano, socios de Pablo Escobar, y que estaban ligados a una ruta que se conoció en aquellos tiempos como “La Fania”, que partía del Pacífico chocoano hasta las costas mexicanas.

Si bien en esas declaraciones, dadas a las autoridades entre los años 1993 y 1996, no se hace explícita referencia a nombres de narcotraficantes mexicanos, sí es claro que para finales de la década del ochenta, ya venía creciendo ‘el Chapo’ Guzmán como líder de estructuras de narcotraficantes en su país que eran surtidas de grandes cargamentos de cocaína desde Colombia.

Las precisiones de aquellas relaciones están contenidas en el libro Los señores del narco, escrito por la investigadora mexicana Anabel Hernández y publicado en noviembre de 2010. Ella relata pormenores de la primera captura de ‘el Chapo’ en Ciudad de Guatemala el 9 de junio de 1993 y de qué se habló en su primer interrogatorio, realizado en un avión Boeing 727, que lo condujo a la ciudad de Toluca, en México.

En ese vuelo, ‘el Chapo’ fue interrogado por el general Guillermo Álvarez Nahara, jefe en aquel entonces de la Policía Judicial Militar: “En su confesión ante Alvarez Nahara, Guzmán Loera admitió que trabajaba para el cartel de Cali, entonces comandado por los hermanos Rodríguez Orejuela. Aunque sus verdaderos vínculos estaban con el cartel de Medellín de Pablo Escobar Gaviria” (53).

Páginas más adelante, se establecen otros indicios que vinculan a ‘el Chapo’ con el cartel de Cali. Según la investigadora, “el narcotraficante Juan Carlos Abadía presuntamente reveló que el cartel de Cali entregaba millonarias sumas a Guillermo Salazar por permitir que cargamentos de cocaína circularan en el país de 1987 a 1991. Esos tiempos coinciden con la época de mayor actividad de Guzmán Loera antes de ser detenido. El ‘Chapo’ también trabajaba con esa organización delictiva, como él mismo confesó a Álvarez Nahara” (77).

En esos años, Guillermo Salazar era el director de la Policía Judicial Federal (PJF) y en el año 2000 fue procesado por sus presuntos nexos con la organización de los narcotraficantes de los hermanos Arellano Félix y Amado Carrillo Fuentes. Por esas conexiones fue condenado en 2003 a diez años de prisión, pero en 2006 le fue revocada la sentencia y quedó en libertad.

Conducido con mano férrea por ‘el Chapo’ Guzmán, el cartel de Sinaloa creció organizativamente en las décadas del noventa y dos mil a niveles pocas veces visto en el crimen organizado, convirtiéndose en una multinacional que no sólo se dedica al tráfico de drogas, sino a muchas otras actividades ilegales como la prostitución, juegos de azar y bienes raíces, por detallar algunas, en por lo menos 50 países. Bajo esas dinámicas, es lógico que tuviese relaciones con los narcotraficantes colombianos, del pasado y del presente, pues el país hace parte del circuito mundial de producción y comercialización de cocaína.

Lo interesante aquí es que las relaciones que tejió ‘el Chapo’ en Colombia desde finales de la década del ochenta se han mantenido durante más de dos décadas, claro, cambiando de “socios”. Relatos de las autoridades entregados a la prensa durante los últimos años dan cuenta de sus conexiones con grupos de narcotraficantes asentados en la región del Catatumbo, en el nororiente colombiano; también se presume que sostienen negocios con la guerrilla de las FARC y, adicionalmente, con las AGC en zonas como el Bajo Cauca antioqueño y el Sur de Córdoba.

El crimen organizado es dinámico. Mientras se mantengan las condiciones de productividad, rentabilidad y diversificación del negocio, así como su poder corruptor, surgirán una y otra vez capos que lideren esos grupos criminales que tanto daño hacen. El problema es que mientras se siga recurriendo a fuentes como ‘Popeye’, poco a poco la historia se irá distorsionando, y eso le hace mucho daño a la comprensión del pasado… y del presente.

En Twitter: jdrestrepoe
(*) Periodista y docente universitario

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