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EL CONTRABANDISTA

Semana
7 de febrero de 1994

ESTUVE EN EL CONCIERTO DE CARLOS Vives en Santa Marta hace dos semanas, con el que cerró la serie de presentaciones de su correría de 1993 con sus 'Clásicos de la Provincia'. No hubo allí ninguna novedad musical, por supuesto, pues el país lleva ya meses oyendo por la mañana, por la tarde y por la noche los viejos vallenatos adaptados por Vives y su grupo; pero me impresionó la reacción del público frente al músico. Miles de quinceañeros ovacionaron con delirio al samario desde la primera hasta la última canción, en un espectáculo que fue un homenaje a los símbolos de la región, desde 'El Pibe' Valderrama hasta la Sierra Nevada. Dicen que el concierto de Cartagena fue mejor, que el de Cali fue una locura y que el de Bogotá fue impresionante. Donde se presenta Vives hay delirio. Y viéndolo actuar en Santa Marta me preguntaba: ¿Qué es lo que tiene este tipo, que encendió al país con canciones compuestas hace medio siglo?
A raíz de sus éxitos y de que él hubiera desempolvado La gota fría o el Compae Chipuco, se han desatado dos tipos de discusiones. Una, la de los vallenatólogos comparando el ritmo y la cadencia de las canciones de Vives con la estructura clásica de esas mismas canciones tocadas en una parranda vallenata tradicional, por ejemplo en el patio trasero de la casa de Pacho Rada en El Difícil (Magdalena), para dictar el veredicto de si se trata o no de una herejía. Los que consideraron que Vives se ajustaba a los mandatos de la ortodoxia, lo acentaron; los que consideraron que no, lo excomulgaron. La otra discusión es la qúe han sostenido los iniciados en vallenatos sobre si la letra de una canción era originalmente de una manera o de otra, debate éste que tiene mucho más de divertimento que de apreciación musical. (Entre paréntesis, he oído cantar vallenatos a varios de esos expertos, y debo decir que, en algunos casos, tiene más oído un ojo).
Antes de oír a Vives en concierto, el fenómeno del músico rescatando el viejo folclor costeño, la sensación era la de que a Colombia estuviera entrando un fenómeno que se ha puesto de moda en el mundo con mucho éxito, que consiste en hacer versiones nuevas de aquello que fue bueno en el pasado. Está ocurriendo con la moda, con el retorno a la década del 60 con la minifalda y sus accesorios. En el cine, con la recreación de los personajes clásicos de las historietas como Dick Tracy, Peter Pan, Superman y Batman. O las versiones en pantalla grande de las series de éxito en la televisión de hace tres décadas, como La Familia Adams y El Fugitivo. O simplemente la apología de lo viejo por ser viejo, como el caso de los dinosaurios, que son lo más viejo entre lo viejo. Todo esto puede ser parte de una nueva conciencia social sobre que todo tiempo pasado fue mejor, o simplemente la falta de tema de los creativos que trabajan en los medios masivos de entretenimiento.
Lo de Carlos Vives podría haber hecho parte de lo mismo, pero no lo es. La impresión que deja el oírlo en concierto y en su relación con el público es que no tiene la menor importancia que toque vallenatos. Si tocara joropo, cumbia o bambuco, ocurriría lo mismo. Carlos Vives no es un cantante moderno de vallenatos sino el primer músico colombiano que hace música moderna a partir de ritmos autóctonos nacionales. Vives recuerda la ola que ocurrió en Brasil hace aproximadamente 30 años, cuando una generación entera de rockeros de los 60 se dedicó a hacer música moderna a partir de la samba y de los demás ritmos brasileros. En un comienzo interpretaron canciones conocidas en versiones electrónicas y de ahí dieron el salto a la música moderna montada sobre las raíces culturales del país. Caetano Veloso, Gilberto Gil, Chico Buarque, Milton Nascimento y decenas de músicos más han hecho eso durante años, y hoy en día nadie piensa que la samba de los morros de Rio de Janeiro sea más brasilera que la música de esta gente.
Carlos Vives es el primer fenómeno real de música urbana autóctona en Colombia. Algo parecido ha venido ocurriendo con las bandas de rock en español y las orquestas de salsa, como Joe Arroyo, Niche o Guayacán, pero éstas últimas hacen más parte del contagio de un proceso que se ha dado principalmente en Nueva York a partir de los ritmos del Caribe, que de una evolución propia. Vives puede ser la puerta de entrada de un nuevo aire para la música colombiana, y tiene además gracia que esta novedad esté entrando por donde siempre ha entrado el contrabando.

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